[Publicado en Cuadernos de Formación Permanente, n. 11, CCS, 2005].
El consejo de redacción de la revista me hizo el encargo de este artículo a partir de la constatación de un problema acuciante: vivir en comunidad hoy, en muchos casos, no nos está ayudando a crecer en humanidad, ni a hacernos más personas. Comparto la preocupación-constatación y a partir de ahí me pregunto: ¿por qué pasa esto?, ¿cuáles pueden ser las causas?, ¿hay algo que podemos hacer?, ¿qué?.
Intentar, modestamente, responder a estas preguntas es el objetivo de este trabajo.
1- UN PRIMER DIAGNÓSTICO
A la pregunta del por qué nuestras comunidades, fraternidades cristianas, muchas veces, no nos humanizan, no nos ayudan madurar como personas, no nos favorecen vivir más felices puede contestarse desde muchas perspectivas. Yo voy a situarme desde la perspectiva desde la que me muevo la psicoespiritual. Mi experiencia está centrada en el trabajo psicoterapéutico, en el acompañamiento personal y grupal, en ofrecer talleres de integración de madurez humana y cristiana y soy profesora de Psicología de la Religión. Situarme en esta perspectiva no es negar otras, ni absolutizar la que presento, es sólo ofrecer un lugar de análisis y unos caminos que puedan ayudar.
Contestar al por qué es hacer un diagnóstico, éste es siempre parcial y limitado.
Desde mi experiencia puedo afirmar que en muchas comunidades, fraternidades cristianas hacernos más human@s, crecer en madurez personal y grupal, ser más felices, preocuparnos por el propio cuidado y el cuidado de los demás miembros de la comunidad no son objetivos operativos prioritarios.
Puede ser que estén de fondo en algunos casos, pero la mayoría de las veces hoy las comunidades están tan preocupadas, en algunos casos, por la propia supervivencia del grupo: el número de vocaciones, las obras corporativas… en otros tan centrados en la tarea-misión, que se olvidan o marginan esos otros objetivos. Incluso diría más, para algunos grupos esos no serían objetivos propios de la vida religiosa, de las comunidades cristianas; para otros eso es “mirarse e ombligo” o centrarse en sí mism@s, vivir egoístamente.
Debajo de éstas posturas está el desconocimiento experiencial de que el amor, objetivo prioritario de la vida, es una realidad que sólo se puede vivir cristianamente en una triple dimensión: A Dios, sobre todas las cosas, al prójimo y a sí mismo.
No está integrada en la espiritualidad cristiana al amor a sí mismo, el cuidado de sí mismo, la responsabilidad personal sobre la satisfacción de las propias necesidades. Tampoco está integrada ni teórica, ni prácticamente la convergencia profunda entre madurez humana y madurez cristiana, que no es negar la originalidad del dinamismo cristiano, ni psicologizar la vida espiritual. Los dualismos ancestrales que aún permanecen en el subsuelo de nuestra concepción de la vida espiritual nos juegan muy malas pasadas.
Hay todavía muchas comunidades “especializadas” en buscar caminos para reforzar la fe, la vocación específica pero inexpertas en favorecer la salud integral de sus miembros. Comunidades desconocedoras de los dinamismos grupales y necesidades personales que están continuamente funcionando en nuestras interrelaciones. Comunidades dónde se obvian, se intentan negar o moralizar las necesidades y emociones de sus miembros como la necesidad de sentirse con algún tipo de poder en el grupo, la necesidad de reconocimiento y valoración, las envidias, los sentimientos de atracción y rechazo, los complejos, las dinámicas grupales que impiden la madurez. Se niega le existencia de adoctrinamientos que dificultan la autonomía y la libertad, de leyes y reglamentos que matan la vida o la paralizan. Hay que aprender a poner nombre lúcidamente a lo que pasa en una comunidad o le pasa a las personas de las comunidades sin moralizar, ni culpabilizar. La excesiva conciencia moralizadora impide muchas veces la “consciencia”.
Uno de los temas en los que yo he constatado una mayor carencia en miembros de comunidades religiosas y fraternidades cristianas tiene que ver, de un modo especial, con la responsabilidad en torno al cuidado de uno mismo y también, en muchos casos, en el cuidado mutuo de los miembros entre sí como si el cuidado y la preocupación tuviese que ver siempre con los de “fuera”, con las personas a las que hay que atender y servir en función de la misión. Más de una vez he escuchado en la consulta la queja amarga de algunas personas religiosas que lamentan no encontrarse entre los “marginados” a los que con tanta dedicación y abnegación se entrega su comunidad.
Sin duda que la vocación-misión cristiana está centrada en la lucha por la transformación de este mundo según el sueño de Dios revelado en Jesús y por tanto en la construcción de un mundo de hijos y hermanos. Pero eso ¿cómo va a ser posible lucharlo fuera si no somos capaces de vivirlo en las propias comunidades?, ¿cómo haremos creíble que trabajamos por la paz, la justicia, el cuidado por la satisfacción de las necesidades de los otros y la búsqueda de su felicidad si eso no es verdad en nuestras comunidades de referencia y/o pertenencia?.
A partir de este primer diagnóstico, parcial, pero creo que real, que el hacernos más humanos, trabajar en el propio cuidado y el cuidado de los hermanos de la comunidad no es un objetivo prioritario de muchas de nuestras fraternidades cristianas, voy a centrar mi aportación.
2- QUÉ ENTENDEMOS POR HUMANIZARNOS.
Esa sería una buena pregunta para empezar un diálogo comunitario, cuando hablamos de trabajar para que nuestras comunidades sean lugares donde nos humanicemos cada vez más ¿de qué estamos hablando?.
Hacernos más humanos es realizarnos, construirnos como personas, trabajar para desarrollar todas nuestras potencialidades, capacidades, cuidarnos para poder ser lo que estamos llamados a ser, intentar vivir lo más felices posibles, aprender a gustar el gusto por la vida…
Humanizarnos no es “angelizarnos” sino ser capaces de tomarnos en serio y cuidar nuestro ser total, sin dualismos. Es decir, saber desarrollar y cuidar nuestro ser en todas sus dimensiones: somos un cuerpo; somos un yo psíquico, afectivo sexual; somos un yo relacional; somos un yo racional; somos un yo espiritual capaz de vivir una opción religiosa.
Esta es una tarea personal: saber cuidarse cada uno a sí mismo en la dirección del crecimiento y maduración, saber hacer lo mismo con los demás miembros de la comunidad.
Es también una tarea comunitaria: sentirnos solidarios los miembros de las comunidades de este crecimiento, desarrollar la sabiduría del cuidado mutuo.
Es una responsabilidad de los gobiernos el saber revisar y adaptar las estructuras institucionales para incluir este objetivo, en relación a sus miembros, con el mismo celo que los objetivos relativos a la tarea y misión.
¿Qué pasaría en nuestras comunidades cristianas si comprendiéramos y practicásemos que el hecho de trabajar y cuidar la propia madurez, cuidar del desarrollo de los miembros de la comunidad, cambiar nuestras estructuras para favorecer este objetivo es una manera eficaz y real de hacer verdad el único mandamiento que nos dejó Jesús de amar a Dios, al prójimo y a uno mismo?.
3- CAMINOS HACIA LA SABIDURÍA DEL CUIDADO Y CONSTRUCCION DE NUESTRAS PERSONAS.
Esta sabiduría abarca el cuidado y atención tanto de nuestro propio crecimiento y maduración personal como el de los demás.
En nuestra formación cristiana se nos ha inculcado mucho el cuidado y atención a las necesidades de los otros, pero pocas veces hemos oído que cuidarnos a nosotros mismos es una manera eficaz de hacer verdad el mandamiento central de Jesús: “ama al prójimo como a ti mismo”. Durante siglos el “como a ti mismo” quedó olvidado, incluso denigrado. Para mucha gente, aún hoy, el amor a uno mismo es equivalente a egoísmo o narcisismo.
El desconocimiento de esta sabiduría del propio cuidado lleva a muchas personas a vivir para cuidar a los demás y terminan después quemadas y a veces amargadas.
Cuidar de nosotros mismos supone, en primer lugar, saber hacernos cargo de nuestras necesidades y deseos, priorizar cuáles vamos a satisfacer y cómo. Esto supone no responsabilizar a los demás, ni esperar que sean ellos los que cuiden de nosotros. Por supuesto que saber cuidarnos no significa no pedir y no acoger el cuidado de los otros.
Cuidar de los demás pasa por dejar ser a cada uno lo que es, darles derecho a ser lo que son, a buscar su manera peculiar de realizarse y madurar a su propio ritmo y estar atentos amorosamente a favorecer , acompañar y echarles una mano en su propio crecimiento, nunca suplantaros o imponerles nuestra manera de hacerlo.
Por último aprender esta sabiduría de favorecer el crecimiento personal y comunitario no es algo estático, ni preestablecido. Es una sabiduría que vamos aprendiendo a lo largo de nuestros procesos evolutivos, porque cada etapa del camino tiene sus necesidades y cuidados específicos. Es más, cada persona es única e irrepetible y es ella la que tiene que darse cuenta de cómo necesita cuidarse y ser cuidada.
Es esta una sabiduría que no nos han enseñado demasiado, que es difícil de aprender en los libros, sólo se aprende en la escuela de la vida. Supone el desarrollo de la sabiduría de cuidado integral de nuestro ser : cuerpo, psique, mente, relación, espíritu. Somos una unidad indisoluble pero por razones pedagógicas voy a ir desgranando cada una de las dimensiones de nuestro ser, sabiendo que nunca las vivimos aisladas, sino en interacción dialéctica difícil de explicitar. Nuestra mente necesita diseccionar para comprender, pero nuestro ser vive integralmente lo que vive y cada dimensión repercute y se entrelaza con todas las demás.
3.1 Somos un cuerpo. El cuidado y desarrollo de nuestro ser corporal
Venimos de una larga tradición dualista donde el cuerpo y el “alma” eran dos dimensiones irreconciliables y además jerarquizadas y moralizadas. Hoy se va abriendo paso cada vez más una antropología unitaria y holística dando fin a divisiones ancestrales que están más interiorizadas de lo que creemos
No tenemos un cuerpo sino que somos un cuerpo. Un cuerpo físico, sexuado, energético, un cuerpo con capacidad creadora, espiritual, pero un cuerpo.
Nuestro cuerpo es la presencialización de nuestra persona. El cuerpo nos posiciona y nos orienta, a través de él podemos aproximarnos y alejarnos de las personas y las cosas. Todo lo que acontece en nuestra vida pasa necesariamente por nuestro cuerpo. Éste está condicionado genética y culturalmente.
Somos un cuerpo necesitado: las necesidades son tanto física ( necesidades básicas de respiración, alimentación, cobijo, limpieza, salud, protección, descanso, confort, necesidades sexuales); como necesidades psíquicas, relacionales, espirituales, (necesidad de ser vist@s y reconocid@s en nuestro cuerpo, respetad@s, valorad@s en nuestra identidad sexual, necesitad@s de tacto y contacto, de "estar bien en nuestra piel", de ser felices, necesidad de libertad, de realizarnos como personas, de trascendernos y cultivar nuestro ser espiritual)
Todas ellas necesidades humanas. No hay necesidades "buenas" o "malas". Hay maneras sanas o insanas, humanizadoras o no de satisfacerlas. Es importante no moralizar las necesidades en sí mismas, sino ser conscientes de cómo elegimos satisfacerlas o frustrarlas y en función de qué.
A la largo de nuestra vida vamos elaborando una determina relación con nuestro cuerpo donde los esquemas culturales, la formación recibida, los prejuicios sexuales, raciales, ideológicos de nuestro entorno van configurando nuestra imagen corporal a partir de cómo nos hemos sentido mirados. Cada cultura tiene sus modelos, juicios de valor y sus tabúes en relación al cuerpo. Nuestra relación con el cuerpo es tributaria de esa concepción.
¿Qué supone tomarnos en serio y desarrollar nuestro ser corporal personal y comunitariamente?:
- Tomarnos en serio el hecho real de que somos un cuerpo unificado, en unidad indisoluble psique-soma, soma-mente, soma-espíritu. Todo lo que acontece en nuestra vida, en cualquier nivel de nuestra persona acontece en nuestro cuerpo y éste guarda memoria de ello. No somos conscientes de que muchas veces somatizamos, desplazando a nuestro cuerpo vacíos existenciales, emociones reprimidas, conflictos no resueltos. Puede resultarnos más fácil curar una úlcera de estómago que enfrentarnos a nuestra culpa, a la enfermedad de la desestima propia, etc. El cuerpo reacciona entonces en una búsqueda compulsiva para colmar una carencia (bulimias, alcoholismo, tabaquismo, activismo, hambres variadas...) Este camino es herrado pues el placer inmediato sentido por la satisfacción de la necesidad, no consigue suprimir el vacío existencial subyacente. Cuidarnos supone aprender a curar la herida, la carencia donde ésta acontece y deshacer los nudos de resentimientos, dolor, frustración del presente y/o del pasado.
- Vivir conscientes de que somos un cuerpo sexuado. La educación afectivo-sexual ha sido una carencia notable hasta hace muy pocos años y de un modo especial esta carencia se ha notado en la vida religiosa. ¿Cuándo y con quien hablamos claramente de qué hacemos con nuestras necesidades sexuales, cómo las manejamos, qué cauces les damos?, ¿qué consciencia tenemos de la diferencia entre sublimar y reprimir?, ¿qué tiempo hemos dedicado en la formación a la sexualidad, sus dinamismos, su significado, su importancia en nuestras vidas?. El silencio, fruto de la permanencia del tabú sexual, es en el mejor de los casos la palabra más elocuente.
- Hacernos conscientes de cómo consideramos nuestro cuerpo y de cómo lo tratamos. Del modo como lo consideremos, así nos relacionamos con él. Si lo consideramos un amigo lo cuidaremos y respetaremos, si lo consideramos un objeto utilitario le concederemos el mínimo vital, nos ocuparemos de él sólo si la "maquina se estropea", si lo consideramos un enemigo lo maltrataremos o lo anestesiaremos, si es un desconocido, lo ignoraremos y descuidaremos, si lo deificamos habrá una excesiva sobrevaloración y le prodigaremos unos cuidados exagerados.
- Gestionar nuestra salud psicosomática y eso es algo más que obtener un bienestar corporal. En esta gestión hay necesidad de un equilibrio entre las fuerzas y energías que desgastamos y las fuerzas disponibles en cada etapa de nuestra vida. Las fuerzas disponibles, es decir el caudal energético de nuestro cuerpo, provienen del capital genético, y de la reconstrucción energética aportada por la alimentación, los ejercicios físicos, el sueño, la distensión....Si no hay equilibrio se llega al agotamiento al deterioro de nuestra salud. Queremos la salud del cuerpo sin renunciar a ideas, emociones, conductas que la perjudican y dañan. Cuidar nuestra salud psicosomática supone hoy ser consciente de que no sabemos equilibrar trabajo- descanso, “homo faber”- “homo ludens”. El trabajo, el activismo, el no parar nunca de hacer cosas, muchas veces, termina siendo una compulsión que nos esclaviza, una compensación de otros vacíos interiores que al final termina convirtiéndonos en objetos de producción, rendimiento y así obtenemos no solo remuneración sino reconocimiento social.
- Cuidar nuestro cuerpo es realizar en él nuestra vocación espiritual. Fruto de una tradición dualista solemos asociar por contraposición la palabra cuerpo a espíritu. Esta dicotomía nos ha hecho mucho daño y nos resulta aún hoy difícil unir la palabra espíritu, trascendencia al cuerpo. Se ha vinculado "espiritual" con no material. Como si para ser "espirituales” tuviéramos que abandonar el cuerpo y sus necesidades. El cuerpo es sospechoso o por la ley del péndulo un ídolo. Urge recuperar la consciencia de que el cuerpo humano no solo es materia, sino lugar donde se verifica la verdad del espíritu.
2.2 Somos un yo psíquico, afectivo-sexual. El cuidado de nuestro psiquismo, la salud psicológica y la educación de nuestro mundo emocional.
Cuando hablo de nuestro mundo psíquico me refiero a nuestro concepto del yo, a nuestra identidad sexual, a nuestro mundo emocional.
Son muchas las causas ajenas a nosotros mismos que pueden provocar disfunciones en nuestro psiquismo, pero también es mucho lo que podemos hacer para cuidarlo.
Cuidar nuestro psiquismo nos compromete a:
- Cultivar la consciencia lúcida para conocer la verdad de nuestra realidad . Esto significa crecer en lucidez y consciencia de la propia verdad y poder elegir construirse uno así mismo desde dentro, que no es “pasar” de la realidad, ni de los demás, sino no dar a los otros la llave de la propia identidad, de la propia vida, de la felicidad. Ser conscientes, para no alienarnos en el desconocimiento de nuestras necesidades, de los auténticos dinamismos de nuestra vida, de nuestros deseos, valores reales desde los que organizamos el tiempo, la energía, el dinero. Y todo eso acontece en el encuentro con los otros, con la realidad.
Y no hay consciencia lúcida sin momentos de sosiego, silencio y soledad buscada. Nuestro psiquismo se agota si no nos tomamos tiempo para nosotros mismos, para frenar el ritmo del hacer, servir, atender a los demás y buscamos un espacio nuestro para relajarnos, cultivar la consciencia de nuestro ser, meditar, escribir, leer sosegadamente… es decir para procurarnos un tiempo de vuelta a nuestro interior y escuchar cómo estamos, qué sentimos, qué deseamos, qué nos está pasando… Estos son momentos privilegiados para fortalecer y cuidar la propia identidad, para no ser extraños a nosotros mismos.
Este camino de consciencia lúcida es una larga travesía de honradez y fidelidad a la verdad personal, comunitaria y social. Pide de nosotros trabajar por vivir despiertos, ni alienados, ni dormidos.
- Acercar cada vez más la imagen ideal de nosotros mismos a la imagen real, a la verdad de nuestras posibilidades y límites. No vivir de fantasías de omnipotencia o impotencia, sino desarrollando nuestra propia potencialidad. Trabajarnos para aceptar el propio ser real, corporal, histórico, sexuado, con sus posibilidades y sus límites. Y ésta no es sólo una tarea personal sino fundamentalmente una tarea relacional. Una comunidad donde la crítica, el juicio condenatorio, el cotilleo, las etiquetas, las envidias no identificas… están a la orden del día no posibilita a sus miembros vivir en verdad, aproximar cada vez más la imagen de uno mismo a la realidad sino que por el contrario sólo desarrollará en sus miembros mecanismos defensivos que terminan contaminando las relaciones interpersonales, y provocando múltiples disfunciones comunitarias.
- Someter a crítica la identidad sexual asignada. Para que eso pueda ser verdad necesitamos descubrir los introyectos, es decir ser consciente de los modelos de identidad interiorizados para acogerlos libremente o rechazarlos. Darse cuenta de que la identidad sexual asignada está profundamente condicionada por los estereotipos de género que nos han aplicado a las mujeres y a los varones unas cualidades, valores, símbolos, roles que, en definitiva, nos han empobrecido a tod@s y han generado desigualdades injustas contra las que tenemos que seguir luchando si queremos ser fieles a la construcción de una comunidad de iguales tal como Jesús la formó en su entorno y la propuso a sus seguidores.
- Reconciliarse con la propia historia. Trabajar nuestro psiquismo para sanar las heridas y la memoria, liberarla de su carga destructiva. Soltar los resentimientos que son atascos en el proceso de ser uno mismo y poder perdonar y/o perdonarse.
- Desarrollar el amor a un@ mism@, no porque narcisistamente nos sentimos personas buenas, perfectas, bellas, sino porque sólo se puede amar con verdad lo que realmente somos, con nuestras cualidades y defectos. Amarse a sí mismo tiene que ver con saber mirarse con ternura, calidez, comprensión. Con aprender a alegrarnos de nuestros triunfos, cualidades, conquistas y mirar con misericordia esperanzada nuestros fallos y errores. Tiene que ver con irnos encontrando cada vez más a gusto en nuestro propia piel. El camino para aprender la sabiduría del cuidado de nosotros mismos pasa necesariamente por la reconciliación y amor compasivo y tolerante con un@ mism@; se crece desde de unificación y el amor, no desde la culpa, el rechazo, el idealismo o el voluntarismo estéril. Sólo desde el amor a uno mismo es posible amar de verdad a los demás.
- Practicar la sabiduría de reconocer y encauzar nuestras emociones. Las emociones son señales de nuestro psiquismo, son manifestación de que estamos vivos, conscientes, que sentimos y nos dejamos afectar por la realidad. Reconocer las señales que nos envían las emociones para poder darles el cauce oportuno es una de las maneras más certeras de cuidar la salud de nuestro psiquismo. Todas las emociones que nos acontecen son verdad, pero no todas son adecuadas y proporcionadas a la realidad que teóricamente las provoca, saber acogerlas, poder distinguirlas y encauzarlas en la dirección de la vida y el amor es la gran sabiduría que tenemos que aprender. En la mayoría de los casos somos casi analfabetos en la sabiduría de manejar adecuadamente nuestras emociones. En lenguaje cotidiano se trataría de saber cuidar el corazón: alimentarlo con emociones reconfortantes, con relaciones afectivas nutrientes, protegerlo de quien pueda hacerle daño, herirlo o culpabilizarlo insanamente, darle libertad de experiencia emocional, dejarlo sentir, sienta lo que sienta, sin reprimir, moralizar o culpabilizar las emociones; protegerlo en su vulnerabilidad para que no se rompa, pero tampoco se endurezca o se cierre a la vida.
- Saber gozar es una de las características de la persona madura. Este aprendizaje tiene que ver con cultivar nuestra capacidad para integrar el placer en la vida, con el desarrollo de la capacidad lúdica, festiva, con saber disfrutar del juego, la fantasía, la fiesta, el arte. Disfrutar del placer por sí mismo, sin que sea para nada más que gozar. El placer en sí es expansivo y tiende a ser compartido. Tenemos una gran necesidad los cristianos, y de un modo especial en las comunidades religiosas de reconciliarnos con el placer y saber vivirlo sin tabúes ni idolatrías, sino como un lugar de expansión espiritual. Cuidar nuestra capacidad de gozar pasa primero por revisar la antropología dualista en la que hemos sido formados, y sobre todo por aprender a hacernos hombres y mujeres degustador@s de la vida cotidiana: del placer del encuentro corporal amoroso y placentero, del sabroso gozo de ser y de ayudar a ser, del trabajo que nos hace sentirnos realizados y fecundos, del buen sabor de boca que deja el cultivo de la amistad, la experiencia de participar en las luchas por conquistas comunitarias de liberación, por el reconocimiento de derechos fundamentales para tod@s , por el gozo de trabajar en la satisfacción de las necesidades básicas de tantas personas que no las tienen cubiertas…Necesitamos aprender la sabiduría de convertirnos en luchador@s festiv@s, danzador@s de la vida, a pesar de todo..
- Saber integrar la frustración, el dolor y la muerte. En esta tarea del cuidado de si mismo y de los demás, nada más difícil que aprende a cuidarnos cuando el dolor y la muerte nos visitan. ¡Qué difícil la tarea la de integrar el dolor y la(s) muerte(s)! incómodos, duros, inseparables compañeros de camino!. ¿Cómo saber cuidar/nos en esos momentos?, no hay recetas sino modestos senderos. Ante el dolor (en sus múltiples manifestaciones: físico, psíquico, moral, el dolor del adiós, el dolor de nuestros seres queridos, el dolor de nuestro mundo, de los pobres y abandonados)...no huir de él, pero tampoco instalarnos bajo su sombra; afrontarlo, es decir ver si algo podemos hacer para disminuirlo o erradicarlo; dejar al llanto su palabra; buscar ayuda en quienes nos quieren y pueden acompañarnos en nuestro dolor; o saber permanecer silenciosamente solidarios junto al que sufre; confiar en la fuerza interna del corazón humano y esperar que el Dios la vida nos “resucite” para poder volver a decir “hola” de nuevo a la vida.
- Saber decir “yo”-“tú”-“nosotr@s”. El dinamismo madurativo de nuestro psiquismo comienza por aprender a decir “yo”: eso pasa por un proceso de identidad y de separatividad, es decir un proceso de autonomía y libertad Después de decir “yo” es imprescindible decir “tu”: si hemos roto nuestros cordones umbilicales, y hemos abandonado la búsqueda de úteros protectores podremos decir “tu”, reconocer al otro como sujeto de derechos, distinto de mí y distinguirlo de la gratificación que me produce. Saber ser yo ante el otro y con el otro, incluso podríamos decir “tuificar” las cosas y los trabajos. En definitiva pasar del egocentrismo al heterocentrismo de ver a los demás como fuentes de satisfacción de mis necesidades a tener capacidad de participar en la vida de los otros, de sus ideales, valores, necesidades, derechos como algo distinto de mi pero dentro de mí. No termina la construcción de nuestro ser en el yo-tu es necesario pasar al “nosotros”: asumir la larga tarea de socializarnos y comprometernos. Trascender y ampliar el yo-tu para sentirnos miembros de una comunidad, saber construir comunidad allá donde estemos; Comprometernos con los desafíos de la historia para hacer de la humanidad una comunidad de hermanos y del cosmos un lugar respetado en sí mismo y un espacio habitable.
2.3 Somos un yo relacional.
No es posible ser uno mismo sino es en relación. Las relaciones nos han constituido desde el seno de nuestra madre y son las primeras relaciones con las figuras materna y paterna las que de un modo muy fundamental han configurado nuestra visión del mundo y nuestro mundo afectivo-relacional.
Esas primeras relaciones no han sido elegidas y por tanto sólo podemos agradecerlas o integrarlas en la vida dolorosamente pero a lo largo de nuestra vida podemos ir configurándonos como seres capaces de establecer relaciones constructoras.
La vida comunitaria ofrece una ocasión privilegiada para construirnos como seres relacionales pero también es un lugar de especial desgaste y conflicto. Saber cuidar nuestro ser relacional y construir relaciones reconstructoras es la gran sabiduría de la vida fraterna y también podría ser el gran testimonio cristiano a una sociedad individualista e insolidaria: es posible vivir la vida comunitariamente. Saber ser seres comunitarios y solidarios es fuente de humanización y de felicidad.
¿Cómo cuidar nuestro ser relacional?.
Si tuviera que elegir cuatro pares de palabras dialécticamente entendidas para expresar este don y esta tarea que es cuidar nuestra dimensión relacional elegiría las siguientes: autonomía referencial; respeto y defensa; vínculo e independencia; amor y libertad. Soy consciente de que este cuarteto no es el más alabado ni potenciado en nuestras comunidades cristianas.
· Autonomía referencial: el proceso de maduración comienza con el paso del yo al tu. Ese proceso supone saber decir yo y para ello es imprescindible hacer verdad psicológicamente lo que acontece en el nacimiento: la ruptura del cordón umbilical y empezar a vivir como seres separados, autónomos pero siempre sabiéndonos seres en referencia. El ombligo es la señal de esa referencia fundante no solo con la madre sino con los otros y para los creyentes con Dios como Referencia Primigenia.
Cuidar nuestro ser relacional es educar nuestro deseo de fusiones indiferenciadas y de relaciones totalizantes. Abandonar las fantasías de úteros protectores y saber vivir acogiendo la soledad que eso conlleva. Asumir que nunca vamos a ser todo para nadie y nadie va a ser todo para nosotros, ni en celibato, ni en vida de pareja. Aprender a vivir como seres separados y al tiempo viviéndonos en referencia atenta, respetuosa y compasiva.
· Respeto y defensa. Cuidar y madurar nuestro ser en relación es saber compaginar adecuadamente el respeto a los otros y el respeto a uno mismo. Es este un difícil equilibrio: por un lado respetar a los demás y escuchar sus necesidades y por otro no dejar que los otros y sus necesidades y demandas nos invadan, manipulen y nieguen, de hecho, nuestros derechos. Podemos renunciar libremente y por amor a ellos, pero no dejar que nos los nieguen o arrebaten. Respetarnos a nosotros mismos supone saber decir no sin sentirnos culpables; reconocernos el derecho a expresar nuestras emociones y defendernos cuando se nos agrede o impide ser nosotros mismos. ¡Difícil sabiduría ésta de aprender a cultivar la capacidad para defender los propios derechos y luchar en la defensa de los derechos de los otros porque sus derechos también son nuestros!.
· Vínculo e independencia. Otro binomio especialmente difícil de aprender: saber vincularse profundamente sin crear dependencias, no temer el sentir al otro como carne propia y al tiempo saber que él es un ser libre e independiente. Cultivar nuestras relaciones para saber vivir con una proximidad que vincula, alimenta, da sentido a la vida, la hace más humana y al tiempo no tratar a nadie como objeto que utilizo o del que dependo y no dejarme utilizar, forma parte de este aprendizaje del cuidado de sí mismo y de los demás.
· Amor y liberad. El objetivo final de una vida con sentido no es vivir para sí, sino saber vivir con un “para” que nos trasciende. Cuidar nuestro ser relacional es sobre todo aprender a amar en todos los registros en los que puede pronunciarse la palabra amor: amor materno-paterno-filial; amor de amistad, amor de pareja, amor de servicio; amor a sí mismo a los otros, a las “cosas” y proyectos, a Dios. Es este un largo proceso que dura toda la vida: saber amar y dejarse amar sin depender, sin entrar en confluencia, sabiendo contactar y retirarse, sentirse miembro de una familia, de una comunidad, de un pueblo, de toda la humanidad, del cosmos y por eso mismo comprometido. Saber trabajar con otros en los desafíos y retos de la historia.
2-4. Somos un yo espiritual capaz de vivir una opción religiosa.
El cuidado de la dimensión ética, estética, trascendente, creyente.
Cuando hablo de nuestro yo espiritual me estoy refiriendo a una dimensión profundamente humana, patrimonio de toda la humanidad, a nuestra capacidad de trascender las realidades puramente materiales para abrirnos a los valores espirituales. Me refiero a la dimensión ética, estética, a la capacidad humana de vivir desde proyectos de sentido, a la posibilidad de salir de sí y abrirse al otro distinto, pero no ajeno.
Los seres humanos podemos vivir la experiencia mística de traspasar las fronteras de la propia piel para abrirnos a los demás y reconocer con asombro agradecido que todo otro es “carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gn 2,23)y que cerrarme al hermano es cerrarme a mi propia carne (Is.58,7). Nos descubrimos entonces miembros de un cuerpo social, formando parte de toda la humanidad incluso del planeta, donde nos reconocemos deudores de todo lo que el cosmos en su proceso evolutivo nos ha proporcionado. Ser un cuerpo social, un cuerpo planetario no es una metáfora sino una vocación profundamente humana: llegar a sentir el gozo y el dolor de otros cuerpos como si fuera el propio, romper las pequeñas fronteras de nuestra piel y trascendernos.
Porque somos seres espirituales podemos vivir una opción religiosa, es decir abrirnos libre y conscientemente a una llamada, acoger como respuesta a las grandes preguntas de nuestra vida la Palabra de Dios y prestar a esa palabra nuestro asentimiento, una acogida que compromete nuestra vida.
¿Cómo podemos cuidar nuestra persona verificando nuestra vocación espiritual y religiosa? o dicho de otra manera:¿cuándo y cómo nuestro cuerpo se hace espiritual?
- No cuando dejamos de ser seres corporales, sino cuando somos unificadamente fieles a toda nuestra verdad que nos alude como personas individuales y concretas y nos trasciende. Es decir cuidamos nuestro ser espiritual cuando nos esforzamos por madurar en armonía con todas las dimensiones de nuestro ser y somos capaces de establecer diálogos conscientes y “democráticos” entre nuestras necesidades, deseos y valores.
- Cuando somos capaces de apreciar gustar, valorar la belleza cuidamos nuestro ser espiritual y también cuando luchamos para que ésta no sea patrimonio de unos pocos, ni esté asociada al consumo insolidario sino como un don que la Vida nos ofrece de manera gratuita en la naturaleza y que algunas personas nos regalen con su creatividad.
- Cuando cultivamos la coherencia, y vamos sabiendo ajustar, modesta pero realmente, la vida a los por qués y para qué que dan sentido a nuestra vida, a los valores que hemos elegido como referenciales, a las creencias que hemos acogido como opciones de vida.
- Cuando alimentamos las creencias desde las que queremos vivir y hemos hecho una opción de vida. Las opciones fundamentales de la vida que brotan de nuestros compromisos éticos, espirituales, religiosos necesitan ser cultivadas, alimentadas y más cuanto más contraculturales sean. Alimentadas personalmente y al tiempo reforzadas comunitariamente; necesitamos sentirnos apoyados en comunidades referenciales donde cada un@ pueda sentir plausible su propia creencia y compromiso de vida. Sin estos presupuestos es casi ilusorio poder vivir en coherencia con las opciones de vida.
- Cuando cultivamos el placer de pensar, crear, buscar la verdad, estudiar, simbolizar. .No sé por qué creo que cada vez más somos consumidores pasivos de pensamientos, verdades, símbolos ajenos, bien programados por la sociedad de consumo, que agentes de nuestro pensar, crear, buscar la verdad que nos convence, disfrutar de la creación simbólica que nos expresa. No nos vendría nada mal volver a leer más buena literatura, estudiar un poco más y en profundidad, dedicar tiempo a pensar por mí mismo a partir de lo escuchado, buscar símbolos que nos expresen, cultivar nuestra creatividad… seguro que eso nos ayudaría a cuidar la riqueza de nuestro mundo intelectual y aprenderíamos a disfrutar de la riqueza que albergamos mas que de consumir pasivamente riqueza o basura ajena
- Cuidar nuestra dimensión espiritual tiene que ver con trabajar un talante de persona cuya manera de estar en la realidad revela los valores en los que cree y produce conductas justas, serviciales, misericordiosas, comprensivas, libres, fraternas.
Un talante que se caracteriza por:
· Ser honrados y fieles con la realidad. Verla sin cerrar los ojos a los que no nos interesa ver, ni dejándonos engañar por quienes nos la falsean, escuchando su demanda de vida justa y comprometiéndonos fielmente con ella.
· Cultivar la experiencia mística, buscando espacios, momentos, silencios, encuentros, compromisos… donde la Palabra sea sentida y gustada, donde se nos revela la verdad de nuestro ser y el sueño de Dios sobre la humanidad y la creación entera.
· Empeñarse en que, la experiencia mística vivida, se haga verdad histórica, compromiso por crear un mundo y un cosmos como Dios lo sueña.
2.5 Somos creyentes: la sabiduría cristiana del cuidado de si mismo y de los demás.
Todo lo dicho hasta ahora es un don y una tarea profundamente humana y por eso mismo cristiana. Al explicitar ahora la dimensión cristiana sólo quiero añadir que esta sabiduría del cuidado de uno mismo y de los otros podemos cultivarla y practicarla al “aire de Jesús” es decir a su estilo. Sin caer en la ingenuidad de leer los evangelios como biografías de Jesús, sí podemos acercarnos a su persona tal y como nos lo presentan los evangelistas, para contemplar su modo singular de saber equilibrar el cuidado de sí mismo y de los demás.
Se trataría de dejarnos sorprender por esa difícil naturalidad con la que él supo compaginar cuidar de sí y de los otros. Mirarle para aprender a trabajar intensamente y descansar. No regateaba sacrificio en la entrega de sí a quien lo necesitaba y a la vez sabía dedicar tiempos y energía personal para cultivar la amistad entrañable, escandalosa incluso; llamaba a los suyos a descansar junto a él; sentarse sin mas al borde de un pozo y pedir a una mujer samaritana que satisfaga una necesidad suya; participar en banquetes, bodas, comidas festivas; dejarse besar y ungir por mujeres, unas profundamente amigas y otras de dudosa reputación; tener la osadía de invitarse él mismo a comer en casa de un recaudador de impuestos, perder el tiempo acariciando y conversando con niños… Tantas y tantas escenas de los evangelios donde vemos a Jesús sin prisa, mirando, contemplando, conversando, durmiéndose en una barca, comiendo y bebiendo, disfrutando. Necesitamos volver los ojos al Evangelio y comprender de un modo nuevo qué significan las escenas de boda, fiesta, disfrute de la amistad y de la naturaleza del hombre Jesús de Nazaret; qué significan la abundancia de peces, pan, vino, niños abrazados por Él, mujeres que derraman perfumes valiosos sobre sus pies y los enjugan con su cabello. Nos es imprescindible recuperar la imagen de un Jesús feliz y no sólo la de un Jesús profeta y crucificado.
También observaremos cómo Jesús cultivó el silencio, la oración, los espacios para redimensionar su dimensión religiosa, para poder saborear la verdad profunda de su ser: hijo amado en quien su Dios Madre-Padre se complace; para aceptar dolorosamente el precio de su libertad y su amor. En esa experiencia profunda de encuentro místico con su Dios descubre, como no podía ser menos, que él y su Padre son una misma cosa y que es uno con toda la humanidad; por eso puede decir con verdad y desde su experiencia “lo que hagáis a uno de estos mis pequeños a mi me lo hacéis”.
A base de mirarlo largamente aprenderemos el cuidado de nosotros mismos, de los otros, de las cosas y proyectos al estilo de Jesús y podremos al fin ser testigos de esa difícil sabiduría cristiana de humanizarnos “al aire de Jesús”.
PISTAS PARA LA REFLEXIÓN.
- Cómo ha resonado en ti la lectura de este artículo. Qué sentimientos te ha despertado. ¿Hay algo que te ha llamado especialmente la atención?, ¿qué?.
- ¿Compartes el diagnóstico aquí expuesto?. Si es así, ¿podrías poner ejemplos concretos de tu comunidad de referencia o pertenencia?. Si no estás de acuerdo expresa por qué o en qué no lo estás.
- En este articulo tienes cinco caminos hacia la sabiduría del cuidado y construcción de nuestras personas:
· En cuáles de ellos tanto tú, como tu comunidad concreta, tienes o tenéis más explorado y cuáles menos.
· Sería bueno poder dialogar con tu comunidad cuales son las principales dificultades para poder adentraros por esas sendas, qué necesitarías para hacerlo posible, con qué medios podrías ayudaros, qué cambios institucionales tendría que realizarse.
BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA DE REFERENCIA.
Pongo de relieve en la bibliografía algunos libros que intentan presentar un camino de integración de la madurez humana y espiritual y algunos otras que subrayan la importancia del cuidado de sí mismo como camino de crecimiento y madurez humana.
AU, W-CANNON, N. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. DDB, 1999.
BONET, J.V. Se amigo de ti mismo, Sal Terrae, 1994.
Domínguez Morano, C. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones, DDB, 2001
GARCÍA-MONGE, J.A. Treinta palabras para la madurez, DDB,1997.
GOMEZ-ACEBO, I. (Ed) Orar desde las relaciones humanas, DDB, 2001.
LEVY, N. La sabiduría de las emociones, Plaza Janés, 2001
MAY, G. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental, DDB, 1997.
MONBOURQUETTE, J. Reconciliarse con la sombra. Sal Terrae, 1999.
MONBOURQUETTE, J. Crecer, amar, perder… Sal Terrae, 2001.
MÜLLER, W. Cuida de ti mismo. Del arte de quererse bien, 2003.
NAVARRO, M. “El Jesús feliz de un Dios feliz” en Jesús de Nazaret: Perspectivas, Fundación Santa Maria, Catedra Chaminade, PPC, 2003, 59-81.
Emma Martínez Ocaña, laica, miembro de la Institución Teresiana, Licenciada en Filosofía y Letras (Historia) (U.Complutense, Madrid) , licenciada en Teología Espiritual (U. Pontificia Comillas). Especialista en Psicoterapia centrada en la Persona y Psicoterapia Gestáltica (U. Pontificia Comillas) Terapeuta individual y de grupo (Asociación Laureano Cuesta). He trabajado 10 años en América Latina y fui profesora invitada en el Centro Monseñor Romero del Salvador. Durante 8 años profesora de la teología en la U. Pontificia Comillas. Actualmente soy profesora de Psicología de la Religión en el Instituto Superior de Ciencias religiosas y Catequéticas San Pío X (U. Pontificia de Salamanca), alterno la psicoterapeuta individual y de grupo con talleres de fin de semana de integración madurez humana y cristiana.