Jesús escandalizó por su modo de tratar a las mujeres (3): La mujer que amó mucho




Te presento a otra mujer denigrada socialmente y recuperada para siempre por Jesús, su experiencia es apasionante... pero es mejor que la escuches a ella misma. 

“Quiero empezar presentándome, pues seguro que no me reconoces con ese nombre y la verdad me gusta que me llamen como me nombró Jesús, la mujer que amó mucho,[1] no como me etiquetó el fariseo Simón: "la pecadora". También puedes llamarme "la mujer del perfume" aunque, como te explicaré, fuimos varias las mujeres que ungimos a Jesús con perfume y por eso nos han equivocado entre nosotras. (Lc 7, 36-50). 

Soy otra de las muchas mujeres anónimas; la historia no guarde memoria de mi nombre, me han equivocado con María Magdalena, con María de Betania la hermana de Marta y Lázaro (Jn 12,1-8) y otra María (Mc14, 3-9) que también ungió a Jesús pero no los pies, como yo, sino su cabeza. 

Yo conocía a Jesús desde hacía algún tiempo, le había oído hablar muchas veces, sabía de su cordial cercanía y acogida a mujeres y hombres pecadores, enfermos, niños, a todos los marginados de mi tiempo. Esa conducta le estaba constando el desprecio y la crítica de las autoridades religiosas de su tiempo. 

Simón, el fariseo, había invitado a comer a Jesús, él podía, tenia dinero, prestigio, fama. Él es "justo", correcto, "puro" yo soy una mujer deshonrada, ritualmente impura, estoy manchada y mancho todo lo que toco. Sé que así estoy considerada y eso me retiene, yo también querría invitar a Jesús, hablar con Él, agradecerle lo que hace por nosotras las mujeres "pecadoras" que nos prostituímos con hombres "puros" y "cumplidores". 

Era un banquete festivo, por supuesto para sólo hombres de categoría invitados por Simón, estaban ya sentados a la mesa y yo quería entrar, a mí nadie me había invitado pero yo deseaba ardientemente expresarle mi amor, agradecerle cómo era Él. Sabía en lo profundo de mi corazón que no me iba a rechazar pero temía que no me dejasen pasar. 

Yo, para los comensales sólo era una mujer con una etiqueta, incapaces de mirar a mi persona, imposibilitados de leer mi corazón transformado por ese Hombre y que sólo deseaba acercarme, pedirle perdón, expresarle mi amor para poder empezar una vida nueva. 

Tú lector/a ¿puedes ver a las personas o sólo te relaciones desde las etiquetas que tienes de ellas? ¿Sabes leer el corazón y mirar con profundidad o sólo miras la superficie? ¡Ojalá mi historia pueda ayudarte a cambiar tu mirada! 

Mi corazón deseaba ardientemente encontrarse con Jesús y vi la ocasión en un banquete que Simón organizaba en su casa, ya que yo no podía hacerlo en la mía. 

De prisa con un frasco de alabastro lleno de perfume irrumpo en la sala del banquete. Siento los rostros de los hombres que clavan en mí su mirada, yo sólo tengo ojos para Jesús y con el corazón latiéndome precipitadamente me arrojo a sus pies. Él estaba reclinado sobre la mesa y tenía los pies hacia atrás. 

Me pongo en el suelo, El está arriba y yo abajo y desde ahí comienzo a decirle con mi cuerpo, todo lo que llevo en el corazón: mi amor y mi gratitud y lo hago a través de mis gestos. 

Tomo sus pies entre mis manos, yo la impura, la que no podía tocar porque contaminaba al Maestro, transgredo la ley. Sé en mi corazón que ni estoy sucia ni estoy manchando a Jesús pero también soy consciente de lo que están pensando los comensales de mí y de Jesús. Pero Él se deja hacer y entonces yo continuo con mi lenguaje de amor y los beso con una profunda ternura, las lágrimas surcan a raudales por mis mejillas, no puedo creer que pueda estar ahí pudiendo expresar mi profundo amor y arrepentimiento. Yo no quería vivir la vida que vivía, vacía de amor, vendiendo mi cuerpo hasta que Alguien me había hecho sentir valiosa por mí misma y yo le quería expresar mi agradecimiento. 

Baño sus pies con mis lágrimas, éstas limpiaban sus pies pero sobre todo me limpiaban a mí, me purificaban. El no decía nada, acogía mis gestos de amor y mi gratitud crecía por momentos, mientras que la mirada de todos iba taladrándome. Y arriesgo entonces a hacer otro gesto aún más insólito: me suelto el cabello y le seco los pies. Soltarse la melena delante de los hombres en mi cultura era un gesto provocador, de un enorme atrevimiento, un acto así era suficiente para que un esposo considerase adúltera a su esposa y sólo con ello podía pedir el acta de divorcio por transgredir la ley del recato y la pureza. 

Jesús de nuevo se deja hacer por mí y termino ungiendo sus pies con el perfume que llevaba en mis manos. Era toda mi riqueza, había gastado en él mucho dinero pero todo se lo merecía el Nazareno, yo disfrutaba de la experiencia. Los pies de Jesús en mis manos, el perfume ya tenía otro olor el de su piel al contacto con el perfume, la sala se lleno de olor y a mí se me olvidaron todos los comensales. 

Jesús me estaba hablando sin palabras, como yo lo estaba haciendo también desde mi silencio. Sabía que estaba perdonada, sentía que estaba al fin haciendo lo que más había deseado mi corazón: acoger al Maestro en mi casa, en la casa de mi cuerpo. 

Simón estaba furioso, no tanto por lo que yo hacía cuanto por lo que está haciendo Jesús: permite, consiente en mi acción y eso es para el fariseo la señal más clara de que Él no era un profeta. A mí ya me ha descalificado, ahora lo descalifica a Él, "Si fuera un profeta sabría quién es la mujer que le está tocando y qué clase de mujer es: una pecadora" (v39). 

Al fin Jesús rompe el silencio que se masticaba y de dirige a Simón por su nombre, él se pone a la escucha, de pronto narra una parábola que aparentemente nada tiene que ver con lo que estaba pasado. Habla de deudas y de un prestamista que las perdona y de pronto hace una pregunta inesperada ¿quién le amará más?. Se ha cambiado el registro y Jesús habla de amor no de cuantías perdonadas, ese era siempre su lenguaje, ese era el centro de su vida: el amor. Eso era para Él lo nuclear de la existencia y por eso pregunta. 

Comprendo entonces lo que está pasando y las lágrimas ruedan cada ve con mas abundancia sobre mis mejillas y más le baño los pies con ellas. 

Antes de seguir adelante quiero hacerte una pregunta ¿también para ti es el amor el centro de tu existencia y por el que mides el ganar o perder tu vida? Contéstate con verdad. 

Jesús en el banquete rompió su silencio. Yo escucho ávida sin saber qué va a decir, soy consciente de las miradas de Simón sobre mí y sobre Él, sé que algo va a pasar, estoy expectante. Jesús comienza a hablar, una vez más, en parábolas, en este caso habla de dos personas que deben dinero a un prestamista, con cuantía muy diferente y ambos son perdonados, esto lleva a Jesús a preguntar a Simón:¿ cuál de ellos le amará más y Simón acierta en su contestación. "Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo:- has juzgado correctamente" (v.43) y en ese momento deja la parábola para aplicarla a la realidad. 

Jesús se vuelve a mí y me mira, en esa mirada cómplice nos comprendemos sin palabras. Acaba de equipararnos a los dos. Indirectamente Jesús le ha dicho a Simón que también él es deudor y que está dispuesto a condonarle también a él la deuda ¿se dará cuenta?, ¿habrá sido capaz de entender? Yo, atenta, escucho. 

"-¿Ves esta mujer?- dice- mirándome con gran dignidad. Pero Simón no me ve, sólo ve sus prejuicios, sus etiquetas. Le está dando la oportunidad de mirar, y mirarme con ojos nuevos, pero no se entera. 

Entonces Jesús le expone algunas de sus "deudas" "Cuando entré en tu casa no me diste agua para los pies....Tú no me besaste....Tú no me ungiste la cabeza...". Le está diciendo: has fallado como anfitrión, no me has dado la hospitalidad debida. "En cambio esta mujer me ha regado los pies,...no ha dejado de besarme... (así era en realidad se los besaba una y otra vez, feliz de la experiencia que estaba viviendo), me ha ungido con perfume..." De pronto me doy cuenta de que no sólo ha perdonado mis "deudas" sino que me está poniendo como modelo de acogida, como auténtica anfitriona de la casa. 

El gozo inunda mi corazón y lo invade por completo. De pronto escucho las palabras más bellas que jamás había escuchado sobre mí; dirigiéndose solemnemente a Simón y en él, a todos los fariseos de todos los tiempos, dice "Por eso te digo se le han perdonado sus mucho pecados porque ha amado mucho. A quien poco se le perdona poco ama” (v.47). 

Yo sabía que Jesús había escuchado mi corazón a través de mi palabra muda, no había pronunciado ni una siquiera, sólo mi cuerpo hablaba y todo él era testigo del gran amor y de la gratitud inmensa que había en mi pecho. Al fin alguien había sido capaz de traspasar mi cuerpo para llegar, al núcleo de mi persona, a mi corazón. En ese momento recuperé mi dignidad y autoestima, alguien me había mirado desde lo profundo de mi ser, me sentía valorada y aceptada por mí misma. 

Miré a Simón estaba confuso y trastocado, entre enfadado y aturdido. No parecía tener conciencia de que era deudor. ¿Podría darse cuenta de que también él tenía en este momento su oportunidad de reconocer su fallo como anfitrión y acoger el perdón de Jesús? .¿Podría darse cuenta de que estaba teniendo la ocasión de su vida para encontrarse con la verdad de sí mismo y no con su rol de fariseo y desde ahí con Jesús... ¡No sé qué paso por su corazón!, pues yo era tanta la alegría que tenía de haber sido perdonada y reconocida en mi ser de mujer amante de verdad que se la deseaba a él. 

Me dirijo a ti lector/a, ¿ puedes tú leer tus "deudas", "tus fallos" como lugar para que el Dios de Jesús pueda mostrar en ti su misericordia y hacer de ese error un lugar para crecer en el amor de agradecimiento?. Te lo deseo de corazón. 

Jesús acababa de romper una de las estructuras socio-religiosas más importantes de la sociedad judía: la del juicio moral y la exclusión social y religioso que ese suponía. El Dios que predicaba Jesús y en el que Él creía y hacía creíble no excluye a nadie, y menos a quien se sabe y se reconoce pecador. 

Estaba yo absorta en estos pensamientos cuando me doy cuenta de que Jesús se dirige a mi personalmente y me dice "Tus pecados están perdonados"(v.48). Lo sabía, estaba segura de ello, era tal la emoción que me embargaba que no podía decir nada...Sólo lo miré largamente en una mirada que lo decía todo. 

Pero los comensales comenzaron a escandalizarse aún más por sus palabras, por el poder que se arrogaba de perdonar los pecados. Pero Jesús hizo caso omiso de sus comentarios, solo tenía ojos para mí, y de nuevo me dice "Tu fe te ha salvado; vete en paz" (v,50). 

¡Eso ya era demasiado! Ahora era yo la desconcertada...¡me había salvado mi fe! De pronto recordé tantas veces en que le había oído decir lo mismo. Nunca se atribuía a sí mismo el mérito siempre lo devolvía a las personas sanadas, ellas con su fe, hacían salir de Jesús lo mejor de sí mismo, la mejor revelación de su Dios. 

Había llegado ante Jesús como una mujer anónima pero desprestigiada, sin dignidad, sin autoridad, sin influencia, no me amparaba la ley, había llegado como una pecadora pública descarada y contaminada, humillada ante la mirada de Simón y de todos los comensales, irrumpiendo en un banquete de hombres. Sólo me acompañaban un corazón lleno de amor y mi deseo de darlo y de recibir de Jesús su amor y su perdón. 

El Maestro me miró en mi verdad y por eso pudo recibir mi amor y mi gratitud, recibe mis caricias y mi perfume, me miró a la cara, se dirigió a mí, me alabó públicamente, perdonó mis pecados y me dice que todo es por mi fe...Además me regala con su paz. Jesús acaba de romper barreras y tabúes desmontando prejuicios, relativizando las leyes, desenmascarando las injusticias que generan distancia y exclusión. Una vez más había hecho de su persona lugar de diálogo y de cercanía entrañable. 

Querido lector/a, ¡me gustaría tanto que hoy pudieras escuchar esta historia mía como una buena noticia para ti! El Dios que Jesús vino a revelarnos no es el Dios de los méritos, ni del miedo, ni del castigo, ni de ninguna exclusión por razón de sexo, raza, clase, méritos, bondades o maldades, ortodoxias o heterodoxias. Jesús ha venido a romper los muros de la exclusión, la rigidez de las leyes, a declarar puro o impuro lo que sale del corazón: egoísmos, racismos, sexismos, prepotencias, violencia, explotaciones, excomuniones... 

No vayas por la vida rechazando a los demás por prejuicios y etiquetas, aprende de Jesús a mirar al corazón, los otros te lo agradecerán como lo agradecí yo, sólo entonces podremos todos "caminar en la paz de Jesús." 

Pero te dejo con María Magdalena, ella que fue seguidora de Jesús durante mucho más tiempo que yo puede contarte experiencias increíbles. 

Yo, la Mujer del Perfume, la que me dejé alcanzar en mi corazón por el Amor y por eso pude amar mucho. 

[1] Tomado de MARTÍNEZ OCAÑA, E.Cuando la Palabra se hace cuerpo…pp.31-42