Guión
1. La sabiduría del cuidado…
2. … de “si mismo” o la cuestión del “yo”.
3. El cuidado de “si mismo” en todas sus dimensiones.
3.1. Somos un cuerpo: Qué significa cuidar nuestro cuerpo.
· Tomarnos en serio el hecho real de que somos un cuerpo unificado, en unidad indisoluble: psique-soma, soma-mente, soma-espíritu.
· Vivir conscientes de que somos un cuerpo sexuado
· Hacernos conscientes de cómo consideramos nuestro cuerpo y de cómo lo tratamos.
· Asistirlo en la salud y en la enfermedad.
· Gestionar nuestra salud psicosomática y eso es algo más que obtener un bienestar corporal.
3.2. Somos un yo psíquico, afectivo-sexual. El cuidado de nuestro psiquismo, la salud psicológica y la educación de nuestro mundo emocional.
· Cultivar la consciencia lúcida, para conocer la verdad de lo real.
· Acercar cada vez más la imagen ideal de nosotr@s mismos a la imagen real.
· Reconciliarnos con la propia historia, sanar la memoria.
· Desarrollar el amor a un@ mism@.
· Practicar la sabiduría de reconocer y encauzar nuestras emociones.
· Aprender a gozar e integrar la frustración y el dolor.
· Saber cuidar nuestra gran travesía: la muerte.
· Saber decir “yo”-“tú”-“nosotr@s”.
3.3. Somos un yo relacional. Cómo cuidar nuestro ser relación.
· Autonomía referencial.
· Respeto y defensa.
· Vínculo e independencia.
· Amor y libertad.
3.4. Somos un yo racional. Cómo cuidar nuestras ideas para hacerlas más realistas, lúcidas, capaces de alimentar nuestras opciones fundamentales.
· ¿Sabemos captar y someter a crítica nuestros pensamientos automáticos para confrontarlos con la realidad?
· ¿Alimentamos creencias desde las que queremos vivir y hemos hecho una opción de vida?
· ¿Cultivamos el placer de pensar, crear, buscar la verdad, estudiar, simbolizar?
· ¿Transformamos nuestro trabajo y nuestro hacer en la historia en un lugar de desarrollo gozoso de nuestro ser y al tiempo en una aportación a la construcción de un mundo más justo?
3.5. Somos un yo espiritual capaz de vivir una opción religiosa. Cómo podemos cuidar nuestra persona verificando nuestra vocación espiritual y religiosa
· Cuando somos unificadamente fieles a toda nuestra verdad.
· Cuando buscamos respuesta a los grandes interrogantes de la vida.
· Cuando somos capaces de apreciar, gustar, valorar la belleza.
· Cuando cultivamos la dimensión simbólica de nuestra vida.
· Cuando cultivamos la coherencia.
· Cuando cultivamos la dimensión ética, ejercitamos bien nuestra libertad y asumimos nuestras responsabilidades.
· Cuando nos abrimos al Misterio de la vida que llamamos Dios.
· Cuando, desde nuestra fe cristiana, vivimos desde y para el amor.
4.- Sabiduría cristiana del cuidado de si mismo.
APRENDER LA SABIDURÍA DEL CUIDADO DE “SI MISMO”
A esta pregunta se puede responder desde muchas perspectivas yo voy a situarme desde la perspectiva desde la que me muevo la psicoespiritual. Situarme en esta perspectiva no es negar otras, ni absolutizar la que presento, es sólo ofrecer un lugar de análisis y unos caminos que puedan ayudar.
Contestar al por qué es hacer un diagnóstico, éste es siempre parcial y limitado.
Desde mi experiencia puedo afirmar que en muchas comunidades y fraternidades cristianas crecer en madurez personal y grupal, ser más felices[2], preocuparnos por el propio cuidado y el cuidado de los demás miembros de la comunidad no son objetivos operativos prioritarios.
Puede ser que estén de fondo en algunos casos, pero muchas congregaciones religiosas hoy están tan preocupadas, unas por la propia supervivencia del grupo, el número de vocaciones, las obras corporativas…otras tan centradas en la tarea-misión, que se olvidan o marginan esos otros objetivos. Incluso diría más, para algunos grupos esos no serían objetivos propios de la vida religiosa, de las comunidades cristianas; para otros eso es “mirarse el ombligo” o centrarse en sí mism@s, vivir egoístamente.
Debajo de éstas posturas está el desconocimiento experiencial de que el amor, objetivo prioritario de la vida, es una realidad que sólo se puede vivir cristianamente en una triple dimensión: a Dios, sobre todas las cosas, al prójimo y a sí mismo.
No nos han enseñado a cuidarnos a nosotros mismo ni en nuestro proceso educativo ni mucho menos en el camino de nuestro crecimiento cristiano. No está integrado en la espiritualidad cristiana al amor a sí mismo, el cuidado de sí mismo, la responsabilidad personal sobre la satisfacción de las propias necesidades y deseos. Tampoco está integrada ni teórica, ni prácticamente la convergencia profunda entre madurez humana y madurez cristiana, que no es negar la originalidad del dinamismo cristiano, ni psicologizar la vida espiritual. Los dualismos ancestrales que aún permanecen en el subsuelo de nuestra concepción de la vida espiritual nos juegan muy malas pasadas.
Uno de los aspectos en los que yo he constatado una mayor carencia en miembros de comunidades religiosas y fraternidades cristianas tiene que ver, de un modo especial, con la responsabilidad en torno al cuidado de uno mismo y también, en muchos casos, en el cuidado mutuo de los miembros entre sí, como si el cuidado y la preocupación tuviese que ver siempre con los de “fuera”, con las personas a las que hay que atender y servir en función de la misión. Más de una vez he escuchado en la consulta terapéutica la queja amarga de algunas personas religiosas que lamentan no encontrarse entre los “marginados” a los que con tanta dedicación y abnegación se entregan algunos miembros de su comunidad.
Sin duda que la vocación-misión cristiana está centrada en la lucha por la transformación de este mundo según el sueño de Dios revelado en Jesús y por tanto en la construcción de un mundo de hijos y hermanos. Pero eso ¿cómo va a ser posible lucharlo fuera si no somos capaces de vivirlo en las propias comunidades?, ¿cómo haremos creíble que trabajamos por la paz, la justicia, el cuidado por la satisfacción de las necesidades de los otros y la búsqueda de su felicidad si eso no es verdad en nuestras comunidades de referencia y/o pertenencia?
A partir de este primer diagnóstico, parcial, pero creo que real de que el hacernos más humanos, trabajar en el propio cuidado y el cuidado de los hermanos de la comunidad no es un objetivo prioritario de muchas de nuestras fraternidades cristianas, voy a centrar mi aportación. Concretamente en el desarrollo de lo que yo llamaría “la sabiduría del cuidado de “sí mismo”, que lógicamente debe equilibrarse y complementarse con el cuidado de los otros, especialmente de los más necesitados, y el cuidado de la tierra.
1.- LA SABIDURÍA DEL CUIDADO…
El término “cuidado” deriva del latín cura o más primitivamente de coera, un término que se utilizaba en contexto de amor y de amistad. Expresaba una actitud de desvelo, solicitud, diligencia, delicadeza, atención, incluye también inquietud, preocupación y sentido de la responsabilidad. El cuidado surge ante una persona importante y significativa para mí.
Saber cuidar expresa no sólo una sabiduría importante de la vida sino una actitud esencial en el desarrollo de nuestro ser humano, pero es un verbo que el estereotipo de género nos ha atribuido, casi en exclusiva, a las mujeres. Ser mujer es sinónimo de cuidar, desvelarse, ser solícita, delicada, preocuparse por…estos verbos han llegado a ser parte de nuestra identidad asignada sin ser conscientes de la injusticia que esa atribución ha generado: primero porque cuidar no se ha conjugado como verbo reflexivo: cuidar-se, sino que el objeto del cuidado eran siempre los otros, con el peligro real de quemarse en el camino, de perder la propia identidad de desconocer las propias necesidades y deseos; segundo porque si saber cuidar es una cualidad esencial al ser humano se ha despojado al varón de un camino de humanización y realización de lo mejor de su ser persona.
Leonardo Boff en un espléndido libro El cuidado esencial [3] denuncia el descuido, la indiferencia, el abandono de nuestra cultura y reivindica la recuperación del cuidado como el ethos fundamental de lo humano, el “cuidado como modo-de-ser-esencial”, en la introducción nos dice: “Mitos antiguos y pensadores contemporáneos de los más profundos nos enseñan que la esencia humana no se encuentra tanto en la inteligencia, en la libertad o en la creatividad, cuanto básicamente en el cuidado. El cuidado es, verdaderamente, el soporte real de la creatividad, de la libertad y de la inteligencia. En el cuidado se encuentra el “ethos” fundamental de lo humano. Es decir, en el cuidado identificamos los principios, los valores, las actitudes que convierten la vida en un vivir bien y las acciones en un recto actuar”.[4].
Leonardo siguiendo al gran filósofo Martín Heidegger dice que el cuidado está en la raíz del ser humano, en la esencia de su ser, antes de que haga nada. “Significa reconocer que el cuidado es un modo-de-ser esencial, siempre presente e irreductible a otra realidad anterior. Es una dimensión fontal, originaria, ontológica, imposible de desvirtuarse totalmente. El cuidado forma parte de la naturaleza y de la constitución del ser humano. El cuidado como “modo de ser” revela la forma concreta cómo es el ser humano. Sin cuidado deja de ser humano.”[5]
Boff siguiendo a Heidegger profundiza y trata de explicar el porqué el cuidado es esencial al ser humano: si al nacer no nos cuidan perecemos, si a lo largo de la vida no hacemos las cosas con cuidado puede hacer daño o hacérselo a sí mismo. Por eso concluye que el cuidado debe estar presente en todo. Heidegger lo expresaba así: “el termino cuidado mienta un fenómeno ontológico-existenciario fundamental”[6]
Debajo de esta afirmación, igual que de cualquiera que exprese algo como esencial al ser humano hay una antropología, una concepción de lo que es el ser humano. Debajo de la afirmación que estamos comentando hay una definición de lo humano como “ser-en-el mundo-con-nosotros”. Un ser relacionándose continuamente, construyendo su hábitat, ocupándose de las cosas, preocupándose de las personas, cuidando de sí mismo, dedicándose a aquello a lo que atribuye importancia y valor y disponiéndose a sufrir y alegrarse con aquellos a los que se siente unido y a quienes ama”
“El cuidado sirve de crítica a nuestra civilización agonizante, y también de principio inspirador de un nuevo paradigma de convivencia”[7].
Si, asumimos que el cuidado es una actitud básica del ser humano, esencial a su estar en el mundo, el camino para rescatar la esencia humana pasa por buscar y encontrar caminos que recuperen el cuidado como algo esencial en la vida.
Pensando en el nuevo paradigma en el que tiene que resituarse la vida religiosa ¿no sería este del cuidado un camino posible, deseable y profundamente evangélico?
Esta es una tarea compleja por un lado atañe a cada persona saber cuidarse cada uno a sí mismo en la dirección del crecimiento y maduración, saber hacer lo mismo con los demás miembros de la comunidad, de las personas de su entorno, es decir desarrollar en sí mismo el ethos del cuidado como parte esencia del propio ser.
Es también una tarea comunitaria: sentirnos solidarios los miembros de las comunidades de este crecimiento, desarrollar la sabiduría del cuidado mutuo, cultivar un talante cuidador de la vida, especialmente de la vida más amenazada.
Es una responsabilidad de los gobiernos el saber revisar y adaptar las estructuras institucionales para incluir este objetivo, en relación a sus miembros, con el mismo celo que los objetivos relativos a la tarea y misión; revisar la formación que se ofrece a los miembros para incluir el cuidado de sí mismo, de los otros, del mundo como un eje transversal de los programas de formación.
¿Qué pasaría en nuestras comunidades cristianas si comprendiéramos y practicásemos que el hecho de cuidarse a sí mismo, cuidar a los otros, (y en los otros están los miembros de la comunidad), cambiar nuestras estructuras para favorecer este objetivo es una manera eficaz y real de hacer verdad el único mandamiento que nos dejó Jesús de amar a Dios, al prójimo y a uno mismo?
Las concreciones del cuidado son múltiples: cuidado de sí mismo, cuidado de la propia familia, comunidad, el cuidado de los pobres, enfermos, ancianos, niños, el cuidado del cosmos, el cuidado de las cosas sencillas, de las plantas, los animales, de los proyectos y tareas…
Pero como he dicho anteriormente voy a centrar mi aportación en el aspecto que yo he percibido más carencial en la vida religiosa tanto a nivel práctico como de reflexión teórica: la sabiduría del cuidado de “sí mismo”.
2.- …DE “SI MISMO” O LA CUESTIÓN DEL “YO”
He puesto “sí mismo” con comillas porque quiero explicitar qué contenido le estoy dando a esta expresión.
Como es muy sabido, en el campo de la Psicología , el término “Sí mismo” lo utiliza Jung para expresar el centro del psiquismo, el núcleo último del ser humano, donde él ve la “Imago Dei” o el principio divino presente en el corazón de todo individuo. Yo me sitúo en la concepción yunguiana del psiquismo que, simplificando mucho, podemos resumir así: La Persona , la parte externa del ser, la que se va adaptando y configurando en el contacto con la realidad; el Yo, la parte consciente del psiquismo; el Inconsciente (personal y colectivo), donde sitúa la sombra (lo rechazado por intereses de adaptación) y El Sí Mismo.[8]
Yo asumo el contenido que Jung da al “Si mismo”, como la dimensión última del ser, pero en esta intervención mía, al hablar del cuidado de “sí mismo”, utilizo el termino “si mismo” para referirme a la persona entera en todas sus dimensiones y no sólo para referirme al nivel más profundo de nuestro ser. Pues entiendo que no seremos nunca “nosotros mismos” en totalidad si no desarrollamos, cuidamos, todas las dimensiones de nuestro ser.
Quiero explicitar esta concepción antropológica con más detalle.
Es cierto que nuestro yo se manifiesta al exterior (la Persona diría Jung, otros autores hablan de los yoes superficiales) a través de múltiples dimensiones del ser: yo soy mi cuerpo; yo soy los roles sociales que ejerzo en la vida (hija, hermana, madre, padre, amiga…); yo también soy alguien que trabaja y ejerzo una profesión; yo también soy una persona que tengo unos conocimientos, capacidades, cualidades, unos títulos, unas posesiones, además también soy un ser relacional, capaz de amar …etc. Éstas y otras dimensiones de mi ser se muestran, se pueden ver de alguna manera. Todo esto es verdad y en todas estas dimensiones de mi vida soy yo mism@ pero yo no soy sólo eso. Y mucho menos una o dos realidades con las que puedo identificarme y creer que yo soy: lo que hago, lo que tengo, lo que los demás dicen de mí, la anchura peso, medida, belleza de mi cuerpo…y por tanto puedo equivocarme y dedicarme a “cuidar” ese yo pequeño y parcial y con eso perder mi verdadero ser.
Debajo de ese ser que se puede mostrar existe no sólo el inconsciente y en él la sombra, (de lo que ahora no voy a hablar) sino un Yo más profundo donde están mis creencias, lo que da sentido a mi vida, mis valores…toda una realidad honda que voy construyendo consciente y libremente a lo largo de mi vida.
Ahora bien, podemos vivir las dimensiones más externas de nosotros mismos en conexión o desconexión con nuestro ser más profundo es decir con nuestro mundo de valores, creencias, sentido…
Si vivimos nuestro ser exterior en conexión con el yo profundo, nos iremos configurando como personas auténticas, integradas, en un flujo y reflujo de fuera a dentro y de dentro a afuera. Ese proceso de coherencia y verdad necesita ser cuidado con mimo y consciencia pues es el que va a ir configurando nuestro ser más auténtico.
Pero en la antropología desde la que me sitúo, aún no hemos llegado al último nivel de nuestro ser, no hemos llegado al Yo Profundo, a la Roca del ser, al “Si mismo” (según Jung). En ese último nivel, al que es muy difícil, por no decir imposible, acceder sin atravesar la barrera del silencio, es dónde podemos descubrir con asombro, que yo no soy solo “yo”, sino Yo-Tu-Nosotros- El/Ella. Es decir se alcanza ahí la experiencia mística de que Yo soy un@ en y con toda la humanidad, toda la creación y Dios mismos. [9] Es ahí en ese último nivel de mi ser donde podemos vivir la experiencia mística de la ruptura de la fantasía de la individualidad aislada, para descubrirnos formando parte de un largo proceso evolutivo que nos ha ido regalando el ser, donde se nos manifiesta que somos una Realidad Mayor y en Ella vivimos, respiramos, existimos, somos. (Hech 17,28). Con el bello lenguaje del mito bíblico somos: “barro y aliento divino” (Gn 2,7) y todo otro es “carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gn 2, 23)`por tanto, como dice Isaías, cerrarnos al hermano es cerrarnos a nuestra propia carne. (Is 58,7).
Me refiero a una experiencia mística de totalidad que es siempre parcial, limitada, que no supone la fusión con la divinidad, ni anula la experiencia psicológica de sí mismo, sino que la profundiza, la purifica, y la amplía.
Algo semejante a lo que los evangelistas ponen en boca de Jesús: “El Padre y yo somos una misma cosa”, y “lo que hacéis a los demás a mí me lo hacéis”. Esa experiencia de saberse más grande que los límites de nuestra pequeño ego, más grandes que los límites de nuestra piel.
Cuando hablo del “Cuidado de sí mismo” me estoy refiriendo al cultivo de nuestro ser integral: cuerpo, psique, mente, relación, espíritu. Somos una unidad indisoluble pero, por razones pedagógicas voy a ir desgranando cada una de las dimensiones de nuestro ser, sabiendo que nunca las vivimos aisladas, sino en una interacción dialéctica muy difícil de explicitar. Nuestra mente necesita diseccionar para comprender, pero nuestro ser vive integralmente lo que vive y cada dimensión repercute y se entrelaza con todas las demás.
“Cuidar de Sí mismo” es por tanto una expresión muy ambiciosa, que quiere hacernos caer en la cuenta de que somos mucho más de lo que creemos ser y yo estoy cada vez más convencida de que en el hecho de abrirnos o no a esta verdad nos va no sólo la vida propia, sino la vida de la humanidad y del cosmos y con ello la verdad de nuestra fe en un Dios Encarnado, hecho cuerpo, humanidad, historia.
3- EL CUIDADO DE “SI MISMO” EN TODAS SUS DIMENSIONES.
En nuestra formación cristiana se nos ha inculcado mucho el cuidado y atención a las necesidades de los otros, pero pocas veces hemos oído que cuidarnos a nosotros mismos es una manera eficaz de hacer verdad el mandamiento central de Jesús: “ama al prójimo como a ti mismo”. Durante siglos el “como a ti mismo” quedó olvidado, incluso denigrado. Para mucha gente, aún hoy, el amor a uno mismo, el cuidado de uno mismo es equivalente a egoísmo o narcisismo.
Esta concepción negativa a cerca del auto-cuidado está muy arraigada en muchas personas en la vida religiosa sobre todo en aquellas que no han actualizado su formación espiritual en dialogo con la psicología, esto provoca no sólo un conflicto intrapersonal sino interpersonal, generacional pues las generaciones más jóvenes, que no sólo son fruto de su tiempo sino que han recibido una formación más integral, viven con más naturalidad la necesidad de cuidar sus personas y dedicar a ello tiempo, espacio, energía, dinero...Por eso considero urgente una reflexión seria en torno a esta cuestión.
Pocas personas son conscientes que el amor a sí mismo es requisito previo para poder amar a los otros y a Dios. Dos grandes maestros espirituales lo han dicho, cada uno en su tiempo, el maestro Eckhart: “Si te tienes amor, tienes amor a todos los hombres como a ti mismo” y Tomas Merton: “No podemos amar perfectamente a Dios, si no nos amamos perfectamente a nosotros mismos”, y amarse a sí mismo conlleva cuidarse.
El desconocimiento de esta sabiduría lleva a muchas personas a vivir para cuidar a los demás y terminan después de algunos años, quemadas y a veces amargadas.[10]
Cuidar de nosotros mismos supone, en primer lugar, saber hacernos cargo de nuestras necesidades y deseos, priorizar cuáles vamos a satisfacer y cómo y cuáles vamos a frustrar y por qué lo vamos a hacer. Esto significa no responsabilizar a los demás, ni esperar que sean ellos los que cuiden de nosotros. Por supuesto que saber cuidarnos no es no pedir y no acoger el cuidado de los otros.
Aprender esta sabiduría de favorecer el cuidado de sí mismo sin olvidar el cuidado de los otros y del mundo no es algo estático, ni preestablecido. Es una sabiduría que vamos aprendiendo a lo largo de nuestros procesos evolutivos, porque cada etapa del camino tiene sus necesidades y cuidados específicos. Es más, cada persona es única e irrepetible y es ella la que tiene que darse cuenta de cómo necesita cuidarse y ser cuidada.
Es esta una sabiduría que no nos han enseñado demasiado, que es difícil de aprender en los libros, sólo se aprende en la escuela de la vida. Aunque esto es así, yo en este momento, voy a sugerir algunas maneras de hacerlo, intentando tener en cuenta nuestra persona entera, globalmente considerada, aunque por razones pedagógicas, y de un modo personal y relativo, desglose distintas dimensiones de nuestro ser, para poder mirar con más detalle en que consiste la sabiduría del cuidado de uno mismo.
3.1 Somos un cuerpo. El cuidado y desarrollo de nuestro ser corporal[11].
Venimos de una larga tradición dualista donde el cuerpo y el “alma” eran dos dimensiones irreconciliables y además jerarquizadas y moralizadas. Hoy se va abriendo paso cada vez más una antropología unitaria y holística dando fin a divisiones ancestrales que están más interiorizadas de lo que creemos
No tenemos un cuerpo sino que somos un cuerpo. Un cuerpo físico, sexuado, energético, un cuerpo con capacidad creadora, espiritual, pero un cuerpo.
Nuestro cuerpo es la presencialización de nuestra persona. El cuerpo nos posiciona y nos orienta, a través de él podemos aproximarnos y alejarnos de las personas y las cosas. Todo lo que acontece en nuestra vida pasa necesariamente por nuestro cuerpo. Éste está condicionado genética y culturalmente.
Somos un cuerpo necesitado: las necesidades son tanto física ( necesidades básicas de respiración, alimentación, cobijo, limpieza, salud, protección, descanso, confort, necesidades sexuales); como necesidades psíquicas, relacionales, espirituales, (necesidad de ser vist@s y reconocid@s en nuestro cuerpo, respetad@s, valorad@s en nuestra identidad sexual, necesitad@s de tacto y contacto, de "estar bien en nuestra piel", de ser felices, necesidad de libertad, de realizarnos como personas, de trascendernos y cultivar nuestro ser espiritual [12])
Todas ellas necesidades humanas. No hay necesidades "buenas" o "malas". Hay maneras sanas o insanas, humanizadoras o no de satisfacerlas. Es importante no moralizar las necesidades en sí mismas, sino ser conscientes de cómo elegimos satisfacerlas o frustrarlas y en función de qué. Hay algunas escuelas psicológicas, alguna de mucha influencia en la formación de la vida religiosa que habla de necesidades coherentes con la propia vocación y necesidades incoherentes, no estoy de acuerdo con esa afirmación, yo pienso que hay necesidades humanas y formas coherentes o incoherentes (según la propia vocación, sentido de la vida, valores) de satisfacerlas.
A la largo de nuestra vida vamos elaborando una determina relación con nuestro cuerpo donde los esquemas culturales, la formación recibida, los prejuicios sexuales, raciales, ideológicos de nuestro entorno van configurando nuestra imagen corporal a partir de cómo nos hemos sentido mirados. Cada cultura tiene sus modelos, juicios de valor y sus tabúes en relación al cuerpo. Nuestra relación con el cuerpo es tributaria de esa concepción.
¿Qué supone tomarnos en serio y desarrollar nuestro ser corporal personal y comunitariamente?:
· Tomarnos en serio el hecho real de que somos un cuerpo unificado, en unidad indisoluble psique-soma, soma-mente, soma-espíritu. Todo lo que acontece en nuestra vida, en cualquier nivel de nuestra persona acontece en nuestro cuerpo y éste guarda memoria de ello. No somos conscientes de que muchas veces somatizamos, desplazando a nuestro cuerpo vacíos existenciales, emociones reprimidas, conflictos no resueltos. Puede resultarnos más fácil curar una úlcera de estómago que enfrentarnos a nuestra culpa, a la enfermedad de la desestima propia, etc. El cuerpo reacciona entonces en una búsqueda compulsiva para colmar una carencia: bulimias, alcoholismo, tabaquismo, activismo, compulsión por el poder (bajo forma de “servicio” muchas veces) hambres variadas...) Este camino es herrado pues el placer inmediato sentido por la satisfacción de la necesidad, no consigue suprimir el vacío existencial subyacente. Cuidarnos supone aprender a curar la herida, la carencia donde ésta acontece y deshacer los nudos de resentimientos, dolor, frustración del presente y/o del pasado.
· Vivir conscientes de que somos un cuerpo sexuado. La educación afectivo-sexual ha sido una carencia notable hasta hace muy pocos años y de un modo especial esta carencia se ha notado en la vida religiosa. ¿Cuándo y con quién hablamos claramente de qué hacemos con nuestras necesidades sexuales, cómo las manejamos, qué cauces les damos?, ¿qué consciencia tenemos de la diferencia entre sublimar y reprimir?, ¿qué tiempo hemos dedicado en la formación a la sexualidad, sus dinamismos, su significado, su importancia en nuestras vidas?. El silencio, fruto de la permanencia del tabú sexual, es en el mejor de los casos la palabra más elocuente.
· Hacernos conscientes de cómo consideramos nuestro cuerpo y de cómo lo tratamos. Del modo como lo consideremos, así nos relacionamos con él. Si lo consideramos un amigo lo cuidaremos y respetaremos, si lo consideramos un objeto utilitario le concederemos el mínimo vital, nos ocuparemos de él sólo si la "maquina se estropea" y la llevaremos a reparar, si lo consideramos un enemigo lo maltrataremos o lo anestesiaremos, si es un desconocido, lo ignoraremos y descuidaremos, si lo deificamos habrá una excesiva sobrevaloración y le prodigaremos unos cuidados exagerados. ¿Qué consciencia hay en la vida religiosa de que somos un cuerpo y de que la forma en que lo tratamos es expresiva de la forma de tratarnos a nosotros mismos?
· Asistirlo en la salud y en la enfermedad. De un modo especial es a través de nuestro cuerpo donde se pone de manifiesto la fragilidad humana. “La vida corporal es mortal; va perdiendo su capital energético, sus equilibrios, enferma y finalmente muere. La muerte no tiene lugar al final de la vida, sino que está ya presente desde el primer momento. Vamos muriendo lentamente hasta que morimos del todo. La aceptación de la mortalidad de nuestra vida nos hace entender de forma diferente la salud y la enfermedad.”[13].
Porque somos una unidad psicosomática cuando enferma nuestro cuerpo enferma nuestro ser entero, pues la enfermedad supone un daño a la totalidad de nuestra vida. La enfermedad nos remite a la salud, pero es importante revisar nuestro concepto de salud. La Organización Mundial de la Salud de la ONU la define así: “ La salud es un estado de bienestar total, corporal, espiritual y social, y no sólo la ausencia de enfermedad y de debilidad”. Leonardo en el libro que estoy comentando se aleja de esta definición por considerarla no realista ya que no es posible la existencia sin dolor y sin muerte. La vida siempre conlleva una parte de dolor, debilidad y sobre todo las muertes continuas del camino. La salud no es para Boff un estado sino un proceso permanente de búsqueda de equilibrio dinámico de todos los factores que componen la vida humana, factores que están al servicio de la persona para que tenga fuerza de ser persona autónoma, libre, capaz de amar en las diferentes situaciones de su vida: en salud y en enfermedad. Capaz da coger la vida tal como ésta se la presenta.
“Salud y curación designan un proceso de adaptación y de integración de las más diversas situaciones, en las cuales se producen la salud, la enfermedad, el sufrimiento, la recuperación, el envejecimiento y el tranquilo caminar hacia el gran paso de la muerte… Ser persona no consiste simplemente en tener salud, sino en saber afrontar «saludablemente» la enfermedad y la salud. Estar sano significa tener un sentido de la vida que englobe la salud, la enfermedad y la muerte. Alguien puede tener una enfermedad mortal y, a la vez, estar sano porque con esa situación de muerte crece, se humaniza y sabe dar sentido a lo que padece.
Como dijo un conocido médico alemán: «La salud no es la ausencia de enfermedad. La salud es la fuerza de vivir con esa enfermedad». La salud es acoger y amar la vida tal como se presenta, alegre y laboriosa, saludable y enfermiza, limitada y abierta a lo ilimitado que vendrá más allá de la muerte”[14].Si esto es, ¿qué significa asistir a nuestro cuerpo? Implica cuidar de la vida que lo anima y cuidar del conjunto de las relaciones con la realidad circundante, relaciones que tienen que ver con la higiene, la alimentación, el aire que respiramos, el ejercicio físico que hagamos, nuestra forma de vestir y de organizar el tiempo, la casa en la que vivimos, la integración en un determinado espacio ecológico, el modo de equilibrar trabajo y descanso… pero también tiene que ver con cómo asimilamos lo que nos va ocurriendo en la vida, éxitos y fracasos, enfermedad y salud, encuentros significativos y crisis existenciales…Así iremos cultivando la dimensión saludable de nuestra vida.
· Gestionar nuestra salud psicosomática y eso es algo más que obtener un bienestar corporal. En esta gestión hay necesidad de un equilibrio entre las fuerzas y energías que desgastamos y las fuerzas disponibles en cada etapa de nuestra vida. Las fuerzas disponibles, es decir el caudal energético de nuestro cuerpo, provienen del capital genético, y de la reconstrucción energética aportada por la alimentación, los ejercicios físicos, el sueño, la distensión....Si no hay equilibrio se llega al agotamiento al deterioro de nuestra salud. Queremos la salud del cuerpo sin renunciar a ideas, emociones, conductas que la perjudican y dañan. Cuidar nuestra salud psicosomática supone hoy ser consciente de que no sabemos equilibrar trabajo- descanso, “homo faber”- “homo ludens”. El trabajo, el activismo, el no parar nunca de hacer cosas, muchas veces, termina siendo una compulsión que nos esclaviza, una compensación de otros vacíos interiores que al final termina convirtiéndonos en objetos de producción, rendimiento y así obtenemos no solo remuneración sino reconocimiento social. La sensación de “ser una máquina de trabajar que se valora por su rendimiento” la he escuchado muchas veces a religiosas de diversas edades con pena y resentimiento
· Cuidar nuestro cuerpo es realizar en él nuestra vocación espiritual.[15] Fruto de una tradición dualista solemos asociar por contraposición la palabra cuerpo a espíritu. Esta dicotomía nos ha hecho mucho daño y nos resulta aún hoy difícil unir la palabra espíritu, trascendencia al cuerpo. Se ha vinculado "espiritual" con no material. Como si para ser "espirituales” tuviéramos que abandonar el cuerpo y sus necesidades. El cuerpo es sospechoso o por la ley del péndulo un ídolo. Urge recuperar la consciencia de que el cuerpo humano no solo es materia, sino lugar donde se verifica la verdad del espíritu. Realizamos en nuestro cuerpo nuestra vocación:
û Cuando creamos actitudes y conductas justas, serviciales, misericordiosas, comprensivas, libres, fraternas
û Cuando no nos dejamos convertir en objeto y no convertimos a I@s otr@s en objetos.
û Cuando no sólo no hacemos del cuerpo un obstáculo para la oración sino el lugar donde acontece la oración.
û Cuando descubrimos que no tenemos otra manera de vivir la espiritualidad si no es en, con y desde el cuerpo que somos.[16]
3.2 Somos un yo psíquico, afectivo-sexual. El cuidado de nuestro psiquismo, la salud psicológica y la educación de nuestro mundo emocional.
Cuando hablo de nuestro mundo psíquico me refiero a nuestro concepto del yo, a nuestra identidad psíquica, a nuestro mundo emocional.
Son muchas las causas ajenas a nosotros mismos que pueden provocar disfunciones en nuestro psiquismo, pero también es mucho lo que podemos hacer para cuidarlo.
Cuidar nuestro psiquismo nos compromete a:
· Cultivar la consciencia lúcida para conocer la verdad de nuestra realidad. Esto significa crecer en lucidez y consciencia de la propia verdad y poder elegir construirse uno así mismo desde dentro, que no es “pasar” de la realidad, ni de los demás, sino no dar a los otros la llave de la propia identidad, de la propia vida, de la felicidad. Ser conscientes, para no alienarnos en el desconocimiento de nuestras necesidades, de los auténticos dinamismos de nuestra vida, de nuestros deseos, valores reales desde los que organizamos el tiempo, la energía, el dinero. Y todo eso acontece en el encuentro con los otros, con la realidad. [17]
Y no hay consciencia lúcida sin momentos de sosiego, silencio y soledad buscada. Nuestro psiquismo se agota si no nos tomamos tiempo para nosotros mismos, para frenar el ritmo del hacer, servir, atender a los demás y buscamos un espacio nuestro para relajarnos, cultivar la consciencia de nuestro ser, meditar, escribir, leer sosegadamente… es decir para procurarnos un tiempo de vuelta a nuestro interior y escuchar cómo estamos, qué sentimos, qué deseamos, qué nos está pasando… Estos son momentos privilegiados para fortalecer y cuidar la propia identidad, para no ser extraños a nosotros mismos.
Este camino de consciencia lúcida es una larga travesía de honradez y fidelidad a la verdad personal, comunitaria y social. Pide de nosotros trabajar por vivir despiertos, ni alienados, ni dormidos. [18]
· Acercar cada vez más la imagen ideal de nosotros mismos a la imagen real, a la verdad de nuestras posibilidades y límites. No vivir de fantasías de omnipotencia o impotencia, sino desarrollando nuestra propia potencialidad. Trabajarnos para aceptar el propio ser real, corporal, histórico, sexuado, con sus posibilidades y sus límites. Y ésta no es sólo una tarea personal sino fundamentalmente una tarea relacional. Una comunidad donde la crítica, el juicio condenatorio, el cotilleo, las etiquetas, las envidias no identificas están a la orden del día no posibilita a sus miembros vivir en verdad, aproximar cada vez más la imagen de sí mismo a la realidad sino que por el contrario sólo desarrollará en sus miembros mecanismos defensivos que terminan contaminando las relaciones interpersonales, y provocando múltiples disfunciones comunitarias.
· Someter a crítica la identidad sexual asignada. [19] Para que eso pueda ser verdad necesitamos descubrir los introyectos, es decir ser consciente de los modelos de identidad interiorizados para acogerlos libremente o rechazarlos. Darse cuenta de que la identidad sexual asignada está profundamente condicionada por los estereotipos de género que nos han aplicado a las mujeres y a los varones unas cualidades, valores, símbolos, roles que, en definitiva, nos han empobrecido a tod@s y han generado desigualdades injustas contra las que tenemos que seguir luchando si queremos ser fieles a la construcción de una comunidad de iguales tal como Jesús la formó en su entorno y la propuso a sus seguidores.
· Reconciliarse con la propia historia. Trabajar nuestro psiquismo para sanar las heridas y la memoria, liberarla de su carga destructiva. [20] Soltar los resentimientos que son atascos en el proceso de ser uno mismo y poder perdonar y/o perdonarse. [21]
· Desarrollar el amor a un@ mism@,[22] no porque narcisistamente nos sentimos personas buenas, perfectas, bellas, sino porque sólo se puede amar con verdad lo que realmente somos, con nuestras cualidades y defectos. Amarse a sí mismo tiene que ver con saber mirarse con ternura, calidez, comprensión. Con aprender a alegrarnos de nuestros triunfos, cualidades, conquistas y mirar con misericordia esperanzada nuestros fallos y errores. Tiene que ver con irnos encontrando cada vez más a gusto en nuestro propia piel. El camino para aprender la sabiduría del cuidado de nosotros mismos pasa necesariamente por la reconciliación y amor compasivo y tolerante con un@ mism@; se crece desde de unificación y el amor, no desde la culpa, el rechazo, el idealismo o el voluntarismo estéril. Sólo desde el amor a uno mismo es posible amar de verdad a los demás. Cultivar una sana autoestima es un ingrediente necesario para llegar a ser uno mismo. El amor a uno mismo se expresa de muchas maneras, algunas de sus manifestaciones son: la capacidad para concedernos libertad de experiencia emocional, saber responsabilizarnos de nuestras vidas, de nuestras elecciones, asumir que nadie tiene que hacerse cargo de la satisfacción de nuestras necesidades, asumir nuestras frustraciones y fracasos; darnos derecho a equivocarnos y aprender de los propios errores.
· Practicar la sabiduría de reconocer y encauzar nuestras emociones. Las emociones son señales de nuestro psiquismo, son manifestación de que estamos vivos, conscientes, que sentimos y nos dejamos afectar por la realidad. Reconocer las señales que nos envían las emociones para poder darles el cauce oportuno es una de las maneras más certeras de cuidar la salud de nuestro psiquismo. [23] Todas las emociones que nos acontecen son verdad, pero no todas son adecuadas y proporcionadas a la realidad que teóricamente las provoca, saber acogerlas, poder distinguirlas y encauzarlas en la dirección de la vida y el amor es la gran sabiduría que tenemos que aprender. En la mayoría de los casos somos casi analfabetos en la sabiduría de manejar adecuadamente nuestras emociones. En lenguaje cotidiano se trataría de saber cuidar el corazón: alimentarlo con emociones reconfortantes, con relaciones afectivas nutrientes, protegerlo de quien pueda hacerle daño, herirlo o culpabilizarlo insanamente, darle libertad de experiencia emocional, dejarlo sentir, sienta lo que sienta, sin reprimir, moralizar o culpabilizar las emociones; protegerlo en su vulnerabilidad para que no se rompa, pero tampoco se endurezca o se cierre a la vida.
· Saber gozar es una de las características de la persona madura. [24] Este aprendizaje tiene que ver con cultivar nuestra capacidad para integrar el placer en la vida, con el desarrollo de la capacidad lúdica, festiva, con saber disfrutar del juego, la fantasía, la fiesta, el arte. Disfrutar del placer por sí mismo, sin que sea para nada más que gozar. El placer en sí es expansivo y tiende a ser compartido. Tenemos una gran necesidad los cristianos, y de un modo especial en las comunidades religiosas de reconciliarnos con el placer y saber vivirlo sin tabúes ni idolatrías, sino como un lugar de expansión espiritual. Cuidar nuestra capacidad de gozar pasa primero por revisar la antropología dualista en la que hemos sido formados, y sobre todo por aprender a hacernos hombres y mujeres degustador@s de la vida cotidiana: del placer del encuentro corporal amoroso y placentero, del sabroso gozo de ser y de ayudar a ser, del trabajo que nos hace sentirnos realizados y fecundos, del buen sabor de boca que deja el cultivo de la amistad, la experiencia de participar en las luchas por conquistas comunitarias de liberación, por el reconocimiento de derechos fundamentales para tod@s , por el gozo de trabajar en la satisfacción de las necesidades básicas de tantas personas que no las tienen cubiertas…Necesitamos aprender la sabiduría de convertirnos en luchador@s festiv@s, danzador@s de la vida, a pesar de todo.
· Saber integrar la frustración y el dolor. .[25] En esta tarea del cuidado de si mismo y de los demás, nada más difícil que aprende a cuidarnos cuando el dolor y la muerte nos visitan. ¡Qué difícil la tarea la de integrar el dolor y la(s) muerte(s)! ¡incómodos, duros, inseparables compañeros de camino! ¿Cómo saber cuidar/nos en esos momentos?, no hay recetas sino modestos senderos. Ante el dolor (en sus múltiples manifestaciones: físico, psíquico, moral, el dolor del adiós, el dolor de nuestros seres queridos, el dolor de nuestro mundo, de los pobres y abandonados)...no huir de él, pero tampoco instalarnos bajo su sombra; afrontarlo, es decir ver si algo podemos hacer para disminuirlo o erradicarlo; dejar al llanto su palabra; buscar ayuda en quienes nos quieren y pueden acompañarnos en nuestro dolor; o saber permanecer silenciosamente solidarios junto al que sufre; confiar en la fuerza interna del corazón humano y esperar que el Dios la vida nos “resucite” para poder volver a decir “hola” de nuevo a la vida.
· Saber cuidar nuestra gran travesía, la muerte.[26]
La muerte natural del ser humano no viene de fuera sino que es un proceso interior de la propia vida que consiste en la pérdida progresiva de la fuerza vital.
Depende de nuestras creencias sobre lo que es el ser humano y su destino definitivo así afrontaremos la muerte. Sin duda que morir y sobre todo ver morir a los seres queridos es siempre una experiencia difícil de afrontar, es el adiós más difícil de decir, es importante prepararnos, cuidar esa travesía hacia la muerte, es una travesía inevitable y pocas veces afrontamos cómo cuidarla. Sigo en este apartado la visión que nos ofrece Leonardo Boff en su libro el cuidado esencial por su perspectiva holística y esperanzadora.
La muerte es el fin del camino en nuestro mundo espacio temporal, es la muerte para nuestro ser cuerpo pero no para nuestro ser espíritu.
Para nuestro ser espiritual comienza entonces una etapa nueva libre de las ataduras y su impulso interior puede realizarse plenamente. Es entonces cuando nuestra inteligencia podrá ver con claridad a plena luz y nuestra voluntad ya no estará condicionada y podrá vivir la comunión con todo: los otros, las cosas, el mundo, Dios.
En la muerte tiene lugar el verdadero nacimiento del ser humano.
Esta creencia pervive en todas las religiones.
Nuestra fe cristiana le llama Resurrección: el verdadero nacimiento a una vida nueva plena de hijos y hermanos. El nacer de una “criatura nueva”.
“Desde esta perspectiva no vivimos para morir. Morimos para resucitar, para vivir más y mejor. La muerte significa la metamorfosis hacia ese nuevo “modo de ser” en plenitud. El sentido que demos a la vida depende del sentido que damos a la muerte…si la muerte es el “final-meta-alcanzada” entonces significa un peregrinar hacia la fuente. Como dice Leonardo “la muerte pertenece a la vida y representa la sabia manera que la vida misma descubre para alcanzar una plenitud que se le niega en este universo, demasiado pequeño para su impulso y demasiado estrecho para sus ansias de infinito. Sólo el Infinito puede saciar una sed infinita. Cuidar de nuestra gran travesía supone interiorizar una comprensión esperanzadora de la muerte. Es cultivar nuestro anhelo del Infinito, impidiendo que se identifique con objetos finitos. Es meditar, contemplar y amar al Infinito como nuestro verdadero Objeto de deseo. Es creer que, al morir, caeremos en sus brazos para el abrazo sin fin y para la comunión infinita y eterna. En definitiva, es realizar la experiencia de los místicos: la vida amada en el Amado transformada
· Saber decir “yo”-“tú”-“nosotr@s” [27]. El dinamismo madurativo de nuestro psiquismo comienza por aprender a decir “yo”: eso pasa por un proceso de identidad y de separatividad, es decir un proceso de autonomía y libertad Después de decir “yo” es imprescindible decir “tu”: si hemos roto nuestros cordones umbilicales, y hemos abandonado la búsqueda de úteros protectores podremos decir “tu”, reconocer al otro como sujeto de derechos, distinto de mí y distinguirlo de la gratificación que me produce. Saber ser yo ante el otro y con el otro, incluso podríamos decir “tuificar” las cosas y los trabajos. En definitiva pasar del egocentrismo al heterocentrismo de ver a los demás como fuentes de satisfacción de mis necesidades a tener capacidad de participar en la vida de los otros, de sus ideales, valores, necesidades, derechos como algo distinto de mi pero dentro de mí. No termina la construcción de nuestro ser en el yo-tu es necesario pasar al “nosotros”: asumir la larga tarea de socializarnos y comprometernos. Trascender y ampliar el yo-tu para sentirnos miembros de una comunidad, saber construir comunidad allá donde estemos; Comprometernos con los desafíos de la historia para hacer de la humanidad una comunidad de hermanos y del cosmos un lugar respetado en sí mismo y un espacio habitable.
3.3 Somos un yo relacional.
No es posible ser uno mismo sino es en relación. No es posible saber quiénes somos sino es en referencia a lo que las personas que viven con nosotros y nos conocen nos devuelven de cómo nos perciben y de las consecuencias de nuestras conductas. Las relaciones nos han constituido desde el seno de nuestra madre y son las primeras relaciones con las figuras materna y paterna las que de un modo muy fundamental han configurado nuestra visión del mundo y nuestro mundo afectivo-relacional.
Esas primeras relaciones no han sido elegidas y por tanto sólo podemos agradecerlas o integrarlas en la vida dolorosamente pero a lo largo de nuestra vida podemos ir configurándonos como seres capaces de establecer relaciones constructoras.
La vida comunitaria ofrece una ocasión privilegiada para construirnos como seres relacionales pero también es un lugar de especial desgaste y conflicto. Saber cuidar nuestro ser relacional y construir relaciones reconstructoras es la gran sabiduría de la vida fraterna y también podría ser el gran testimonio cristiano a una sociedad individualista e insolidaria: es posible vivir la vida comunitariamente. Saber ser seres comunitarios y solidarios es fuente de humanización y de felicidad.
¿Cómo cuidar nuestro ser relacional?
Si tuviera que elegir cuatro pares de palabras dialécticamente entendidas para expresar este don y esta tarea que es cuidar nuestra dimensión relacional elegiría las siguientes: autonomía referencial; respeto y defensa; vínculo e independencia; amor y libertad. Soy consciente de que este cuarteto no es el más alabado ni potenciado en nuestras comunidades cristianas.
û Autonomía referencial: el proceso de maduración comienza con el paso del yo al tu. Ese proceso supone saber decir yo y para ello es imprescindible hacer verdad psicológicamente lo que acontece en el nacimiento: la ruptura del cordón umbilical y empezar a vivir como seres separados, autónomos pero siempre sabiéndonos seres en referencia. [28] El ombligo es la señal de esa referencia fundante no solo con la madre sino con los otros y para los creyentes con Dios como Referencia Primigenia.
Cuidar nuestro ser relacional es educar nuestro deseo de fusiones indiferenciadas y de relaciones totalizantes. Abandonar las fantasías de úteros protectores y saber vivir acogiendo la soledad que eso conlleva. Asumir que nunca vamos a ser todo para nadie y nadie va a ser todo para nosotros, ni en celibato, ni en vida de pareja. Aprender a vivir como seres separados y al tiempo viviéndonos en referencia atenta, respetuosa y compasiva.
û Respeto y defensa. Cuidar y madurar nuestro ser en relación es saber compaginar adecuadamente el respeto a los otros y el respeto a uno mismo. Es este un difícil equilibrio: por un lado respetar a los demás y escuchar sus necesidades y por otro no dejar que los otros y sus necesidades y demandas nos invadan, manipulen y nieguen, de hecho, nuestros derechos. Podemos renunciar libremente y por amor a ellos, pero no dejar que nos los nieguen o arrebaten. Respetarnos a nosotros mismos supone saber decir no sin sentirnos culpables; reconocernos el derecho a expresar nuestras emociones y defendernos cuando se nos agrede o impide ser nosotros mismos. ¡Difícil sabiduría ésta de aprender a cultivar la capacidad para defender los propios derechos y luchar en la defensa de los derechos de los otros porque sus derechos también son nuestros!
û Vínculo e independencia. Otro binomio especialmente difícil de aprender: saber vincularse profundamente sin crear dependencias, no temer el sentir al otro como carne propia y al tiempo saber que él es un ser libre e independiente. Cultivar nuestras relaciones para saber vivir con una proximidad que vincula, alimenta, da sentido a la vida, la hace más humana y al tiempo no tratar a nadie como objeto que utilizo o del que dependo y no dejarme utilizar, forma parte de este aprendizaje del cuidado de sí mismo y de los demás.
û Amor y liberad. El objetivo final de una vida con sentido no es vivir para sí, sino saber vivir con un “para” que nos trasciende. Cuidar nuestro ser relacional es sobre todo aprender a amar en todos los registros en los que puede pronunciarse la palabra amor: amor materno-paterno-filial; amor de amistad, amor de pareja, amor de servicio; amor a sí mismo a los otros, a las “cosas” y proyectos, a Dios. Es este un largo proceso que dura toda la vida: saber amar y dejarse amar sin depender, sin entrar en confluencia, sabiendo contactar y retirarse, sentirse miembro de una familia, de una comunidad, de un pueblo, de toda la humanidad, del cosmos y por eso mismo comprometido. Saber trabajar con otros en los desafíos y retos de la historia.
û Todo este camino del cuidado de nuestro ser relacional no se realiza sin aprender a afrontar los conflictos relacionales. Es difícil aprender a encajar las diferencias, asumir las frustraciones de que los otros no son como a mí me gustaría que fueran, ni están ahí para satisfacer mis deseos, los demás igual que yo mismo, son vulnerables y limitados y por tanto se equivocan, sufren y hacen sufrir muchas veces inconscientemente
3.4 Somos un yo racional. Cómo cuidar nuestras ideas para hacerlas más realistas, lúcidas, capaces de alimentar nuestras opciones fundamentales.
No somos sólo “un animal racional” pero sin duda nuestra capacidad de pensar, de crear, es un rasgo distintivo de la humanidad. Para nadie es un secreto que nuestro cerebro es el gran ordenador central de nuestra vida y quizá no somos suficientemente conscientes de cómo nuestros pensamientos, nuestras creencias configuran nuestra vida. La corriente psicoterapéutica cognitiva tiene en esta afirmación su fuerza y su método de trabajo.[29]
¿Cuidamos nuestra vida mental? Es decir:
û ¿Sabemos captar y someter a crítica nuestros pensamientos automáticos para confrontarlos con la realidad? Sin una mínima capacidad de interiorización no podemos ser conscientes de los pensamientos automáticos que tenemos introyectados, aprendidos, tragados, y muchas veces no digeridos ni siquiera explicitados. Vivimos muchas veces de creencias ajenas nunca contrastadas, de pensamientos irracionales no confrontados con la realidad que nos hacen mucho daño. Confundimos espontaneidad con libertad y muchas veces las conductas más espontáneas tienen detrás pensamientos aprendidos pero no elegidos, no discernidos, pensamientos que provocan en nosotros sentimientos que a su vez inducen conductas. Es muy importante hacernos conscientes de este proceso aparentemente tan simple pero complejo y difícil, proceso, como he dicho antes, muy bien expuesto y trabajado por la corriente cognitivo-racional. Eso supone aprender a hacer pequeños parones de consciencia para darnos cuenta qué hay entre un acontecimiento y la emoción que nos provoca, qué nos “hemos dicho”, a veces en décimas de segundo, cómo hemos interpretado la realidad para comprender que difícilmente podremos cambiar nuestras emociones si no cambiamos la interpretación que estamos haciendo de la realidad. Acercar cada vez más la palabra adecuada y elegida a la experiencia que acabamos de vivir es una manera de cuidar nuestro equilibrio mental y emocional.
û ¿Alimentamos las creencias desde las que queremos vivir y hemos hecho una opción de vida? Las opciones fundamentales de la vida que brotan de nuestros compromisos éticos, espirituales, religiosos necesitan ser cultivadas, alimentadas personal y comunitariamente y más cuanto más contraculturales sean, necesitamos sentirnos apoyados en comunidades referenciales donde cada un@ pueda sentir plausible su propia creencia y compromiso de vida. Sin estos presupuestos es casi ilusorio poder vivir en coherencia con las opciones de vida. Si nos referimos a la fe cristiana: ¿qué hacemos personal y comunitariamente para ir haciendo nuestra la revolución de vida y de valores que nos presentan los Evangelios?; ¿cómo acoger ese “extraño” universo de valores y significados para dejarnos transformar por él? He aquí un nuevo reto que tenemos delante: buscar cómo, cuándo y dónde vamos a alimentar, cuidar, las creencias y los valores desde los que queremos vivir.
û ¿Cultivamos el placer de pensar, crear, buscar la verdad, estudiar, simbolizar? No sé por qué creo que cada vez más somos consumidores pasivos de pensamientos, verdades, símbolos ajenos, bien programados por la sociedad de consumo, que agentes de nuestro pensar, crear, buscar la verdad que nos convence, disfrutar de la creación simbólica que nos expresa. No nos vendría nada mal volver a leer más buena literatura, estudiar un poco más y en profundidad, dedicar tiempo a pensar por mí mismo a partir de lo escuchado, buscar símbolos que nos expresen, cultivar nuestra creatividad seguro que eso nos ayudaría a cuidar la riqueza de nuestro mundo intelectual y aprenderíamos a disfrutar de la riqueza que albergamos mas que de consumir pasivamente riqueza o basura ajena. Este proceso no es un camino solitario sino comunitario, necesitamos hacerlo con otros, buscar conjuntamente, contrastar opiniones, confrontar ideas.
û ¿Transformamos nuestro trabajo y nuestro hacer en la historia en un lugar de desarrollo gozoso de nuestro ser y al tiempo en una aportación a la construcción de un mundo más justo? Freud decía que una persona madura es la que sabe amar y trabajar. El cuidado de nosotros mismos exige cuidar nuestro ser “homo faber” y, como ya dije anteriormente, saber integrarlo con nuestro ser “homo ludens”, es decir si practicamos el equilibrio necesario entre trabajar y descansar. Eso supone preguntarnos si nos preparamos adecuadamente para ejercer nuestra profesión (sea la que sea) con seriedad, eficiencia, profesionalidad, y sentido ético; si aprendemos a gozar con nuestras actividades cotidianas, si buscamos inteligentemente cómo convertir nuestro trabajo, nuestro hacer, en un despliegue gozoso de nuestras habilidades y potencialidades y al tiempo en una aportación, modesta pero real, en la construcción de otro mundo más fraterno, mas justo, más solidario.
3.5. Somos un yo espiritual capaz de vivir una opción religiosa. El cuidado de la dimensión ética, estética, trascendente, creyente.
Cuando hablo de nuestro yo espiritual me estoy refiriendo a una dimensión profundamente humana, patrimonio de toda la humanidad, a nuestra capacidad de trascender las realidades puramente materiales para abrirnos a los valores espirituales. [30] Me refiero a la dimensión ética, estética, a la capacidad humana de vivir desde proyectos de sentido, a la posibilidad de salir de sí y abrirse al otro distinto, pero no ajeno.
Los seres humanos podemos vivir la experiencia mística de traspasar las fronteras de la propia piel para abrirnos a los demás y reconocer con asombro agradecido que todo otro es “carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gn 2,23) y que cerrarme al hermano es cerrarme a mi propia carne (Is.58, 7). Nos descubrimos entonces miembros de un cuerpo social, formando parte de toda la humanidad incluso del planeta, donde nos reconocemos deudores de todo lo que el cosmos en su proceso evolutivo nos ha proporcionado. Ser un cuerpo social, un cuerpo planetario no es una metáfora sino una vocación profundamente humana: llegar a sentir el gozo y el dolor de otros cuerpos como si fuera el propio, romper las pequeñas fronteras de nuestra piel y trascendernos.
Porque somos seres espirituales podemos vivir una opción religiosa, es decir abrirnos libre y conscientemente a una llamada, acoger como respuesta a las grandes preguntas de nuestra vida la Palabra de Dios y prestar a esa palabra nuestro asentimiento, una acogida que compromete nuestra vida.
¿Cómo podemos cuidar nuestra persona verificando nuestra vocación espiritual y religiosa? o dicho de otra manera: ¿cuándo y cómo nuestro cuerpo se hace espiritual?
û No cuando dejamos de ser seres corporales, sino cuando somos unificadamente fieles a toda nuestra verdad que nos alude como personas individuales y concretas y nos trasciende. Es decir cuidamos nuestro ser espiritual cuando nos esforzamos por madurar en armonía con todas las dimensiones de nuestro ser y somos capaces de establecer diálogos conscientes y “democráticos” entre nuestras necesidades, deseos, valores y creencias.
û Cuando buscamos respuesta a los grandes interrogantes de la vida, aprendemos a vivir desde la hondura preguntándonos no sólo para qué sirven las cosas sino cuál es el sentido de la realidad total y de nuestra vida personal y social, por qué hay algo y no nada, para qué estamos en esta vida. Preguntas que han acompañado al ser humano desde siempre y que están en el origen de la filosofía y de todas las religiones.
û Cuando somos capaces de apreciar gustar, valorar la belleza cuidamos nuestro ser espiritual y también cuando luchamos para que ésta no sea patrimonio de unos pocos, ni esté asociada al consumo insolidario sino como un don que la Vida nos ofrece de manera gratuita en la naturaleza y que algunas personas nos regalen con su creatividad.
û Cuando cultivamos la dimensión simbólica de nuestra vida, somos capaces de recrear significados e inventar símbolos, celebrar la vida y la fe. Cuando no nos conformamos con los hechos tal como se muestran sino que descubrimos en ellos valores y significados, las cosas las realidades son más que simples cosas tienen capacidad para trasmitirnos mensajes si somos capaces de captarlas.
û Cuando cultivamos la coherencia, y vamos sabiendo ajustar, modesta pero realmente, la vida a los por qués y para qué que dan sentido a nuestra vida, a los valores que hemos elegido como referenciales, a las creencias que hemos acogido como opciones de vida.
û Cuando cultivamos la dimensión ética de nuestra vida, vivimos desde los valores fundamentales que hemos elegido como configuradores de nuestro ser, cuando ejercitamos bien nuestra libertad, tenemos sentido del deber y asumimos nuestras responsabilidades personales y sociales. Cuando desde nuestro mundo de valores creamos utopías transformadoras de la realidad capaces de movilizar nuestras vidas en esa dirección.
û Cuando nos abrimos al Misterio de la vida que llamamos Dios, Totalidad, Realidad como fuente y meta de la Vida , cuando acogemos su Palabra y dando nuestro asentimiento libre, nos dejamos configurar por ella, y sabemos abandonar nuestra vida en sus manos confiada y gozosamente.
û Cuando desde la fe cristiana que profesamos elegimos vivir desde y para el amor y nos hacemos conscientes de que mientras no hagamos visible y operativo nuestro amor a los demás, a través de nuestro cuerpo, no haremos posible al ser humano cabal y a la creación entera y por tanto no haremos creíble al Dios de la encarnación que profesamos con nuestras palabras. Es decir cuando, a través de nuestro cuerpo, nos convertimos en testigos visibles del Dios invisible pero encarnado en la historia.
4. –SABIDURÍA CRISTIANA DEL CUIDADO DE SI MISMO.
Todo lo dicho hasta ahora es un don y una tarea profundamente humana y por eso mismo cristiana. Al explicitar ahora la dimensión cristiana sólo quiero añadir que esta sabiduría del cuidado de uno mismo y de los otros podemos cultivarla y practicarla al “aire de Jesús” es decir a su estilo. Sin caer en la ingenuidad de leer los evangelios como biografías de Jesús, sí podemos acercarnos a su persona tal y como nos lo presentan los evangelistas, para contemplar su modo singular de saber equilibrar el cuidado de sí mismo y de los demás.
Se trataría de dejarnos sorprender por esa difícil naturalidad con la que él supo compaginar cuidar de sí y de los otros. Mirarle para aprender a trabajar intensamente y descansar. No regateaba sacrificio en la entrega de sí a quien lo necesitaba y a la vez sabía dedicar tiempos y energía personal para cultivar la amistad entrañable, escandalosa incluso; llamaba a los suyos a descansar junto a él; sentarse sin mas al borde de un pozo y pedir a una mujer samaritana que satisfaga una necesidad suya; participar en banquetes, bodas, comidas festivas; dejarse besar y ungir por mujeres, unas profundamente amigas y otras de dudosa reputación; tener la osadía de invitarse él mismo a comer en casa de un recaudador de impuestos, perder el tiempo acariciando y conversando con niños… Tantas y tantas escenas de los evangelios donde vemos a Jesús sin prisa, mirando, contemplando, conversando, durmiéndose en una barca, comiendo y bebiendo, disfrutando.
Necesitamos volver los ojos al Evangelio y comprender de un modo nuevo qué significan las escenas de boda, fiesta, disfrute de la amistad y de la naturaleza del hombre Jesús de Nazaret; qué significan la abundancia de peces, pan, vino, niños abrazados por Él, mujeres que derraman perfumes valiosos sobre sus pies y los enjugan con su cabello. Nos es imprescindible recuperar la imagen de un Jesús feliz y no sólo la de un Jesús profeta y crucificado.
También observaremos cómo Jesús cultivó el silencio, la oración, los espacios para redimensionar su dimensión religiosa, para poder saborear la verdad profunda de su ser: hijo amado en quien su Dios Madre-Padre se complace; para aceptar dolorosamente el precio de su libertad y su amor. En esa experiencia profunda de encuentro místico con su Dios descubre, como no podía ser menos, que él y su Padre son una misma cosa y que es uno con toda la humanidad; por eso puede decir con verdad y desde su experiencia “lo que hagáis a uno de estos mis pequeños a mi me lo hacéis”.
A base de mirarlo largamente aprenderemos el cuidado de nosotros mismos, de los otros, de las cosas, los proyectos, la tierra y su biodiversidad al estilo de Jesús y podremos al fin ser testigos de esa difícil sabiduría cristiana de humanizarnos “al aire de Jesús”.
BIBLIOGRAFÍA
Recojo ahora en la bibliografía sólo algunos libros que intentan presentar un camino de integración de la madurez humana y espiritual y algunos otros que subrayan la importancia de la autoestima y el cuidado de sí mismo como camino de crecimiento y madurez psicoespiritual.
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û SANFORD, J. El acompañante desconocido, De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros afecta a nuestras relaciones, DDB, Bilbao, 1998.
[1] He escrito sobre este mismo tema y recojo aquí en parte algunas de aquellas aportaciones cfr. “Construirse como persona, crecer en humanidad” Cuadernos de formación permanente nº 11, 2005, 13-33
[2] Al hablar de búsqueda de felicidad me refiero no sólo a la experiencia de felicidad real, pero modesta, que personalmente podemos alcanzar cuando aprendemos a vivir sabiendo amar, disfrutando del trabajo y de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, asumiendo las frustraciones y los adioses de la vida, sino también a la consciencia dolorosa de que la felicidad personal no será completa mientras no alcance a toda la humanidad. Por eso en la búsqueda de la felicidad personal entiendo el compromiso de trabajar por una felicidad social y política.
[3] BOFF, L., El cuidado esencial. Ética de lo humano compasión por la tierra. Trotta, 2002
[4] Ibídem ,13-14.
[5] Ibídem 30
[6] HEIDEGGER, M. El ser y el tiempo, trad de José Gaos, FCE, 2000, 216. Citado por BOFF, L., ibídem 30 i
[7] BOFF, Dividen 15
[8] Quien esté interesado en profundizar el Jung puede acudir a la publicación de sus Obras completas que desde el año 1999 está haciendo la editorial Trotta, van ya por el tomo 14.
[9] Esta concepción unitaria la he desarrollado en el articulo: “Orar desde las relaciones laborales” es decir orar desde; el trabajo de ser yo misma; el trabajo de ayudar a ser; el trabajo de ser buscadores con otr@s; el trabajo de ser vigía; el trabajo de ser “tejedora”, “artesana” del Reino desde la cotidianeidad” en GOMEZ-ACEBO, I (ed.) Orar desde las relaciones humanas, DDB, 2001.133-186.
No me detengo en ofrecer mucha bibliografía sobre la concepción psicoespiritual que aquí esbozo porque he hecho una recopilación bibliográfica sobre “Nuevas formas de Espiritualidad” en Comunidades nº 104, (septiembre-diciembre 2001) 5-24 Fichero de Materias nº 104, PG 1-30. En realidad esta experiencia de unidad es la que ponen de relieve los místicos, lo expresa de un modo muy bello y asequible JÄGER, W en La ola es el mar. Espiritualidad mística DDB, 2002, y en su último libro A donde nos lleva nuestro anhelo, DDB, 2005.
[10] Recomiendo tres pequeños libros, pero llenos de sabiduría, en los que se presenta el cuidado de uno mismo como tarea espiritual y creyente: BONET, J. V. Se amigo de ti mismo, Sal Terrae, 1994, GRÜN, A. Portarse bien con uno mismo Sígueme, 2997; MÜLLER, W, cuida de ti mismo. Del arte de quererse bien, Sal Terrae, 2003; También recomiendo para personas que se dedican al cuidado de los otros entre otros: SANDRI, L. Ayudar sin quemarse. Cómo superar el burnout en las profesiones de ayuda. San Pablo 2005 (buena bibliografía) Monográfico “¿Quién cuida a los cuidadores?” Sal Terrae, Noviembre, 2005
[11] Me estoy situando desde una perspectiva integral psicoespiritual y para profundizar en ella recomiendo las lecturas siguientes, en las que me he inspirado: Algunas revistas monográficas: Concilium: “Cuerpo y Religión” nº 295 (Abril 2002); Iglesia Viva, “El cuerpo: construcción, dominación redención”. Nº 216 (2003), Crítica,” Somos un cuerpo”, nº 915, (Mayo 2004). GENDLIN, E. Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal, Mensajero, 1983; SIEMS, M. Tu cuerpo sabe la respuesta, Mensajero, 1991; GARCÍA- MONGE J.A. “Los ejercicios corporalmente espirituales” en psicología y Ejercicios, Sal Terrae, 1991, 304-305; y “Cuerpo” en Treinta Palabras para la madurez, DDB, 1997, 199-206; ALEMANY.C- GARCÍA, V. El cuerpo vivenciado y analizado, DDB, 1996. P.R.H. La persona y su crecimiento, PRH internacional, 1998, 3ª,96-104.
[12] Me sitúo en el concepto de necesidad de Maslow.
[13] BOFF, L., ibídem 117
[14] Ibídem, 118
[15] Sigo a GARCÍA-MONGE, J.A. o.c. 305-305. Yo mismo he desarrollado más ampliamente este aspecto en “Hacia una espiritualidad corporal”); Iglesia Viva”. Nº 216 (2003) 47-62, y más brevemente en “Hacia una nueva espiritualidad corporal” Crítica, nº 915, (Mayo 2004) 62-66; .,”El cuerpo y el encuentro con Dios” en SOTO VARELA, C (Ed.) He visto al que me ve, evd, Estella (Navarra), 2006
[16] Amplío y explicito este apartado en el apartado “somos un yo espiritual”.
[17] Dentro del campo de la psicoterapia es la corriente gestáltica la que más ha trabajado la consciencia el “awareness”” la palabra clave para la sanación del psiquismo humano. Para profundizar en esta corriente: PERS, F. El enfoque gestaltico, Cuatro vientos, 1974; PEÑARRUBIA, F. Terapia Gestalt. Alianza Editorial, 1999; GINGER, S – GINGER, A. La Gestalt , una terapia de contacto, Manual Moderno,1993
[18] Le debo a Anthony de Mello esta concepción de la espiritualidad como el “despertar”, el saber vivir lúcidos y conscientes, en sus cursos repetía con mucha insistencia: “despertar, esa es la espiritualidad”. Quien quiera profundizar en la rica sabiduría espiritual que nos ha dejado este maestro espiritual le recomiendo la impecable y cuidada edición que ha publicado la editorial Sal Terrae, seleccionando sólo los libros que él escribió directamente; DE MELLO, A.,Obras completas T.1 y 2, Sal Terrae, 2003.
[19] Es este un aspecto sobre el que urge reflexionar para descubrir las trampas, problemas y profundos condicionamientos con los que cargamos, de un modo especial las mujeres, por la identidad de género que se nos ha asignado. Alguna bibliografía para quien quiera profundizar sobre el tema: BIRULÉS-AMORÓS, Filosofía y género. Identidades femeninas; DALTO, F. La imagen inconsciente del cuerpo, Paidós, 1994; NAVARRO, PUERTO, M (Dir.) Para comprender el cuerpo de la mujer, evd, 1996 con una buena referencia bibliográfica. Para comprender la fuerza de los estereotipos de género en la utoimagen de las mujeres: KÖLBENSCHLAG, M. Adiós bella durmiente. Critica de los mitos femeninos, Kairós, 1993, con abundante bibliografía. También yo misma hice una breve aproximación a este punto en “Visibilidad-invisibilidad del cuerpo de la mujer” en Crítica, nº 893 (Marzo, 2002)40-42.
[20]. Para profundizar en esta importante tarea de sanar las heridas recomiendo: EVINE, P. A. Curar el trauma. Urano, 1999, MONBOURQUETTE, J. Crecer. Amar, perder… y crecer, Sal Terrae, 2001.MULLER, W. Vivir con el corazón. Las ventajas espirituales de haber conocido el sufrimiento en la infancia. Urano. 19997. PACOT, S. Evangelizar lo profundo del corazón. Aceptar los límites y curar las heridas, Narcea, 2001.P.R.H. La persona y su crecimiento, 1998, 179-187; 190-207.REDDEMANN, L. La imaginación como fuerza curativa. Cómo tratar las secuelas de un trauma a partir de los recursos personales. Herder, 2003.
[21] Un libro muy sencillo y práctico para hacer este proceso es el MONBOURQUETTE, J. Cómo perdonar. Perdonar para sanar, sanar para perdonar. Sal Terrae, 1995.
[22] Sobre autoestima hay hoy una bibliografía abundantísima yo recomiendo sólo dos autores entre nosotros José Vicente Bonet por su esfuerzo por integrar la autoestima dentro de la espiritualidad cristiana: BONET, J.V. Sé amigo de ti mismo. Sal Terrae, 1994., BONET J.V. Teología del “gusano”. Autoestima y Evangelio. Sal Terrae 2000. y Brandem un hombre que lleva más de 15 investigando en este tema recojo algunas de sus múltiples publicaciones traducidas al español: BRANDEN, M. Como mejorar su autoestima, Paidós, 1991; El poder de la autoestima. Paidós, 1997; El respeto hacia uno mismo. Paidós 1997; Los siete pilares de la autoestima. Paidós, 1999; La psicología de la autoestima. Paidós, 2001.
[23] Para afrontar la tarea de sanar las emociones sigo a: GREENBERG, L. Emociones: una guía interna, DDB, 2000; GRENBERG L.-. PAIVIO S. Trabajar con las emociones en Psicoterapia, Piadós, 2000; LEVY, N. La sabiduría de las emociones, Plaza Janés, 2001.
[24] He desarrollado lo referente a aprender a gozar en “Caminos, puentes tendidos, guías hacia una nueva espiritualidad” en Comunidades nº 104, (septiembre-diciembre 2001) 5-24, 20-24 donde también ofrezco una amplia bibliografía sobre este aspecto y en Sinite, nº 134 (septiembre- diciembre 2003)385-424, 413-418...
[25] . El tema de integrar el dolor y la muerte lo he desarrollado más ampliamente y de una manera existencial en “La droga en nuestra casa. Bajar a los infiernos” Sal Terrae, (Julio-Agosto 1997) 599-607.
[26] En este apartado sigo a Boff, L. o.c.,125-127
[27] Para una aproximación breve y clara de este proceso ver las palabras: “Yo”,”Tú”, “Nosotros” en GARCÍA-MONGE, J.A. Treinta palabras para la madurez, 61-84
[28] Un espléndido libro sobre este proceso madurativo es el de DOMINGUEZ MORANO, C. Los registros del deseo, DDB, 2001, 2ª.
[29] Casi todos los libros de autoayuda que están hoy en el mercado siguen de alguna manera esta corriente en auge hoy, para una aproximación rápida y sencilla: ELLIS, A. “una terapia breve más profunda y duradera, Paidós, 1999.