Jesus escandalizó por el modo de tratar a las mujeres (2): Marta y María




Vuelvo a encontrarme contigo para presentarte a otras dos "compañeras de camino" de Jesús, Marta y María. Les dejo a ellas la palabra para que te cuenten su experiencia en primera persona: 

“Somos dos hermanas seguidoras de Jesús, nos llamamos MARTA Y MARÍA. [1]Nos conocerás sin duda a través de lo que otros han dicho de nosotras, pero hoy nos vamos a dirigir a ti personalmente. 

Los Evangelios nos nombran en tres pasajes que representan momentos importantes en nuestras vidas y en la vida de nuestras comunidades (Lc10, 30-42; Jn 11, 1-54; Jn12, 1-11).. Como sabes hay que leer los Evangelios en una doble clave: la de la vida de Jesús y la de la primera comunidad. 

Lucas (10, 30-42) narra un momento importante en nuestra vida, cuando acogimos a Jesús y fuimos descubriendo en qué consistía ser auténticas discípulas. El evangelista nos presenta enfrentadas como símbolo de los problemas y dificultades que estaba teniendo la comunidad a la que él se dirige. Conflictos entre los diversos ministerios y servicios y los papeles asignados a varones y mujeres. Ese enfrentamiento ha dado lugar a innumerables interpretaciones patriarcales, que iremos intentando desmontar a lo largo de nuestros diálogos contigo. 

Juan por el contrario nos presenta como auténticas discípulas amadas, como mujeres creyentes, con papeles destacados en nuestra comunidad. 

Esto lo hace a través de la narración de dos episodios significativos. Uno es un momento duro, cuando el dolor nos rompe el corazón por la muerte de nuestro hermano Lázaro y la ausencia de Jesús para acompañarnos durante los últimos momentos de su vida, experiencia que culmina con el descubrimiento esperanzado de que el amor es más fuerte que la muerte. (Jn 11, 1-54). 

El otro acontecimiento se desarrolla en una ambiente de fiesta, de comida celebrativa de la vida por la resurrección de nuestro hermano Lázaro (Jn12,1-11). 

Las dos hemos sido hermanas y amigas, las dos hemos convertido nuestro oído en oídos de discípulas. Cada una a nuestra manera y ritmo según nuestra personalidad. 

Durante siglos los teólogos y escrituristas varones nos han presentado como antagonistas, divididas. A mí, María, representando la vida contemplativa como la superior y más valiosa y a mi, Marta, agitada, dividida incapaz de acoger la palabra de Jesús, como símbolo de la vida activa y además envidiosa y regañona. 

Las cosas no han sido así y juntas te iremos contando nuestra historia. Ambas hemos alojado a Jesús en nuestra casa y sobre todo en nuestro corazón, le hemos ofrecido lo mejor de nuestro amor. Juntas hemos expresado la actitud del verdadero discipulado: escuchar la palabra de Jesús y ejercer el diaconado del servicio a la comunidad. María fue bienaventurada porque escuchó la palabra, yo Marta porque ejercí la misericordia. Las dos mostrando que sólo existe un mandamiento: el amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. Porque “la hospitalidad es una forma de culto” como dice un comentario del Talmud, 

Queremos contarte cómo hicimos de nuestros oídos un lugar para escuchar la palabra de Jesús como el primer paso para convertirnos progresivamente en seguidoras suyas. 

Cada una de nosotras lo hicimos a nuestra manera, según nuestra personalidad y ritmo de conversión a la Palabra liberadora de Jesús. Cuando ésta se hizo verdad en nuestras vidas, todo en nosotras quedó alterado. 

Hacía tiempo que observábamos a Jesús, el hombre libre. A su paso por la historia iba liberando parcelas de la vida esclavizadas en nombre de la religión, de la tradición, de la cultura...y asombradas confirmábamos que quienes acogían su palabra se trasformaban en agentes de liberación. Las cosas cambiaban, lo que siempre “era así”, porque así estaba establecido, porque eran así por naturaleza, porque así lo decía la Ley, quedaban cuestionadas por él. 

Vamos a contarte nuestra historia. Nos fuimos acercando a escucharle y Jesús un hombre fácil a la amistad fue aceptando la nuestra. 

El encuentro y la amistad profunda de Jesús con nosotras nos fue llevando a decir no a “roles” establecidos, empobrecedores y esclavizantes, y fuimos haciendo nuestros los criterios y valores de Jesús. 

En este momento me dirijo a ti, yo Marta, a mí me costó asumir el cambio de roles sociales, necesité incluso que él reprendiera mi tozudez para romper clichés y acoger para nosotras las mujeres una dignidad y un rol que nos estaba negado por nuestras leyes sagradas y tradiciones: poder ser discípulas suyas. 

Lucas lo narra así:“Según iban de camino, Jesús entró en una aldea y una mujer llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía Marta una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra..., Marta en cambio estaba atareada con los muchos quehaceres del servicio”(10,38-39) 

Lucas está expresando aquí no dos formas de vivir la vida cristiana contemplativa o activamente sino dos maneras de vivir la condición femenina. 

Yo, Marta, cuando conocí a Jesús estaba convencida de que mi manera de seguirle era hacerlo según el rol asignado por mi sociedad, lo nuestro, lo femenino era la casa y las tareas domésticas. Cuando Jesús viene a mi casa me sorprende ver a mi hermana María adoptar una actitud escandalosa y prohibida por la ley: ”sentarse a los pies de Jesús, un maestro, a escuchar su palabra”. Esa era una actitud propia de los estudiantes de un rabí (Crf. Hecho 22,3), es decir María estaba eligiendo convertirse en discípula suya. Verla así me asustó pues eso era un delito grave. 

Éramos mujeres creyentes, pero yo aún estaba muy atada a las tradiciones, leyes establecidas y tuve que hacer un camino para acoger una fe más libre y liberadora, más centrada en el amor que en el cumplimiento de la ley y la tradición. 


En este momento de narrarte nuestra historia queremos preguntarte a ti: ¿cómo es tu fe?, ¿has hecho tú también ese camino de liberación? 

Las dos conocíamos lo que las Escrituras dicen sobre el estudio de la Torah y cómo éste nos estaba vedado a nosotras las mujeres. Así lo expresan algunos preceptos rabínicos: “Que las palabras de la Torah sean destruidas por el fuego antes que enseñárselas a las mujeres”. “Quien enseña a su hija la Torah es como si le enseñase obscenidades”. 

Pero también estaba prohibido para Jesús pues había otro precepto que impedía a un maestro tomar como discípula a mujeres. “No tomes asiento con mujeres” (Eclo 42,12). 

Yo, María arriesgo una conducta no sólo osada sino provocadora y prohibida: “sentarme a sus pies”, es decir hacer caso a mi corazón y elegir ser discípula suya. Sabía que ponía a Jesús en un aprieto, pero yo ya lo había visto funcionar en otras muchas ocasiones y comprobé que para Él siempre son primero las personas que las leyes por sagradas que parezcan. Yo era testigo de que muchas mujeres le seguían y Él nunca las rechazaba, sino que las defendía, por eso intuía que me iba a aceptar como discípula suya. El nunca excluyó a nadie de su seguimiento. 

Yo sé que Marta está asustada al verme así. Era la mayor, la “señora” de la casa, estaba haciendo de anfitriona con todo su cariño y esmero y no comprendió bien mi gesto, sobre todo se sentía responsable de lo que en su casa pasaba, responsable de mí y en el fondo también de Jesús. Siempre se sentía responsable de todo. 

No entiende mucho lo que está pasando por eso se dirige a Jesús con cariño, pero con desconcierto para decirle: “Señor no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea. Dile que me ayude”(v.40). 

Yo estoy ahí expectante, ¿qué va a decir Jesús?, ¿me reprochará por mi osadía, me dirá que mi sueño es imposible, que tengo que aceptar las leyes y preceptos establecidos, que le gustaría pero que se juega mucho por aceptarme como discípula?... 

De pronto Jesús, mira a Marta con dulzura, con gratitud por su hospitalidad e inesperadamente dice unas palabras asombrosas: “Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas. Sin embargo pocas cosas son necesarias o más bien una sólo cosa es necesaria, María escogió la parte mejor, la que no le será arrebatada”(v.41). 

Tu te habrás encontrado muchas veces con una interpretación sesgada de este texto, como si Jesús pusiera la escucha de su palabra por encima de la acogida y la hospitalidad, como si fuera más valiosa la contemplación que la acción, como si el trabajo de la casa fuese incompatible con la contemplación, como si las tareas domésticas no fueran lugar de realización del Reino. No fue así. 

En este gesto mío que él aprueba está provocando una gran revolución socio-religiosa. 

Como ya sabes, Jesús aprueba mi elección y no solo me defiende ante Marta sino que me alaba: “María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará”(v.41). Me doy cuenta de que cuando una mujer o un hombre descubrimos la verdad de nuestra dignidad, regalada por Dios, y la mentira de los roles y los estereotipos establecidos ya nadie podrá movernos de ahí 

Yo, María, al contacto con la palabra de Jesús, rompo los muros que me encerraban como mujer en una situación de exclusión, inferioridad, silencio, relegación de la vida pública social y religiosa de mi tiempo; entro en el ámbito de la relación de igualdad. Estaban saltando por los aires estereotipos adquiridos a lo largo de los siglos, empobrecedores de nuestra identidad. 

Jesús acababa de romper las cadenas de la leyes sagradas que nos impedían a las mujeres constituirnos en “discípulas” en igualdad de condiciones con los varones. 

Me dirijo a ti para expresarte mi deseo más ardiente: que mi experiencia con Jesús te sirva para correr el riesgo de decir no a todo lo que suponga discriminación y marginación aunque aparentemente esté avalado por leyes sagradas. 


Yo, Marta, escuché desconcertada, aturdida, incluso un poco frustrada. Necesité mi tiempo para comprender lo que Jesús estaba diciendo. Por supuesto que Jesús no estaba despreciando mi diaconado, mi servicio a El y a la comunidad. Él no ponía por encima la escucha de su palabra que la hospitalidad, de eso estaba segura. Le había oído decir con mucha fuerza que él había venido para dar vida, para servir. ¿Qué me estaba diciendo a mí y en mí a tod@s sus seguidor@s?. 

Que hay un hacer excesivo, que puede dificultar el amor, que hay un agitarse por el servicio a los demás sin aprender a escuchar lo que los otros necesitan; que hay un activismos desprovisto de experiencia mística que no construye Reino sino que provoca estrés y desfondamiento. 

María, estaba enseñándome el arte de la escucha atenta, respetuosa. Saber escuchar no es fácil requiere silenciar el propio ego, para poder acoger al otro en el propio corazón. Saber escuchar requiere calma, sosiego. 

Al fin me di cuenta de que saber escuchar era una condición tan indispensable como el servicio para convertirme en seguidora de Jesús. 

Era verdad, “una sola cosa era necesaria, buscar el Reino de Dios” (Lc 12,31), y eso requiere espacio interior para acoger a Jesús, su persona, sus criterios, sus valores, su manera de afrontar la vida. Se lo había oído decir a Él mismo, pero en mi afán de hacer bien de anfitriona, se me había olvidado. 

Ahora te hablo yo María, después de escuchar a Jesús, miré a Marta, se había quedado en silencio rumiando las palabras de Jesús. Estaba segura que iba a comprender, yo también tenía mucho que aprender de ella. Mi estar a la escucha no era para desentenderme del servicio, de la hospitalidad. La comprendí; en su protesta latía la de tantas mujeres que tienen que cargar solas con el peso de las tareas porque los demás hombres o mujeres están haciendo cosas “muy importantes”, cargan con el excesivo trabajo porque quienes viven con ellas no lo comparten.” 

En otro momento seguiremos compartiendo con vosotros nuestra historia ahora dejamos de nuevo la palabra a María de Magdala que va a ir presentándoos a otras mujeres que tuvieron la alegría de encontrarse con Jesús. 



[1] Tomado en parte de MARTÍNEZ OCAÑA, E., Cuando la Palabra se hace cuerpo en cuerpo de mujer, Narcea, 2010, 3ª, 96-112, 96-103.
[2] Tomado de MARTÍNEZ OCAÑA, E. Cuando la Palabra se hace cuerpo en cuerpo de mujer, Narcea, 2007, 58-63.