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Viernes santo 2020: En honor de los que aman más la justicia y la solidaridad que su propia vida.


Hoy no puedo menos de, con mucho dolor, poner delante de la cruz a la humanidad entera sufriendo, de una u otra manera, una pasión de muerte, soledad, angustia, miedo Al tiempo siento una enorme gratitud por tantas personas que, de muy diversas maneras, como decía Ignacio Ellacuria, están colaborando heroicamente para ayudar “a bajar de la cruz a tantas personas crucificadas” en este momento histórico. También ellas están entregando y algunas perdiendo sus vidas por los demás. Están amando más hacer el bien, proteger a la población y defender el derecho a la vida, a la salud, a la educación, a la alimentación, a un techo, limpieza, movilidad, acogida a los sin techo, sin papeles, migrantes, mujeres prostituidas y maltratadas… que a su propia salud, descanso y vida personal.
 
Hoy mi homenaje va para todas y todos vosotros. 

Junto a esta realidad doliente y reconfortante, me venía con mucha fuerza esta mañana, mirar a Jesús como profeta y mártir del amor y la justicia. 

Jesús acabó mal históricamente, como desgraciadamente acaban mal, muchas veces en esta historia nuestras, quienes des-velan las causas de las injusticias, el empobrecimiento, la marginación. Nunca ha salido gratis la defensa de los derechos de las personas, de un modo especial de las víctimas de mecanismos de poder y de sistemas corruptos, asesinos y ecocidas. 

Hoy he mirado al crucificado de un modo nuevo, como un caído más de los que luchan por la justicia y empeñan su vida en la defensa de los que sufren a causa del desamor y la injusticia. Lo mismo que lo hemos visto, en otro momento de su historia, en la cola para ser bautizado por Juan, como uno de tantos. Para mí eso no es rebajarlo sino engrandecerlo al sentir al Nazareno formando parte de esa estela de mujeres y hombres que aman más la justicia y la solidaridad que su propia vida. 

Jesús no era un ingenuo, sabía a qué se exponía, conocía muy bien cómo habían acabado los profetas de su pueblo, un día llorando sobre Jerusalén dijo “Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían “y experimenta el dolor de un amor impotente, “Cuantas veces he querido reunir…pero no habéis querido” (Lc23,34). 

Es cierto, que hay un amor de solidaridad, digno de admiración y que no crea problemas, al revés resuelve problemas sociales y sin duda siempre es bienvenido y aplaudido, pero no pasa lo mismo con quienes además de solidaridad, arriesgan sus vidas reclamando justicia y sobre todo denunciando las causas de la pobreza, la exclusión, el abandono de los últimos. 

Estas personas son peligrosas y como, le pasó a Jesús, hay que buscar el modo de desactivarlas y acabar con ellas. Los modos de hacerlo serán distintos pero el propósito final es el mismo: quitarlas del medio, acallarlas del modo que sea. Generar un ambiente hostil primero ( a base de mentiras y calumnias, acoso, amenazas ) para ir aislándolas del apoyo y reconocimiento social e incluso familiar, cercano, de entre los suyos, para poder destruirlos después. 

El método es el mismo ayer (con Jesús y tantos miles de personas) y hoy queriendo destruir a quienes denuncian corrupciones, mentiras, señalan las causas de la injusta situación de tanta gente, optan por favorecer a las mayorías empobrecidas (podríamos poner muchos nombres que cada cual ponga los que reconozca) 

“No hay mayor amor que dar la vida” por los demás” Y hoy va mi homenaje a todas esas personas.
 
Las cosmovisiones y las utopías de cada persona pueden ser muy distintas, el coraje y fortaleza para permanecer en pie puede proceder de distintos proyectos vitales, pero lo real e importante es que, como Jesús de Nazaret, han sido y son mártires del amor y la justicia. 

Jesús, cuando ya sabía que lo buscaban para matarlo, experimentó y no lo ocultó, una profunda “angustia de muerte”, vivió también, como tantas personas, el abandono, la traición de uno de los suyos, la trágica soledad de la coherencia, pero no claudicó, ni tiró la toalla, ni se abandonó y aunque sus amigos se “durmieron”, él busco en lo más profundo de su ser las motivaciones últimas para sostenerse. En él las motivaciones tenían su raíz en una fuerte vivencia religiosa, experimentarse hijo amado significaba saberse hermano de todos. 

La pasión de su vida y la causa de su muerte estaba ahí en empeñar su vida en ser fiel hasta el final a su misión: hacer verdad un mundo más justo y fraterno, desvelar el amor incondicional de Dios. Un proyecto vital que él formuló, dado su contexto, como “Reinado de Dios”. 

Muchas personas que dieron y dan la vida por los demás no formulan así su motivación última, pero lo importante no es la formulación, sino la vida entregada por amor, por construir un mundo mejor y más justo y una tierra donde sea posible la vida. 

Yo me encuentro muy lejos de ese amor hasta el extremo, pero me alegro de que otras personas sean capaces de vivirlo así, son también riqueza nuestra y espero ir poco a poco aprendiendo a amar lo mejor que pueda, aunque tenga miedo. 

Hoy, viernes de pasión, me pongo de rodillas ante todas las personas del pasado y del presente que aman la justicia más que la propia vida y les beso los pies.