PUBLICADO EN la revista CONFER, V. 48, Julio-Diciembre2009, 629-672,
GUIÓN
A qué llamamos felicidad.
Qué nos dificulta encontrar, con sabiduría, felicidad.
Transitar algunos senderos de felicidad.
El camino del amor
El camino de la consciencia
El camino hacia la profundidad
El camino de la aceptación
El camino del presente
El camino del “control” de la mente y saber soltar tensiones innecesarias
El camino del cuerpo
El camino del sentido del humor
El camino del perdón
El camino de la solidaridad-religación fundamental
El camino del sentido del humor
El camino del cuidado.
El camino de vivir con sentido y con proyecto
El camino de saber integrar el dolor y la muerte.
4. Un Jesús feliz nos muestra sus caminos de felicidad.
¿ES POSIBLE UNA VIDA RELIGIOSA MÁS FELIZ? [1]
En este camino de intentar aportar modestamente, desde la Psicología, algunas ayudas a la vida religiosa, me había propuesto abordar un tema amplio que formulé así: hacia una espiritualidad de la vida religiosa más sana y más evangélica.
En mi opinión, urge sistematizar el necesario éxodo de una espiritualidad hasta ahora aún dominante hacia otra capaz de dialogar con el nuevo paradigma cultural en el que nos encontramos y, por tanto, más evangélica.
De un modo sintético y sin matizaciones formulo así este éxodo:
SALIR de una espiritualidad: Para TRANSITAR hacia una espiritualidad:
· Dualista
· Patriarcal
· Individualista
· Necrófila: centrada en el Sufrimiento y el dolor
· De las virtudes y la búsqueda de la perfección.
· Integradora
· De la igualdad en la diferencia
· Holística.
· Capaz de integrar el placer y la felicidad como signos del Reino.
· Mística del seguimiento de Jesús.
Cuando me puse a pensar en ello, caí en la cuenta de que, por un lado, abarcar todo este éxodo desbordaba las posibilidades de un solo artículo y, por otro, algunos de estos éxodos los he abordado y desarrollado en otros lugares[2]. Por esta razón he decidido centrar mi aportación en uno de los “éxodos” que estimo fundamentales y que formulo así: cómo pasar de una espiritualidad más centrada en el sufrimiento y el dolor a una espiritualidad que integra la búsqueda de felicidad como un signo del Reino.
Sin duda, en esta decisión ha influido, entre otras, la experiencia de una religiosa a la que he acompañado en un serio proceso de discernimiento en el que se planteaba si continuaba o en la vida religiosa. Me contó cómo cuando fue a comunicar al sacerdote encargado de tramitar su exclaustración cuál era su situación diciéndole: “en estos momentos mí la vida religiosa se ha convertido para mi en un lugar de sufrimiento y muerte”, él le contestó: “a eso hemos venido, hermana, a sufrir y morir por Cristo”. Me decía cómo desde su perplejidad logró contestarle: “a eso habrá venido Vd.; yo he venido a ser feliz en el seguimiento de Jesús y no lo soy”.
Ésta no es una anécdota aislada, sino una constatación largamente avalada en mi experiencia de acompañamiento a personas y comunidades. Tenemos que reconocer que en el proyecto de vida, los ideales y la formación de la vida religiosa no entraba como objetivo – al menos explícitamente – la búsqueda de felicidad como meta a conseguir. Era algo que se “daba por supuesto” pero que no entraba entre los ejes vertebradores de la opción por la vida religiosa. Curiosamente, preguntar a alguien por el estado de su vocación, sobre todo en las etapas iniciales de formación, no incluía el preguntarle si se sentía bien físicamente, psicológicamente, afectivamente, sexualmente, relacionalmente, institucionalmente, etc.
Si esto era (¿y sigue siendo?) así, no puedo dejar de preguntarme: ¿es quizás porque este concepto está muy vinculado a un modo individualista y burgués de vivir?, ¿se podría y puede deber a una concepción más dolorista, y en algunos casos masoquista, de la espiritualidad cristiana y, por tanto, de la espiritualidad de la vida religiosa? ¿acaso no se ha trabajado más una espiritualidad “de la renuncia” que una espiritualidad “del don”? ¿acaso no se ha identificado “espiritualidad” con aquello que está más allá de los límites de las necesidades básicas humanas, a las que de un modo u otro – muchas veces incluso en nombre de una supuesta madurez personal – se las ha silenciado, ignorado, dejando a la persona librar ella sola estas “batallas”?.
Pienso en el contenido explícito e implícito de muchos textos de las Órdenes, Congregaciones Religiosas y Sociedades de Vida Apostólica que constituyen la senda por la que caminan l@s consagrad@s. Sería interesante analizar con qué frecuencia aparecen en su articulado expresiones que indiquen que el objetivo del seguimiento evangélico a la luz de un determinado carisma es, sencillamente, la realización del sueño de Dios sobre los hombres y mujeres: descubrir y cultivar la llamada a la felicidad que constituye el seguimiento de Jesús y que se despliega y desarrolla en la medida en que el/la consagrad@ encarne y crezca en una espiritualidad de felicidad.
Te invito a que en estos momentos leas el primer Capítulo de tu Regla de Vida o de tus Constituciones, el que sintetiza la “Identidad” ¿puedes decir cuántas veces nombra la “felicidad personal” como objetivo del Proyecto que desarrolla en los diferentes Capítulos?
Si la menciona ¿con qué connotaciones?
Si no la tiene en cuenta ¿dónde pone el acento del Proyecto de Vida que se propone?
Por esto llevo tiempo repensando cómo incorporar a la espiritualidad cristiana y por tanto, también, de un modo aún más urgente a la espiritualidad de la vida religiosa, el cuerpo, la sexualidad, el placer, la felicidad… no como absolutos, por supuesto, sino como realidades humanas ineludibles, como experiencias a vivir en coherencia con la fe cristiana, con la vocación religiosa, en diálogo con una nueva antropología y más ampliamente con la cultura actual.
Hablar de una “espiritualidad” que integra la búsqueda de la felicidad como signo del Reino requiere una primera aproximación al concepto de espiritualidad.
I. QUÉ ENTENDEMOS POR ESPIRITUALIDAD
La “espiritualidad” se ha puesto de moda. Basta buscar en Google este concepto[3] y echar una mirada a la literatura religiosa, psicológica, esotérica, etc. para darnos cuenta del aluvión de literatura que hay sobre ella y, por tanto, de la diversidad de significados que esconde[4].
La búsqueda de espiritualidad es, sin duda, un “signo de nuestro tiempo” puesto de relieve por muchos sociólogos, psicólogos, teólogos[5].
Son muchas las lecturas que podemos hacer de este hecho. Por un lado, es una buena noticia que se haga visible cómo al ser humano no le basta con tener cubiertas sus necesidades básicas para ser feliz, sino que necesita “algo más” que no siempre acierta a nombrar. Me alegra verificar que en el corazón de nuestra sociedad consumista, materialista, utilitarista que nos lleva a valorar lo vistoso, rentable, útil… se hace patente la sed espiritual. Es cierto que no es un movimiento mayoritario y que aún son minorías las voces que nos alertan de que además de la crisis económica estamos insertos en una crisis, no menos fuerte y peligrosa, de valores, de sentido, en una crisis cultural y espiritual.
Pero por desgracia también nuestro sistema capitalista está convirtiendo esta sed en un negocio muy rentable, en un lugar para sacar beneficios, una comercialización de la misma, en un lugar para cultivar nuestro narcisismo y para adormecernos ante los graves retos que tenemos que afrontar en este momento histórico. No es una novedad este mecanismo perverso mercantilista. Por eso es bueno alertarnos y preguntarnos: qué entendemos por espiritualidad y de qué espiritualidad hablamos.
1.1. Concepto de espiritualidad
Soy consciente de las dificultades con las que se encuentra, aún hoy, la reflexión teológica para precisar sus posibles significados[6]. No es el objetivo de estas páginas hacer un análisis exhaustivo del término[7], sino explicitar por cuál de sus múltiples acepciones me decanto en este momento.
Lo que sí constato es que en parte de nuestra sociedad y de algunas comunidades cristianas y religiosas, la palabra “espiritualidad” sigue contaminada por el dualismo y, con mucha frecuencia, se utiliza para expresar lo contrapuesto a lo material, corporal, temporal, terreno. Porque, queramos o no, en el universo simbólico de nuestro pueblo, la palabra “espíritu” sigue siendo algo contrapuesto a “materia” y la identificación de espiritualidad con inmaterialidad sigue vigente aún en muchas mentes.
En los cursos que imparto a religios@s y laic@s sobre espiritualidad, suelo comenzar invitando a una lluvia de ideas en torno a lo que les sugiere esta palabra. Me sigue sorprendiendo lo poco que, de hecho, cambia el universo simbólico de significados: un bloque de contenidos se sitúa en esta línea de identificar lo "espiritual" con lo “no material”, lo “no carnal”, el “no disfrute de la vida”, lo “no temporal”; y otro bloque hace referencia al mundo de la oración, la meditación, la celebración, lo que tiene que ver con "lo religioso", con "lo de Dios".
”Ser espiritual”, para mucha gente, sigue siendo la renuncia al goce y disfrute de la vida, del cuerpo, del sexo, del placer. Es dedicarse a las cosas “divinas” como la oración pero no a la política y a la economía, ni a la cultura, ni a las cosas cotidianas como hacer la comida, limpiar la casa, ni a la lucha por la supervivencia, ni al esfuerzo por transformar este mundo, ni a la búsqueda de felicidad y el descanso necesario. Todo esto son cosas muy humanas, no espirituales.
Ya desde hace años, José María Castillo ha puesto el dedo en la llaga denunciando este problema: "Lo más entrañablemente humano resulta ajeno a la espiritualidad. Por esto adentrarse por los caminos de la espiritualidad significaría renunciar a algo esencial a sí mismo y, por tanto, irrenunciable. Las personas quieren ser felices y tienen derecho a serlo. Una espiritualidad que entra en conflicto con una aspiración tan profundamente humana está llamada al fracaso”[8].
Para verificar esto que digo te sugiero que contestes tú mism@, o incluso que hagas una breve encuesta en tu comunidad preguntándoles: ¿Qué contestarías a quien te pregunte sobre cómo va “tu vida espiritual”?. O esta otra: ¿que es para ti cultivar la “vida espiritual”?.
En el mundo cultural semita, como sabemos por la Biblia, "espíritu"[9] no se opone a materia ni a cuerpo, sino a maldad, carne, muerte (la fragilidad de lo que está destinado a la muerte), a ley (imposición, miedo, castigo).
"En este contexto semántico, "espíritu" significa vida, construcción, fuerza, acción, libertad. El espíritu (la "Ruah") no es algo que está fuera de la materia, sino que está dentro, que habita la materia, el cuerpo, la realidad y les da vida, les hace ser lo que son, los llena de fuerza, los mueve, impulsa, los lanza al crecimiento y a la creatividad en un ímpetu de libertad"[10]. Es como el hálito de la respiración.
El espíritu no es otra vida sino lo mejor de la vida. Algo es espiritual por la presencia que en sí tenga de espíritu.
Según lo dicho, podríamos decir que "el espíritu de una persona es lo más hondo de su propio ser: sus motivaciones últimas, su ideal, su utopía, su pasión, la mística por la que vive y lucha y con la cual contagia a los demás”[11].
Entendido así, el espíritu es la dimensión de más profunda calidad que el ser humano tiene[12]. Podemos, por tanto, entender la espiritualidad de una persona o de una determinada realidad como su carácter, como el hecho de vivir o de acontecer con espíritu, sea el que sea. Su espiritualidad será la talla de su propia humanidad.
El espíritu (la espiritualidad) de una persona, comunidad y/o pueblo es, en esta acepción "macroecuménica" – como frecuentemente la llama Pedro Casaldáliga – su motivación de vida, su talante, la inspiración de su actividad, de su utopía, de sus causas. Enrique Martínez Lozano, en un libro publicado recientemente, define la espiritualidad en esta misma línea como “la dimensión de profundidad de todo lo real… el Misterio que Somos y Es”[13].
Si entendemos, por tanto, que "espiritualidad es el espíritu, el talante, con que se afronta lo real, la historia en que vivimos con toda su complejidad, se podrá entonces hablar de qué espíritu es adecuado y de cuál no lo es en cada momento de la historia, pero cualquiera de ellos está remitido a lo real para confrontarse con ello y para decidir qué hacer de ello"[14].
En esta concepción, preguntarnos qué espiritualidad tenemos, significa preguntarnos qué espíritu nos mueve en nuestro acontecer cotidiano, con qué talante afrontamos lo real, desde qué dimensión de profundidad vivimos el aquí y ahora de nuestra historia. Por supuesto que tiene que ver con cómo cultivamos el silencio, la meditación, la contemplación…, pero igualmente con cómo y desde dónde afrontamos la vida social y cívica, nuestros compromisos sociopolíticos, con qué uso hacemos del dinero y del tiempo, por la seriedad y honradez en el trabajo, por nuestros modos de relacionarnos, por los caminos por los que buscamos ser felices, por cómo afrontamos el dolor y la muerte, por el modo de vivir nuestra vida cotidiana...
En este sentido, para discernir si nuestra espiritualidad es cristiana o no lo es tenemos que preguntarnos, no por nuestro concepto de espiritualidad, sino por el hecho real de si nos dejamos mover, re-hacer nuestras vidas y estructuras familiares, comunitarias, institucionales… por el Espíritu de Jesús o por otros espíritus y si somos capaces de vivir con fidelidad creativa o a su Espíritu y a nuestro mundo.
Una vez clarificado el concepto de espiritualidad con el que me muevo, las preguntas a las que en este artículo intento contestar son:
¿es posible una “espiritualidad evangélica” de la felicidad?, es decir,
¿podemos vivir y afrontar la realidad como buscadores de una felicidad sana, sabia, solidaria, en diálogo con nuestra cultura y al tiempo profundamente evangélica?;
¿es posible que la búsqueda de felicidad personal, comunitaria, social forme parte explícitamente de las utopías, proyectos, valores, planes de formación, Capítulos Generales, Asambleas… de la vida religiosa?.
Yo creo que sí y de alguna manera ya va siendo verdad tanto en algunos grupos cristianos como en órdenes y congregaciones religiosas.
Voy sólo a intentar esbozar algunas pistas y senderos por los que buscar felicidad que sean capaces de ser acogidos y transitables por nuestros contemporáneos o que al menos podamos dialogar sobre ellos y que, al tiempo sean coherentes con la propuesta evangélica de felicidad. En esa dirección quiere ir, modestamente, esta aportación.
II. BUSCADORES DE FELICIDAD[15]
No es fácil, como he dicho antes, pasar de una espiritualidad que hizo del dolor y del sacrificio un lugar de redención, de santidad, de maduración, incluso una “señal de predilección y de amor de Dios” a una espiritualidad que acoge el dolor como un dato de la vida, pero no hace un panegírico del mismo sino que además integra la búsqueda de felicidad, no sólo como un derecho humano, sino como signo del Reino.
En el trabajo terapéutico cotidiano me encuentro continuamente con lo paradójico del dolor y el sufrimiento: a unas personas las rompe y las destroza, a otras las madura y genera en ellas una gran resistencia y fortaleza (“resiliencia” le llaman hoy muchos psicólogos[16]). La experiencia nos muestra que el dolor en sí mismo no es lo salvador, ni lo que ayuda a madurar, sino el cómo se afronte éste y eso tiene mucho que ver con el amor que la persona haya recibido. Es decir, lo que salva y madura es el amor y es éste el que capacita para afrontar con sentido y coraje el dolor.
La felicidad es la búsqueda fundamental del ser humano, el sueño de la humanidad desde el comienzo de la historia. Lo difícil es tener sabiduría para poder reconocer qué senderos nos conducen a ella. Se trata de llegar, al menos, a una modesta felicidad, porque mientras caminamos por la historia es iluso soñar con la felicidad plena, siempre habrá algo que la empañe, sobre todo si somos conscientes de que la felicidad para ser total debe alcanzar a toda la humanidad y esto es hoy un horizonte muy lejano. Ser feliz es una búsqueda personal pero su posible consecución es siempre comunitaria y su experiencia es solidaria.
Hablar de felicidad nos lleva necesariamente a preguntarnos si es posible ser felices en un mundo lleno de dolor, injusticia, muerte prematura e injusta, soledad, sin sentido.
Es difícil hablar de felicidad cuando hay tanto dolor, tanta destrucción, injusticia y crueldad en nuestro mundo. Sin embargo, los seres humanos no podemos renunciar a la búsqueda de la felicidad. Lo importante es que no lo hagamos de una manera insolidaria y solitaria, ni que nuestra búsqueda sea a costa de los otros o al margen de las grandes mayorías sufrientes. A ese estado no puede llamársele “felicidad”.
Cuando hablamos de felicidad en este mundo, hablamos siempre de una felicidad relativa, parcial y acompañada de la consciencia de problemas, preocupaciones, situaciones inhumanas que hacen imposible la felicidad plena.
2.1. A qué llamamos felicidad
Muchas de las personas que tenemos más de sesenta años, hemos sido educad@s en la creencia religiosa de que la felicidad era algo del “otro mundo”. Podían existir algunos días “felices” (primera comunión, boda, el día de los votos perpetuos, la ordenación sacerdotal, un éxito profesional…) pero el resto de la vida había que afrontarla sabiendo que este mundo es “un valle de lágrimas” o incluso que a él “hemos venido a sufrir”. Gracias a Dios las cosas han cambiado y hoy se descubre que ésta es una aspiración central e irrenunciable en todo ser humano y un derecho fundamental.
No obstante, es preciso caer en la cuenta de que el concepto y, sobre todo, la vivencia de la felicidad es profundamente subjetiva ya que está muy condicionada por el “modelo” internalizado desde los primeros años de nuestra vida, de lo que es y no es ser feliz: depende de nuestra biografía, de los modelos de felicidad que nos presta la sociedad en la que vivimos, de los propios deseos y del modo de afrontar la vida.
Etimológicamente la palabra “felicidad” procede del latín “foelix” que, en sus orígenes, hacía alusión a la fecundidad, a la prosperidad. Otros términos griegos evocan el contenido actual de felicidad. La “eudaimonia” literalmente significa “buen demonio” y, junto con el término “makarios” son palabras asociadas a suerte, fortuna, placer, estar bien.
El concepto de felicidad no es algo fijado, estático. Siempre tiene detrás una cosmovisión antropológica, aunque no esté explícita; además es evolutivo y se ha ido construyendo continuamente a través de los imaginarios sociales dominantes en cada época.
Para Platón y Aristóteles la felicidad tenía que ver con un sentimiento global de bienestar. Distinguían una felicidad objetiva: vivir bien, y una felicidad subjetiva: que vinculaban al buen comportamiento. Para ellos la felicidad no podía desvincularse de la ética. El arte de ser feliz se identificaba con el arte de obrar bien.
La doctrina clásica griega y cristiana, desarrollada por Santo Tomas de Aquino a partir de la doctrina aristotélica, concibió la felicidad como una tarea fundamentalmente política[17]. Es decir, el poder político y la vida política estaban considerados como mediaciones instrumentales para la consecución de la felicidad del pueblo. El bien común era la razón última de la actividad política, porque para él “la felicidad es un bien común”.
A partir de la Ilustración se inicia una nueva teoría política que se centra en la autonomía personal y la limitación de los poderes estatales como sospechosos de coartar la libertad de los individuos. Apareció entonces una concepción liberal del Estado y, por tanto, una nueva filosofía política de la modernidad que concibe la felicidad como un bien de los individuos, no como objetivo político. Y esta es la concepción dominante que perdura hasta nuestros días en nuestra sociedad occidental desarrollada.
El mercado promete la felicidad y ésta constituye la principal búsqueda en el consumo. Lo que se busca al consumir, aun sin saberlo, es vivir la felicidad como la máxima plenitud, con ausencia de límites: ni espaciales, ni temporales (todo lo más rápido posible, aquí y ahora mismo), ni de generacionales o de edad; sin riesgos, sin enfermedades, ni sufrimientos, ni muerte. Esta felicidad del consumo sólo se ve agrietada por la presencia de los pobres. Por eso esta presencia se trata de tapar, ocultar, disimular o disminuir su enorme densidad. Los pobres estorban, molestan, son una amenaza a la felicidad que nos ofrece la sociedad de consumo. Es más, se nos presentan como un “objeto” de consumo entre otros muchos, un objeto con el que podemos “comprar” nuestro propio bienestar, el que nace de la tranquilidad de conciencia, sin alterar lo más mínimo el nivel en el que hemos situado nuestra felicidad.
De esto no estamos exentos nadie. No podemos caer en la ingenuidad de pensar que las personas creyentes o que la vida religiosa está libre de dejarse alcanzar por este concepto de felicidad. Vivimos insertos en nuestra sociedad, somos hijos e hijas de nuestro tiempo y de nuestra cultura, y para bien y para mal respiramos unos determinados valores que lo dominan todo.
A lo largo de la historia son muchas las personas que han intentado analizar y definir la felicidad y han llegado a unas mínimas conclusiones. Por un lado, hay una felicidad subjetiva: un sentimiento de plenitud, bienestar personal e intransferible; por otro también existe una felicidad objetiva, pública, social, que no es un sentimiento sino una situación, el marco deseable para vivir un escenario que haga posible a todos buscar la felicidad con cierto éxito. Por eso la felicidad personal no se puede vivir al margen de la búsqueda de la felicidad de las grandes mayorías. La felicidad de uno pasa también por la felicidad de los otros.
No es fácil definir la felicidad. Casi todos los filósofos, pensadores, científicos, religiosos, neurólogos, psicólogos que, desde muy diversas perspectivas, han intentado analizarla y describirla, han llegado a una primera constatación: la felicidad está vinculada a la capacidad humana de pensar. Nuestra inteligencia es la que nos permite sentirnos dichosos o desgraciados.
Los seres humanos tenemos la capacidad de evaluar nuestra vida como satisfactoria o no, feliz o infeliz. Es evidente que los contextos sociales influyen en este estado, pero sobre todo la propia felicidad tiene que ver con “los propósitos y metas que elegimos en nuestra vida, de los “lugares” en que situamos tales objetivos buscando la felicidad (fuera/dentro)”[18].
Las situaciones objetivas, es decir, los contextos sociales, también contribuyen a crear condiciones para la felicidad o infelicidad, empezando por el hecho de tener o no cubiertas las necesidades básicas: alimentación, salud, vivienda, trabajo, respeto, dignidad, educación. Sin esas condiciones previas puede resultar un cinismo hablar de que la felicidad es subjetiva y depende de las interpretaciones de la vida.
La felicidad pertenece a la categoría del ser no del tener ni del aparentar. Es sobre todo una vivencia. Se puede tener todo y no sentirse feliz.
José Luis Pinillos define la felicidad como un trasfondo vital, un “talante de fondo, en el cual uno reposa serenamente: un estado de satisfacción serena con la vida propia y con la vida en general”[19]. R. Navarrete como “el resultado de la aceptación gozosa de cuanto nos ofrece la vida”[20]. José Antonio Marina dice que la felicidad depende de haber aprendido con éxito el arte de vivir.
La felicidad de una u otra manera se relaciona con un sentimiento, más bien con un estado de bienestar interior, suficientemente estable y que nos conduce a elegir lo que es positivo y bueno. Eso nos hace sentirnos fundamentalmente satisfechos.
La felicidad también tiene que ver con ser de verdad aquello para lo que se ha nacido, es decir, con el despliegue de las propias potencialidades.
En la aproximación a la noción de felicidad nos encontramos, sobre todo hoy, no tanto la pregunta teórica sobre lo que es la felicidad sino más bien con preguntas más personales y concretas: de qué forma nos sentimos felices, y cómo llegamos a ello; cuándo y cómo perdemos la felicidad.
Contestar a estas preguntas personal y comunitariamente, con verdad, es una sugerencia que os hago como la mejor manera de introducirnos en el apartado siguiente.
2.2. Qué es lo que nos dificulta encontrar felicidad
Dije anteriormente que hay, por un lado, realidades objetivas, situaciones concretas generadoras de infelicidad y, por otro, realidades subjetivas muy variadas que pueden favorecer o dificultar la experiencia de felicidad. Analicémoslas brevemente.
a) Situaciones objetivas que imposibilitan y/o dificultan la vivencia de la felicidad.
La primera afirmación que quiero hacer es que decir que la felicidad depende de uno mismo puede ser un sarcasmo si no se añade que eso ocurre cuando la vida nos regala las condiciones humanas mínimas para poder vivir como personas, con las necesidades básicas cubiertas.
Hoy más de las ¾ partes de la humanidad viven en situaciones de extrema pobreza, injusticia, violencia generalizada, guerras terribles, enfermedades que podrían curarse. El dolor, la enfermedad, la pobreza, las guerras, la violencia, la explotación y un largo etcétera nos hablan de realidades que difícilmente son compatibles con la felicidad, aunque se puedan encontrar excepciones.
No tenemos un mundo justo y esto es fuente de infelicidad para tod@s aunque no afecte de la misma manera a quienes lo padecen directamente que a los que no lo padecemos. Luchar contra estas situaciones es el primer mandato ético de la vida humana y hacer de este deseo una tarea será una fuente de felicidad personal y social.
b) Además de esas situaciones objetivas hoy otras subjetivas muy variadas.
Enuncio algunas de ellas:
Creencias sociales que nos confunden y desvían de los caminos que nos conducirían a la verdadera felicidad.
Son miradas que desplazan el centro de la felicidad a aspectos periféricos de nuestra persona, identificando felicidad con satisfacción, fortuna, salud, dinero, poder, sexo, éxito fácil, placer. Se trata de una felicidad que se ofrece hoy en el gran mercado del mundo, se compra, se vende, se subasta vinculada a la adquisición de bienes, fomentando la posesividad como fuente de felicidad. Se nos quiere hacer creer que la felicidad se encuentra fuera de uno mismo y que se puede comprar. Nuestra tragedia es que esos “valores” terminan confundiéndonos y provocando en nosotr@s más infelicidad e insatisfacción.
Otra equivocación frecuente es confundir felicidad con estado de bienestar material. Como ya he señalado, es cierto que sin las condiciones mínimas de vida humana no es posible la felicidad, pero esto no basta. No se puede ser feliz si se margina la dimensión espiritual del ser humano, el cultivo de la dimensión ética, estética, el sentido de la vida, la capacidad para trascender más allá de uno mismo y poder amar. El error está en confundir el bien-estar con el bien-ser. El bienestar no produce automáticamente felicidad. Sin duda que el bienestar produce satisfacción y una situación placentera, pero eso no es felicidad.
Siempre que ponemos la clave de la felicidad en algo o alguien fuera de nosotros mismos estamos dándole a esa cosa, circunstancia o persona la llave de nuestra felicidad. Cuantas más cosas o realidades identifiquemos con la felicidad más amenazada estará ésta, pues más fácil será que esas realidades no las consigamos o las perdamos. Así pasaremos de la tristeza a la euforia continuamente dependiendo de que poseamos o no aquello con lo que hemos identificado la felicidad.
Otras creencias peligrosas que hoy nos acecha son:
· Identificar vida feliz con vida fácil, con vida brillante, con vida exitosa (desde los parámetros culturales del éxito) y, sobre todo, vida despreocupada de los graves problemas de nuestro mundo,
· Confundir felicidad con placer. No se trata de demonizar el placer, que es en sí una realidad buena, pero placer y felicidad son dos cosas distintas. El placer es una experiencia momentánea y se produce en una parcela de nuestra persona, afecta a una o dos dimensiones de nuestro ser, no a la totalidad. La felicidad es un estado enraizado en el fondo del ser, en lo más profundo de la persona, envolviéndola por entero y produciendo una experiencia liberadora. Por eso placer y felicidad están vinculados, aunque no identificados. Es indudable que la felicidad tiene que ver con saber disfrutar de los placeres auténticos que la vida nos regala.
Pensar que se puede ser feliz sin aprender a renunciar a la búsqueda compulsiva de la felicidad y de la propia felicidad a cualquier precio. Creer que la felicidad es la ausencia de frustración, de dolor, de adiós…
Buscar una felicidad completa, perpetua, continuadamente intensa, capaz de ser retenida para siempre. Esta percepción de la felicidad es una quimera. Sin renunciar a ella no se puede disfrutar de la felicidad posible, real, que se nos presenta muchas veces como una experiencia modesta, frágil, insegura.
Confundir vida feliz con vida eficaz, y ésta con vida fecunda. La fecundidad no es vida agitada, ni hiperactividad sino vivir nuestra existencia generando vida, sentido, valores…
Son muchos los mecanismos interiores, creencias y actitudes personales que son auténticos saboteadores de nuestra felicidad. Es más frecuente de lo que creemos encontrar dentro de nosotr@s mism@s estos mecanismos, incluso transformarnos, como muy bien expresan Heineman, M. y Pieper W. en auténticos “adictos a la infelicidad” [21].
No podemos obviar el hecho de que en la formación cristiana que hemos recibido la felicidad no era un derecho humano, hasta tal punto que buscarla por sí misma era algo peligroso o egoísta. Búsqueda de felicidad, culpa y miedo estaban muy asociados. Incluso aún hoy es frecuente oír ante situaciones o experiencias gratificantes: “esto es demasiado”, “algo malo me va a pasar”…, y no deja de ser expresivo el dicho: “lo que produce placer o engorda o es pecado”.
Podía ser bueno preguntarnos, personal y comunitariamente, si reconocemos en nosotros mismos algunas de estas creencias sociales dominantes en nuestra cultura que pueden equivocarnos en la búsqueda de la felicidad o bien si reconocemos mecanismos, pensamientos, emociones, conductas saboteadores de la posible felicidad de la que podemos disfrutar.
2.3. Algunos senderos de felicidad.
Modestamente, y sin pretender ser exhaustiva, quiero proponer algunos senderos que al transitarlos pueden hacer no sólo nuestra vida personal y comunitaria más feliz sino también favorecer una felicidad social mayor. Senderos que si muchas personas los transitásemos haríamos nuestro mundo más humano, más justo; viviríamos más reconciliad@s y felices y posibilitaríamos que nuestra tierra sea más habitable.
Como no es posible desarrollarlos con detalle, haré una breve descripción de cada uno de ellos, con el deseo de que cada un@ de nosotr@s no sólo los transitemos, sino que podamos compartir entre nosotr@s aquellos caminos que cada un@ hemos explorado.
El camino del amor
El amor es el camino por excelencia. Sin transitarlo es imposible ser feliz ni generar felicidad.
El amor está compuesto de muchos ingredientes, algunos imprescindibles como el respeto, la donación, la solicitud o cuidado, el compromiso, y otros más específicos de los diversos registros del amor, como la intimidad, la comunicación, el afecto, el deseo. El amor vivido en todos sus registros: el amor a uno mismo, a los otros (amor de servicio y/o solidaridad, de amistad, de pareja, paterno-materno-filial) el amor a los proyectos, trabajos, realidades, seres vivos, la tierra, el cosmos y Dios (para los creyentes).
El camino del amor pasa por saber recibirlo y darlo. Dar amor con lucidez, generosidad y sabiduría, distinguiéndolo de la dependencia y de la utilización de los otros. También saber recibir el amor. Es más difícil de lo que creemos porque requiere de un corazón de pobre, de sentirse personas dignas de ser amadas y perder el miedo a serlo. Saber recibirse de los demás y sobre todo de Dios es fuente increíble de felicidad. Es imposible una vida feliz sin amar, sin crear relaciones vinculantes[22], sin afectos, intimidad compartida, sin generosidad y entrega más allá de las fronteras afectivas para expandirse en un amor de servicio, solidaridad, cuidado de los otros y de las cosas. Una vida feliz es una vida fecunda y la fecundidad es siempre un fruto del amor.
El camino de la consciencia
“Darse cuenta” es la palabra clave para el propio crecimiento, para poder ver la realidad como es sin vivir alienados ni dormidos y esto es condición indispensable para vivir una felicidad lúcida.
Darse cuenta es aprender a percibir conscientemente la realidad propia y la de lo que nos rodea tal como es, no con etiquetas de nuestra mente, ni con fantasías que nos oculten lo que no queremos ver. Tony de Mello ponía en la consciencia el elemento imprescindible del crecimiento, para él la espiritualidad era la consciencia y el pecado la inconsciencia[23].
La lucidez, la consciencia, no suele vincularse a la felicidad, como si fueran dos caminos incompatibles, como si sólo los “tontos”, alienados o inconscientes pudieran ser felices. ¿De qué felicidad se habla entonces?.
Es cierto que la consciencia de una realidad dura, injusta, violenta, como la que estamos viviendo produce dolor, pero el dolor no es incompatible con la felicidad; y la capacidad de ver con verdad la realidad también nos hace conscientes a toda la cuota de bien que hay en el mundo, a la presencia de las semillas de esperanza que tantas personas buenas siembran en nuestro mundo: son pequeñas, como granos de mostaza, pero con potencialidad de crecimiento.
Sobre todo es fuente de gozo profundo la consciencia del corazón de la realidad, de lo que de verdad Somos, la consciencia de la Unidad Profunda que nos constituye como el fondo último de nuestro ser[24].
El camino hacia la profundidad
En conexión con el sendero anterior es importante darnos cuenta de que mientras busquemos la felicidad fuera, en lo superficial y superfluo… erramos el sendero. El camino es hacia lo profundo de la realidad, hacia dentro del ser, en el corazón de la vida.
El descubrimiento de nuestra verdadera identidad como seres humanos, el descubrimiento de la verdad de la Realidad, nos proporcionará una felicidad que nada ni nadie podrá arrebatarnos. El camino de la felicidad pasa por renunciar a buscar fuera y en la superficie de la realidad lo que ya tenemos dentro y está en lo profundo de lo real.
Es necesario recuperar la propia intimidad, aprender a vivir dentro de uno mismo. No significa un vivir aislado de las otras personas, sino un vivir con los apoyos dentro, vivir desde el propio centro. En lenguaje creyente, tal como los evangelistas lo ponen en boca de Jesús: la Buena Noticia de que el Reino ya está entre nosotros, dentro de nosotros.
Es necesario descubrir el corazón de la historia, el Fondo de la Realidad. Ahí – lo llamemos como lo llamemos – nos podremos encontrar con El Ser, con la Unidad, con la Comunión que somos.
El camino del vivir con sentido y con proyecto de vida
Los seres humanos somos seres que nos hacemos preguntas, no sólo de carácter utilitario sino preguntas últimas, preguntas que afectan al por qué y para qué de nuestra vida.
El camino hacia la felicidad pasa por encontrar un por qué y un para qué que unifique nuestra vida y le dé una dirección, una orientación. Esa orientación se concreta en proyectos y metas que son el aliciente del día a día, la señal de que ese sentido nos orienta y nos unifica en esa dirección y no en otra.
Saber vivir con sentido y con propósito tiene que ver con lo algunos autores llaman: “Salir de la jaula de sí mismo”. El ser humano es trascendente, apunta a algo o a alguien que no es él mismo, a un sentido, a otro ser humano, a un proyecto de sentido, a servir a una causa, a amar a una persona... Mientras nos empeñemos en vivir sólo para nosotros mismos no seremos felices.
Una de las razones más frecuentes de infelicidad de muchas personas es que su vida carece de metas, de proyectos que le merezcan la pena, nada ni nadie les espera, ni les reclama su esfuerzo, ni tienen ningún sueño que cumplir, nada que les entusiasme ¿para qué levantarse si nada les motiva, nadie los llama, ni los necesita?.
Saber vivir con sentido y con proyecto es no apuntarse a la carta de lo efímero e intrascendente. Son muchos los que confunden la felicidad con unas horas de pasatiempo, de entretenimiento, una felicidad light que deja vacío en el corazón.
El camino del aprendizaje de saber integrar la felicidad con el dolor, la superación del sufrimiento y la muerte
El dolor es un dato en la vida, una realidad que podemos agrandar o disminuir con nuestra mente. El sufrimiento, en gran parte, lo producimos con nuestros pensamientos, creencias, modo de afrontar el dolor. [25]
No podemos librarnos del dolor pero si podemos disminuirlo incluso superar el sufrimiento que desencadena el dolor.
La vida nos trae dolor y con él brota en nosotros el sufrimiento, es decir, la interpretación que hacemos del dato dolor y, desde ahí, la actitud que asumimos ante él. No se trata de huir del dolor – cosa que es imposible – sino de mirarlo de frente y aprender a dialogar con él, para poder integrarlo. Hay que aprender a distinguir el dolor que nos produce lo que pasa de la interpretación que hacemos del mismo. Y eso supone en muchos casos revisar y criticar creencias irracionales que hemos adquirido a lo largo de la vida y no hemos sometido a crítica y confrontación con nuestra realidad actual.
Detrás de nuestro sufrimiento hay siempre un rechazo de lo que está pasando y una frustración de nuestro insaciable deseo, un adiós de algo que no queremos perder, un apego que no queremos soltar.
La felicidad humana está siempre amenazada, pues el dolor, el sufrimiento y la muerte son compañeros de camino indispensables. Nuestra felicidad necesita ser encajada en el horizonte de la muerte. Sin embargo, lo paradójico es que la felicidad que ansiamos es eterna ¿qué pensar de esto?, ¿está el ser humano mal hecho?, ¿no nos queda más que aceptar que ese deseo es una ilusión? ¿y si esta felicidad frágil y amenazada estuviera apuntando a una felicidad plena y definitiva más allá de la muerte?.
Llegados a este punto ya no nos sirve la ciencia sino la fe religiosa que apunta a ofrecer una respuesta definitiva al misterio humano del dolor y de la muerte.
La fe cristiana afirma que Dios quiere la felicidad del ser humano, desde ahora, sin esperar al más allá. Afirma que estamos llamados a la felicidad posible en esta tierra, aunque mientras estamos en el útero del mundo, nunca faltará el dolor, la contradicción, la muerte. Esta felicidad frágil y amenazada está llamada a culminar en Dios, futuro absoluto del ser humano y de toda la realidad recreada.
El camino de la aceptación de la realidad
Este sendero se cruza con el anterior, pues gran parte de nuestro sufrimiento está ocasionado por luchar inútilmente contra lo inevitable.
La frustración de nuestros deseos y proyectos forma parte de la vida. Ésta no es como a mí me gustaría que fuese sino que es como es y cuanto antes aceptemos lo que no es cambiable, menos sufriremos.
Hay un dicho sabio que dice: << Si lo comprendes, las cosas son como son; y si no lo comprendes, las cosas son como son>>. De la actitud que tengamos ante la realidad (luchar para cambiar lo que puede ser cambiado y aceptar lo inevitable) depende gran parte de nuestra felicidad.
El camino del presente
Sólo poseemos el presente, y sólo en él podemos sentirnos vivos. Tenemos que aprender a soltar el pasado y no angustiarnos con el futuro que quizá no llegue nunca. Lo real es el presente. Sólo podemos vivir el <<aquí y ahora>>, el pasado ya pasó y el futuro no ha llegado[26].
El secreto para vivir el presente es la consciencia del aquí y ahora, concentrarnos con todas las fuerzas en lo que estamos haciendo en cada momento, saber apreciar y/o asumir lo que cada instante te ofrece.
Viviendo el presente se evitan las lamentaciones acerca del pasado y sobre todo los sufrimientos inútiles acerca de posibles problemas y preocupaciones del futuro que quizá no lleguen nunca.
Vivir el momento presente reduce mucho la ansiedad, aumenta la eficacia del trabajo que estamos haciendo, mejoran las relaciones personales pues estamos enteros ahí cuando la otra persona nos está hablando, escuchando, no pensando en otra cosa o en qué le vas a contestar.
Sólo viviendo el aquí y ahora estamos presentes a la Realidad, sin interferencias de la mente.
Inténtalo y sentirás la felicidad que produce esa experiencia de Ser Comunión.
El camino de la autorrealización y la autoestima
La felicidad, desde la perspectiva psicológica y desde la experiencia de personas que se sienten felices, tiene mucho que ver con la realización del propio ser, con el despliegue creativo de las propias potencialidades y de nuestra originalidad única, con ser aquello que estamos capacitados para ser. Poder desplegar nuestras capacidades, auto-realizanos, está en relación directa con la seguridad básica que produce una sana autoestima.
Es muy difícil vivir con independencia y libertad sin autoestima. El hambre básica de reconocimiento, valoración, amor… que no existe dentro impulsa a buscarlo compulsivamente fuera y eso dificulta la libertad de ser y hacer, domina el miedo a perder el apoyo del exterior, porque si no hay apoyos dentro, no se puede vivir sin los apoyos fuera.
Sin autoaceptación, sin autoestima suficiente, es muy difícil sentirse bien en la propia piel, no vivir con la continua crítica, juicio, condena, castigo dentro de uno mismo. Una vez más tenemos que reconocer con pena que la espiritualidad cristiana, y de un modo más patente la espiritualidad de la vida religiosa, no ha favorecido la autorrealización, ni la autoestima. La confusión del amor a sí mismo con egoísmo, narcisismo, vanidad, falta de humildad… ha hecho mucho daño en el despliegue de las propias potencialidades y en el cultivo de la autoestima.
Transitar caminos de felicidad requiere poder desplegar las capacidades de cada persona y eso, que hoy es imposible para más de la mitad de la humanidad, nos convoca a hacer de esta tarea un proyecto de sentido, una utopía capaz de movilizar nuestras personas. Ese sí es un camino que produce felicidad, aquella felicidad que brota del amor que se hace lucha por la justicia.
Entonces creceremos todos juntos en estima propia y ajena y ese será el momento en que podremos sentir que es imposible ser feliz solos y aislados.
El camino del cuerpo
No estamos acostumbrados a incorporar el cuerpo en el camino hacia la felicidad. Vivimos sin darnos cuenta que somos un cuerpo. Desde el olvido de esta realidad no viviremos integrados ni unificados y, por tanto, no experimentaremos el gozo de la unidad de nuestro ser. El gozo de sentirnos bien en nuestro cuerpo.
El camino del cuerpo tiene que ver con saber escucharlo para aprender su lenguaje, evitando así que enferme por descuido, por no saber equilibrar y reparar la energía que desgastamos con nuestro vivir diario.
Supone saber disfrutar de la luz, el sol, el agua, la naturaleza… compensando, de alguna manera, la cantidad de horas que pasamos en lugares cerrados, oscuros…, buscando el aire libre. Aprender a alimentarnos adecuadamente, rechazar todo tipo de drogas y adicciones que nos enferman…
Lleva consigo también abandonar hábitos sedentarios para aprender experiencialmente que el ejercicio físico libera en nuestro cerebro una serie de sustancias químicas y hormonas – endorfinas y encefalinas – que son las responsables de sentirnos bien.
Este camino conlleva vivirnos unificadamente tal como somos: un cuerpo espiritual o un espíritu corporal. Es decir, hacer de nuestro cuerpo un lugar para verificar nuestra vocación espiritual[27].
El camino del cuerpo supone experimentar que no podremos ser felices al margen de los cuerpos sufrientes, hambrientos, violentados, enfermos, desnudos… Jesús de Nazaret propuso este camino, del amor que pasa por el cuerpo, como el más eficaz para gozar de la vida que no acaba nunca, porque el amor es lo único que perdura para siempre (Cf. Mt 25, 32ss).
El camino del sentido del humor
Saber reír no es sólo un producto de la felicidad sino que es un mecanismo que en sí mismo produce bien-estar, alegría.
Son muchos los cambios psicofísicos que se desencadenan en nosotros cuando somos capaces de reír, entre otros la liberación de endorfinas y otras sustancias bioquímicas que producen una sensación profunda de estar bien.
En este camino de felicidad es importante no confundir la capacidad de reírnos con tener sentido del humor. Psíquicamente el sentido del humor nos ayuda a no dramatizar, a no hacernos victimas, a no tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio, a saber mirar la vida desde otro lugar, desde el lúdico y éste es un don muy valioso para uno mismo y los demás. Tod@s conocemos personas (quizás nosotr@s mismos) que, aún sabiendo reír, ejercitan muy poco el sentido del humor.
El camino del perdón
Quien no perdona no puede ser feliz.
Vivir con resentimiento en el corazón es una profunda fuente de dolor y sufrimiento. Para poder perdonar se necesita poder comprender al agresor o la causa de la agresión y darnos cuenta de que nosotros también cometemos errores que los demás necesitan perdonarnos.
Perdonar es de valientes no de cobardes.
El perdón libera a la persona del odio y del resentimiento, emociones que si anidan en el corazón nos impiden ser feliz.
El camino del “control” de la mente y del saber soltar tensiones innecesarias
Los grandes maestros orientales, desde hace muchos siglos, nos recuerdan que el origen de gran parte de nuestra infelicidad está en la mente, en las falsas estructuras mentales, en la identificación con nuestra mente y sobre todo con nuestra manera de pensar. Liberarse de la tiranía de la mente para poder “ver” la realidad es lo que llaman los clásicos orientales la iluminación. Cuando se alcanza ésta se alcanza la serenidad interior y felicidad.
Es el camino de la libertad interior: poder concentrar la mente y dirigirla en la dirección elegida, controlar tú la mente no que la mente te controle a ti. Es un ejercicio de concentración de la energía en la dirección elegida por tu libertad, Concentración de la mente, consciencia, liberación de creencias y pensamientos negativos e irracionales y re-programación positiva, son palabras claves para “controlar” la mente cuando ésta nos conduce por caminos de infelicidad.
La tensión continua lleva al estrés, enfermedad de nuestro tiempo, incompatible con la serena felicidad. Soltar tensión es un ejercicio que supone saber soltar el control de lo que no es responsabilidad nuestra. Es preciso aprender sencillas técnicas de relajación que favorecen el sosiego y la calma para transitar este sendero de felicidad.
El camino de la solidaridad-religación fundamental
Para poder ser felices, es imprescindible recuperar la consciencia de la religación fundamental del ser humano con toda la humanidad y con toda la realidad.
Se trata de despertar del sueño del individualismo que nos hace creer que podemos desarrollarnos como seres humanos plenos y felices desconectados del destino de toda la humanidad y de la trama de la vida.
Esta falsa creencia nos ha conducido a la lógica de la acumulación, del dominio, de la violencia, del crecimiento ilimitado e insolidario, de la catástrofe ecológica, de la injusticia clamorosa. Esta lógica dominante es fuente de la inmensa mayoría del dolor en nuestro mundo. Sin salir de aquí es imposible una felicidad humana y humanizadora.
Construir un mundo donde todos podamos ser más felices supone un gran éxodo que tiene al menos estos hitos:
· salir del dualismo antropocéntrico y patriarcal hacia un nuevo paradigma más holístico;
· salir del neoliberalismo a un nuevo orden económico internacional;
· salir de la cultura de la violencia, dominio y posesión a una cultura de la com-pasión y el cuidado.
No hay caminos auténticos de felicidad sin la consciencia operativa de que somos seres en relación, en interdependencia no sólo humana, sino con toda la realidad y con toda realidad.
Urge saber vivir la pan-relacionalidad y religación con todo.
La ciencia nos va descubriendo que lo que caracteriza la realidad son estructuras de relación y relatividad, procesos de transformación y cambios abiertos. En este nuevo modelo un ser no entra en relación con otro sino que se encuentra de por sí en relación[28].
El camino del cuidado
La realidad actual está afectada por un grave problema: la falta de cuidado de la vida humana, especialmente de los más pobres, enfermos, desfavorecidos, de la vida del mundo, de la vida del cosmos. No sólo está amenazada la humanidad sino todo el ecosistema está en peligro. Nos urge cambiar profundamente nuestra manera de situarnos en la vida si queremos hacer posible la viabilidad de nuestro planeta para las generaciones futuras.
Dos palabras sobre qué es cuidar.
Según los diccionarios clásicos el término <<cuidado>> deriva del latín cura o más primitivamente de coera, un término que se utilizaba en contexto de amor y de amistad. Expresaba una actitud de desvelo, solicitud, diligencia, delicadeza, atención, incluye también inquietud, preocupación y sentido de la responsabilidad. El cuidado surge ante una persona, una tarea, una realidad… importante y significativa para mí.
Leonardo Boff, en su espléndido libro titulado La esencia del cuidado,[29] denuncia el descuido, la indiferencia, el abandono de nuestra cultura y reivindica la recuperación del cuidado como el ethos fundamental de lo humano, el <<cuidado como modo-de-ser-esencial>>.
El cuidado forma parte de la naturaleza, de la constitución del ser humano. El cuidado como <<modo de ser>> revela la forma concreta cómo es el ser humano. Este modo de ser cuidado ha sido atribuido, por el estereotipo de género, a las mujeres. Era a nosotras a quienes nos “tocaba” cuidar a todos y todo. Ahora, desde la denuncia de la parcialidad de esta adjudicación, corremos el peligro de perderlo en vez de reivindicarlo como esencial al ser humano, a todo hombre y mujer. Sin cuidado dejamos de ser humanos, sin cuidado no sobreviviríamos como especie.
Un camino fructífero en la búsqueda la felicidad es sin duda el cuidado en toda su amplitud y dosificado con discernimiento. Urge equilibrar con sabiduría el cuidado de sí mismo[30], el cuidado de l@s otro@s, de lo otro y el cuidado de la tierra.
Si tienes experiencia de la profunda felicidad que supone practicar, con amor y humor, este talante cuidador no tengo mucho más que decirte; si no lo tienes te invito a que lo practiques sabiamente un tiempo y verás sus resultados, son sorprendentes para ti, para tu entorno, para la tierra.
¿Podemos soñar un mundo dónde el cuidado y la com-pasión radical fueran el talante constituyente de nuestro modo de ser personas?
¿Será posible hacer verdad una sociedad mundializada, la gran casa común, la tierra, en la que los valores estructurantes se construirán en torno al cuidado de las personas, especialmente las más necesitadas, con las planteas, los animales, los paisajes queridos, la tierra?.
Hacer verdad estos sueños está en nuestras manos…, en las tuyas y en las mías.
El camino de la fe
No tiene la fe una buena prensa con relación a la felicidad. Para muchos la fe tiene que ver con la “felicidad eterna” pero no con la felicidad temporal y terrena. Es más, la cultura moderna ha nacido con la sospecha, a veces ganada a pulso, de que “Dios es enemigo de la felicidad” o por lo menos del placer. Incluso abundan los estudios en los que se pregunta si la fe, es obstáculo o fuente de felicidad [31].
Los grandes críticos modernos de la religión como Nietzsche, Marx y Freud han coincidido en la misma consideración: la religión no contribuye a la felicidad humana, sino que por contrario es fuente de desdicha, sufrimiento, culpa, mata su gozo de vivir. Es muy conocida la afirmación de Nietzsche: los cristianos no tienen cara de redimidos, viven como personas no liberadas, sino encadenadas por su Dios. Para muchas personas la fe sigue siendo un fastidio, un obstáculo para poder vivir una vida feliz.
Incluso entre muchos creyentes convencidos y practicantes se considera que “lo cristiano” no es buscar felicidad, sino la exigencia y abnegación. Por eso conviene que nos preguntemos abiertamente y nos respondamos sinceramente:
¿Cuántas personas, cuántas religiosas y religiosos identifican “lo cristiano” fundamentalmente como un camino de felicidad?
¿Cuánt@s tienen experiencia de que su encuentro con Jesús ha sido el estímulo más fuerte para ser feliz?
¿Cuánt@s sienten a Dios como “el amigo de la vida (Sab 11,26) y consideran que la fe en Él es lo mejor que les ha pasado en la vida?
¿Cuánt@s descubren en la proclamación del Reino un tratado de felicidad?
No obstante, no se puede negar que la felicidad tiene mucho que ver con las propias creencias, éstas suponen fe, no necesariamente religiosa pero sí fe en una manera de entender la vida y la muerte, el mundo, a uno mismo, a los otros. La fe en la Trascendencia, se la llame como se llame, es un camino de felicidad, de esperanza en la vida y ante la muerte, de sentido para caminar por la vida con un horizonte, unos valores, unas utopías. La fe puede ser fuente de paz, un medio muy adecuado para vencer al miedo, un impulso para vivir con sentido y con propósito.
La fe cristiana tiene en Jesús de Nazaret un Camino sabio de felicidad. Desgraciadamente pocas veces nos han mostrado al Jesús feliz.
III. UN JESÚS FELIZ NOS MUESTRA SUS CAMINOS DE FELICIDAD
Hay un dato bastante claro: nunca como en este tiempo el ser humano tiene conciencia de su derecho a ser feliz y, por tanto, nunca como ahora se ha lanzado a la búsqueda casi compulsiva de ello. Lo real es que no parece que culturalmente se está acertando a ofrecer caminos que conduzcan a ella. Tampoco parece que el cristianismo acierte a ofrecer a Dios como amigo de la felicidad humana, fuente de vida, alegría, salud. La fe en Jesús no es captada hoy por nuestros contemporáneos como “buena Noticia” y pocas veces se nos presenta a Jesús como un hombre feliz. Ha predominado una cristología dolorista y una catequesis alejada de la búsqueda humana de la felicidad.
¿Puede Jesús de Nazaret ofrecernos hoy, después de 20 siglos, algunos caminos válidos de felicidad?, ¿su modo de ser feliz puede llegar a ser significativo para nosotros hoy?, la propuesta evangélica de felicidad ¿tiene algo que decirnos en nuestro momento?.
Tenemos que empezar siendo honestos y afirmar que el cristianismo se ha presentado durante siglos como la religión de la cruz, del dolor, del sufrimiento, de la exigencia, del rechazo al placer y la felicidad en este mundo... Muchas veces, l@s creyentes nos hemos presentado siendo malos mensajeros de nuestra fe, una fe que Jesús presenta como una propuesta de vida y vida plena (Jn 10,10), una propuesta de felicidad, una “Buena noticia”.
Es imprescindible revisar la imagen de Dios y de “santidad”, los “modelos” de sant@s que se nos han presentado. Se necesita revisar los clichés con los que ha quedado marcada la vida cristiana. El camino es recuperar el hombre Jesús lleno de vida y gozo, llamando a la felicidad y alejado de los dualismos que han deformado su mensaje.
No hay en lengua castellana muchos estudios sobre Jesús-el hombre feliz. Mercedes Navarro ha hecho un gran esfuerzo por presentarnos en diversas publicaciones esta faceta de su personalidad[32]. En este acercamiento la sigo a ella.
Sin caer en la ingenuidad de leer los evangelios como biografías de Jesús, sí podemos intentar acercarnos al Jesús histórico[33] y desde ahí intuir el secreto de su felicidad. Esto nos puede ayudar a comprender dónde basaba Él las fuentes de su estar-bien aún en medio de profundas dificultades y frustraciones. Sus caminos pueden iluminar los nuestros.
Desde la imagen de Jesús que nos desvelan los evangelistas destacamos algunos de los elementos que configuran su felicidad:
3.1. Una felicidad que rompe con los criterios de felicidad de su tiempo
Jesús de Nazaret aparece como un hombre capaz de ser feliz contraviniendo los criterios socioculturales de felicidad de su tiempo[34], como si su ser feliz brotara de otros lugares.
Mercedes Navarro pone de relieve cómo en Jesús sorprende su capacidad para inventar criterios de felicidad, es decir, vivir y proponer un modo alternativo de felicidad frente a las propuestas de su tiempo y de todos los tiempos. En ese sentido su propuesta tiene una repercusión “política” porque se presenta como una subversión frente a ciertas “políticas de felicidad” dictadas por el contexto. Por eso su propuesta de felicidad tiene rasgos transgresores, no sólo porque difiere de los propuestas al uso sino porque Él mismo la vivió siendo capaz de no necesitar el reconocimiento de las autoridades de su entorno, ni la comprensión de sus familiares y amigos.
¿Dónde está el secreto de esa profunda libertad interior?
¿Dónde la fuente de la que dimana esa fuerza gozosa y subversiva?
3.2. La fuente secreta de su felicidad
Jesús, sin duda, experimentó la profunda felicidad que provoca la experiencia mística de la “unicidad”[35]: ese saberse, experienciarse uno con su Dios, con toda la humanidad y toda la creación. Una experiencia que le permitió saborear que cuando se llega al fondo del ser no sólo dice “yo” sino Yo-Tú-Nosotros.
A esa experiencia mística que le cambió la vida no tenemos acceso directo, sólo nos quedan huellas en la narración de los evangelios sinópticos que muestran la aparición pública de Jesús en el Jordán vinculada a una experiencia fundante: saberse hijo amado en quien su Dios se complace (Cf. Mc 1, 9-11 y par). Se trata de una experiencia gozosa en la que se hace consciente de que lo que le constituye en el fondo de su ser es una religación amorosa: un Amor que nada ni nadie puede arrebatarle es la última verdad de su ser. Más tarde el evangelista Juan lo formula de diversas manera: “El Padre y yo somos una misma cosa” (Jn 10,30); “quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9).
Jesús necesitó un tiempo de silencio y retiro para interiorizar y saborear esa experiencia. Después salió a los caminos a contagiar a sus contemporáneos de esa profunda fuente de felicidad. Desde su experiencia más honda podía gritar que creer en Dios y su Reino es una Buena Noticia, la mejor buena noticia que podemos comunicar (Cf. Mc 1,14).
Este fue el secreto de su felicidad: la experiencia de que ahí, en el fondo último de su ser, en el fondo de cada persona, en el fondo de toda la realidad… el Dios Amor es y posibilita que todo sea[36]. Y eso vivido gratuitamente…, sin que nada, ni nadie pueda impedirlo. Lucas, en boca de Pablo, lo formula bellamente: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Es esa la experiencia que permitió a Jesús gozar y sufrir como suyos las alegrías y tristezas de los demás. Por eso pudo decir en verdad: “lo que hagáis a los demás a mí me los hacéis” (Mt 25,40.45), “quien a vosotros escucha a mi me escucha, quien a vosotros rechaza a mi me rechaza y rechaza a quien me envió” (Lc 10,15-16), ampliando así las fronteras de su yo más allá de su piel.
3.3. Algunos de sus caminos de felicidad
Jesús transitó el camino del amor
Pocas experiencias de la vida producen tanta felicidad como el amar y saberse amado. Y si algo resaltan los evangelios de la persona de Jesús es su extraordinaria capacidad para amar, para dar y recibir amor.
Jesús experimentó el amor en todos los registros: el amor que se hace servicio, el amor de amistad, intimidad, el amor operativo que ofrece salud, perdón, libertad, reconocimiento…. En definitiva, el gozo profundo de "pasar por la vida haciendo el bien". Todas las personas cabían en su corazón pero de un modo especial los últimos, los pequeños, los pobres, los excluidos, los sencillos a quienes el Padre les revela los secretos del Reino y de ello Jesús se goza (Cf. Mt 11,25).
Él hizo del amor lo único necesario, la razón de su vida y muerte y, por eso, pudo predicar con autoridad que la vida la ganamos o la perdemos en función de lo que hayamos amado (Cf. Mt 25,32ss).
El despliegue de su ser
También Jesús experimentó que desplegar todas las potencialidades de su ser era una fuente de felicidad.
Se muestra como un hombre con una elevada autoestima, disfrutando de una enorme libertad interior, señal de que ha vencido el miedo. Dice lo que quiere decir, obra de acuerdo a su conciencia sin dejarse intimidar ni manipular, sale airoso de las trampas de sus enemigos con una enorme sagacidad, denuncia a las autoridades con una profunda libertad.
Despliega sus capacidades poéticas y creativas: su predicación llena de colorido y fuerza expansiva habla no sólo de Reino sino de cómo es Él. La abundancia de pan, peces, vino para que siga la fiesta, bodas, banquetes, semillas que crecen sin que nadie haga nada… una multitud de bellas imágenes que hablan de vida, alegría, fiesta, dinamismo interno. Todo ello nos revela esa alegría esperanzada que produce felicidad.
Desarrolla su potencialidad imaginativa y simbólica: las parábolas llenas de matices nacen de la contemplación de la realidad que se transforma para Él en sacramento del Reino de Dios. Se muestra seguro cuando le preguntan sobre sus gestos transgresores, no se deja acorralar ante las insidias. Toda su existencia se hace parábola viviente, símbolo del Reino, expresión del amor que es fuente de su ser.
La felicidad que a Él le produce el despliegue de su identidad más honda puede estar debajo de la seducción que su persona provocó, no sólo en sus discípulos que le siguen sin ponerle condiciones sino en el pueblo que le sigue incluso sin darse cuenta que están sin comer.
El camino del cuerpo
No hay en Jesús ninguna señal del dualismo que contaminó posteriormente al cristianismo.
No fue un asceta, como Juan. Más bien escandalizó por su forma festiva, placentera y libre de vivir su cuerpo y sus relaciones. El hecho de que le acusen de “comilón, borracho, amigo de recaudadores y descreídos” (Lc 7,34) es la mejor expresión de su libertad y capacidad de gozar de la vida. Es sorprendente, en esta misma dirección, su invitación a la fiesta y a la alegría de vivir con gozo su seguimiento comparándolo con la alegría de una boda: <<¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras que el novio está con ellos?>> (Mc 2, 19).
Jesús vivió su cuerpo como un lugar para la relación sin miedos ni tabúes, tocó y se dejó tocar con una profunda libertad, escandaliza a sus discípulos disfrutando del contacto amoroso con María de Betania derramando sobre Él un carísimo perfume, en un gesto de total gratuidad, en una relación no mediada por ninguna necesidad curativa, sino sólo por el deseo de compartir amor y gratitud (Cf. Jn 12,1-8).
El camino de la amistad
Los Evangelios nos muestran un Jesús expansivo, disfrutando del encuentro con los hombres, mujeres y niños. De un modo especial es para él fuente de felicidad la experiencia de la amistad.
Jesús no tuvo miedo a las “amistades particulares”, amó con un corazón grande donde cabían todos y al tiempo supo gozar del amor particular que supone siempre la amistad. Jesús no solo se portó como amigo sino que llamó a sus discípulas y discípulos "sus amigos"… Dentro del grupo de los "doce" tiene también sus preferencias: "el discípulo amado", Pedro, Santiago y Juan son elegidos por Jesús para hacerlos partícipes de momentos especialmente significativos para Él de gozo y de dolor. Su relación con Lázaro es de amistad “nuestro amigo Lázaro, duerme; pero voy a despertarle" (Jn 11,3-11).
Quizás más sorprendente es su amistad pública con mujeres. Si en muchos casos aún hoy la amistad de un hombre y una mujer aparece como tabú, muchísimo más en el tiempo de Jesús. La mujer no podía aparecer en público con el marido y mucho menos con un predicador ambulante como era Él. Sin embargo los evangelios nos dejan constancia de la amistad de Jesús con mujeres que le seguían, "le servían" (ejercían el diaconado), lo atendían en su casa como Marta y María. Nos muestran como se deja ungir la cabeza y los pies por dos mujeres, una de ellas de mala vida. De un modo especial sabemos que María Magdalena era una mujer especialmente amada por Jesús: le sigue durante su vida, está al pie de la cruz, está mientras lo ungen y lo entierran y es la primera testigo de la Resurrección y la primera a quien Jesús confió la gran noticia de la Pascua: Jesús vive. María Magdalena es considerada "la apóstol de los apóstoles". Este protagonismo aparece con claridad en los Evangelios considerados apócrifos por la tradición cristiana donde se pone de relieve el papel extraordinario de María Magdalena en la vida de Jesús y en la primera comunidad[37].
Vive con proyecto y con sentido
Si algo llama la atención en Jesús es su pasión por un proyecto de sentido que él denominó como Reino de Dios.
Toda su persona queda polarizada por ese sueño, por esa utopía esperanzada donde todas las personas puedan vivir con gozo el saberse hij@s amad@s, donde se rompen las barreras de la exclusión, donde todos gozan con el traje de fiesta, donde no es necesario el ayuno porque el novio está presente…
Jesús experimenta que con Él ha llegado el Reino de Dios y por eso, gozoso, ofrece salud, liberación de los poderes de Satanás, perdón…, predica incansablemente un Dios de gracia no de méritos.
El Reino es la pasión de su vida y eso le da fuerzas para superar intrigas, traiciones, calumnias… Los "milagros" no son nada más – ni nada menos – que la constatación para Jesús de que su persona era capaz de despertar en los otros lo mejor de sí mismos, eran la señal de que el Reino de Dios y su buena noticia había llegado ya a la tierra: "si expulso demonios es que ya ha llegado el Reino de Dios" (Mt 12,26).
En definitiva los Evangelios mostrarán que la "Buena Noticia" es Jesús, su persona y su proyecto de vida. Eso significa que el anuncio y realización del Reino que es, sobre todo, regalo de Dios para los hombres y mujeres de todos los tiempos, debe ser anunciado como fuente de felicidad y debe producirla. Así parece que lo vivió Jesús. Él es consciente de que su persona es "Buena Noticia" para los pobres, es revelación de un entrañable rostro de Dios, es presencia visible del Dios amor invisible, es triunfo, pequeño pero real, contra los "demonios" de este mundo que dificultan que aquí y ahora gocemos ya del poder del Bien sobre el mal.
Su profunda felicidad es compatible con el dolor y la frustración
Nos encontramos aquí con la piedra de toque de la felicidad, porque ser feliz cuando las cosas van bien es relativamente fácil, el problema es cómo no perder la capacidad de ser feliz cuando los problemas y el conflicto nos visitan.
A pesar de las frustraciones y el dolor que le acompaña en la vida y en la muerte, Jesús no pierde la esperanza. Por eso pudo integrar todo aquello (y fue mucho) que no era como Él había soñado, como Él deseaba. Jesús no reprime su dolor, no huye de él, lo escucha, sufre y se angustia…, pero no se desespera, busca consuelo en sus amigos y aunque no lo encuentra no por eso los abandona ni Él se abandona, sino que vuelve a recurrir a su Dios como fuente última de consuelo.
También un día para Jesús llegó el momento de la verdad, el momento de enfrentarse no sólo al dolor de los demás sino a su propio dolor. Nada ha sido capaz de alejarle de sus propósitos, va sabiendo distanciarse de las expectativas del entorno, de no darles el poder de dirigir su vida y buscar en lo profundo de su ser las motivaciones que le permiten seguir siendo fiel a sí mismo y al sueño de Dios que él llamó Reino. Probablemente en esos momentos busca y acoge todas las señales que puedan darle sentido a su vida, a su dolor y a su muerte y acoge las señales que mantengan viva su esperanza. Las parábolas esperanzadas que él proclamó con tanto entusiasmo: el grano de trigo, la levadura en la masa, la semilla que supera los obstáculos, habrán sido, en los momentos de dolor, aliento, sentido y sobre todo esperanza contra toda esperanza.
Mercedes Navarro analiza con una gran maestría[38] algunos de los acontecimientos que pudieron devolver a Jesús la esperanza en medio de situaciones dolorosas, situaciones que le permitieron recuperarse y reformular su experiencia de felicidad.
El evangelio de Marcos de nuevo nos desvela el secreto de Jesús, la fuente de su increíble capacidad para reponerse de todos los conflictos, insidias, y dificultades.
Después de la llamada “crisis de Galilea”, cuando Jesús ya tiene claro que le buscan para acabar con Él, cuando ha tenido que reprender a Pedro llamándole “Satanás”, de nuevo una experiencia fundante del amor de su Dios le reconforta: la transfiguración. Situada en ese momento difícil de su vida (Cf. Mc 9), devuelve a Jesús la confianza. Una vez más la voz de su Dios le recuerda a Él y, sobre todo ahora, a sus discípulos que Jesús es el Hijo amado que debe ser escuchado. Esa voz alienta la esperanza de Jesús, es como si adelantase un final feliz, como si se afirmase en la certeza indestructible de que la última palabra no la van a tener los que quieren su derrota sino Dios mismo. En la experiencia de la Transfiguración hay una reformulación implícita de la Resurrección: Dios no abandonará a su hijo amado a merced de la muerte.
Otro acontecimiento es, sin duda, la unción en Betania (Cf. Mc 14,3-9). De nuevo en un contexto de fiesta, en un banquete en casa de Simón el leproso una mujer derrama un perfume de nardo puro sobre su cabeza. Jesús recibe y disfruta el homenaje de esa mujer. Con su gesto está reconociendo el sentido mesiánico de su vida. Así lo vive Jesús como un homenaje funerario que anticipa un final feliz. Ella con su gesto generoso y audaz le anticipa en vida un homenaje que no le harán de muerto (“Ha perfumado mi cuerpo para la sepultura”). Ella, en un momento difícil para Él, le ofrece el testimonio de su reconocimiento como Mesías y Jesús no sólo se lo agradece sino que increpa y se indigna contra los que utilizan a los pobres como arma arrojadiza contra la capacidad de disfrutar y de amar con desmesura. A esa mujer la reconoce públicamente y dice proféticamente que se la recordará siempre por lo que ha hecho.
La última cena, aunque tiene muchas lecturas, puede ser comprendida, a posteriori como otro momento en el que Jesús busca sentido a su vida y a su muerte. Tomar el pan y el vino y ofrecerlo como expresión simbólica de lo que ha sido su vida entera – don de sí que se entrega con alegría – es sin duda una experiencia reconfortante. Cuando el dolor nos visita, cuando el fracaso parece que se cierne sobre nuestras vidas, encontrar un sentido permite releerlo y, por eso mismo, es posible no perder la esperanza. La última mesa compartida con sus amigos y amigas le permite expresar a sus íntimos no sólo el dolor del adiós sino la esperanza de que su vida y su muerte tiene sentido: amar hasta el extremo, ser pan que se deja comer y vino que quiere alegrar el corazón.
Getsemaní es también un momento central en el final de su vida. Jesús grita, pide a su Padre que si es posible pase de Él el cáliz de la muerte… ¿Tiene Jesús esperanza de que de verdad su Madre-Padre lo pueda librar?. Sin duda, esa súplica es expresión de su deseo de felicidad, de su protesta frente a los que quieren arrebatarle la vida. No sabemos qué pasó en esa oración pero si verificamos que Jesús, que estaba “angustiado hasta la muerte”, sale reconfortado y capaz de afrontar libremente los acontecimientos de dolor, traición, sufrimiento y muerte.
Decía al comienzo que la felicidad tenía que ver con el arte de vivir, lo contrario no es el dolor sino abandonar la esperanza y tirar la toalla en la lucha por la vida. Jesús nos muestra caminos nuevos inéditos en su cultura de cómo buscar la felicidad, senderos para ser transitados en momentos fáciles y de gozo y en momentos difíciles pero siempre esperanzados.
Su propuesta de felicidad es una propuesta política y paradójica[39]
No es fácil ser feliz contraviniendo las expectativas y criterios de felicidad del entorno.
Su propuesta tiene rasgos trasgresores:
desde su comprensión del Reino contesta la dependencia de la propia familia consanguínea;
rompe tabúes en las relaciones;
no proclama el sometimiento ciego a las normas tradicionales, éticas y religiosas sino que éstas quedan sometidas a la dignidad de las personas, su salud y bienestar;
subraya elementos de autonomía personal y libertad frente al sometimiento y sumisión;
se muestra libre para denunciar ritos vacíos y comportamientos hipócritas;
vence la raíz de la mayoría de las parálisis: el miedo, creando un escenario de relaciones libres sin exclusiones, aunque eso suponga un escándalo para los puros (Cf. Mt 11,16-19; Lc 7,31-35);
disfruta de los placeres de la vida cotidiana, sabe vivir el aquí y ahora con fruición, no convierte la ascesis en fin sino que la resitúa en la clave del amor y la lucha por la justicia.
Sobre todo Jesús es feliz haciendo felices a los otros. En esta tarea invierte el caudal de sus potencialidades. Su propia manera de ser feliz incluye la posibilidad de que otros lo sean.
Su propuesta de felicidad tiene unos rasgos políticos determinados: critica toda política de ¿felicidad? que excluya a las mayorías empobrecidas, que se construya al margen de la solidaridad. Jesús no concibe una felicidad al margen de las grandes mayorías de excluidos, una felicidad insolidaria. Su propuesta de felicidad no es de cualquier felicidad sino “una felicidad humana y humanizadora, libre y liberadora, solidaria y justa, personal y política, debe estar en permanente dialéctica con la infelicidad”[40] y el dolor personal y social.
Él experimentó – y por eso pudo invitar con autoridad a transitar esos caminos – que hay camino de felicidad en una vida austera; en una pobreza digna y elegida; en una opción por la no violencia activa; en verificar que es posible una felicidad honda en medio del dolor y el llanto; en acoger como motor del ser y actuar al hambre y sed de justicia; en cultivar una mirada limpia y contemplativa; en dejarse conmover las entrañas y practicar la misericordia; en transitar caminos que construyen paz en la justicia; incluso en verificar la felicidad que produce la coherencia y la fidelidad al sueño de Dios, aunque eso pueda costar la vida (Cf. Mt 5,1-10).
Por último su propuesta de ser feliz remite a un Dios feliz que quiere que todos sus hij@s sin exclusión lo sean, no sólo en el más allá, sino en el aquí y ahora de la historia de cada un@.
A lo largo de estas páginas nos hemos aproximado a algunos senderos que pueden conducirnos a una felicidad sabia, sana, profundamente evangélica. Ojalá que sepamos transitarlos personal y comunitariamente y podemos así mostrarnos como sabios y creyentes buscadores de felicidad.
Jesús nos desvela la profunda vocación del ser humano… de la creación entera: ¡ser feliz!.
En estas reflexiones he querido poner de manifiesto algunos de los “senderos” que Él recorre y nos propone, senderos humanos y humanizadores.
No dejes nunca de preguntarte – personal y comunitariamente – si en tu vida hay normas, reglas, instituciones, estructuras o tradiciones que te alejan de esos senderos. Analiza sin temor tus hábitos, tus actitudes, tu lenguaje, tus gestos… Ellos te revelan cuáles son tus valores, tus creencias y tu sentido de vida.
¿Es nuestra Vida Religiosa transparencia de felicidad? ¿nuestro modo de vida, nuestros compromisos… incluso nuestro servicio ¿es expresión de esa felicidad que hemos descubierto como buena noticia?
Que Jesús te de la valentía de liberarte de aquellos caminos que son o pueden ser causa de opresión personal, comunitaria y social. Que Él esponje tu corazón y te haga experimentar cómo su Proyecto de vida genera, impulsa y se expande en felicidad.
[1] En este momento está ya publicado mi libro Buscadores de felicidad, Un Jesús feliz nos muestra sus caminos de felicidad, Narcea, 20011, donde desarrollo ampliamente, estructurado de otra manera este material y con un enfoque más antropológico y psicológico, pensado para personas creyentes y no creyentes, y añadiendo además ejercicios para la consciencia sobre los propios caminos de felicidad.
[2] El éxodo de una espiritualidad individualista, dualista y patriarcal hacia una espiritualidad integradora, de la igualdad y más holística lo he desarrollado en Martinez Ocaña, E., Cuando la Palabra se hace cuerpo…en cuerpo de mujer, Narcea 2007. Abordo también la integración del placer como experiencia espiritual en Cuerpo Espiritual, Narcea 2008.
[3] Espiritualidad: 4.740.000 entradas, algunas subdivisiones. Espiritualidad cristiana: 367.000, Espiritualidad y política: 1.070.000; Espiritualidad universal: 598.000, Espiritualidad integradora cristiana: 20.000, Espiritualidad integral: 281.000.
[4] Recojo algunos títulos solamente de la llamada “Espiritualidad laica”: Capra, F.- Stiendi-Rast., Pertenecer al Universo. Encuentros entre Ciencia y Espiritualidad, EDAF 1994; Corbí, M., Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses, Herder 2008; Ferrer, J. N., Espiritualidad creativa. Una visión participativa de los transpersonal, Kairós 2003; Nogués, R.Me., (coord.) La espiritualidad después de las religiones, Librería Robafanes 2007; Underhill, E., La mística. Estudio de la naturaleza y desarrollo de la conciencia espiritual, Trotta 2006; Wilber, K., Sexo, ecología, espiritualidad. El alma de la evolución, Gaia 2005; Una versión integral de la psicología, Alamah 2000; Espiritualidad integral. El nuevo papel de la religión en el mundo actual, Kairós 2007.
[5] Entre otros muchos Albert Noland, en su libro Jesús hoy. Una espiritualidad de libertad radical, habla del “hambre de espiritualidad como uno de los signos de nuestro tiempo” y lo presenta como el primero de ellos (Cf. Sal Terrae 2007, 27-40).
[6] Ya en los años 80 Augusto Guerra hablaba de Teología espiritual una ciencia no identificada: Respir 39 (1980) 335-414.
No deja de ser significativo que en el Nuevo Diccionario de Espiritualidad de 1983 no apareciese entre sus voces el término “Espiritualidad” propiamente dicho. Sólo encontramos: "Espiritualidad contemporánea" (S. De Fiores, 474-475) y "Experiencia espiritual en la Biblia" (B. Maggione, 498-542).
[7] Para mayor información y referencias bibliográficas desde la Teología: Berger, K., ¿Qué es la espiritualidad bíblica?, Sal Terrae 2001; Boff, L. y Betto, F., Mística y espiritualidad, Trotta 1996; Dupuy, J., "Spiritualité". II. La notion" en Dictionnaire de Spiritualité 14, París 1990, 1160-1173; Ellacuría, I.- Lois, J., "Espiritualidad" en Conceptos fundamentales del Cristianismo, Trotta 1993, 413-431; Estrada, J.A., La espiritualidad de los laicos, Paulinas 1992,13-35; Guerra, A., Acercamiento al concepto de espiritualidad, Madrid 1994; "Espiritualidad" en Aa.Vv., Diccionario Teológico de la vida consagrada, Madrid 1989, 573-594; Kamlah, E., "Espíritu", en Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 13-35; León-Dufour, X., "Espíritu" en Vocabulario de Teología Bíblica, Herder 1980, 295-306; Martín Velasco, J., Espiritualidad y mística, Trota 1994; Sobrino, J., "Espiritualidad y seguimiento de Jesús" en Mysterium Liberationis TII, Trotta 1990, 449-458; Solignac, "Spiritualité. I. Le mot e l' histoire" en Dictionnaire de Spiritualité 14; París 1990,1142-1160; Vigil, J.M., “La coyuntura actual de la espiritualidad” en Éxodo 88 (2007) 4-11; Aa.Vv., ¿Hacia una espiritualidad posreligiosa?, Monográfico Iglesia Viva 222 (2005).
[8] Castillo, J.M., Los <<peligros>> de la espiritualidad: Proyección 43 (1996) 220-221; "La espiritualidad cuestión decisiva" en La alternativa cristiana, Sígueme 1978,197-198; Espiritualidad para insatisfechos, Trotta 2006.
[9] Kamlah, E. "Espíritu", en DTNT, 13-35; León-Dufour, X., "Espíritu" en Vocabulario de Teología Bíblica, Herder 1980, 295-306.
[10] Casaldáliga, P. – Vigil, J.M., Espiritualidad de la liberación, UCA 19932, 23-25 a quien sigo en la acepción antropológico -cultural del término Espiritualidad.
[11] Ibídem, 23: "La espiritualidad es la motivación que impregna los proyectos y compromisos de vida, la motivación y mística que empapa e inspira el compromiso." En este mismo sentido: Galilea, S., El camino de la espiritualidad, Paulinas, Bogotá 1985, 26.
[12] En el sentido que P. Tillich hablaba de la dimensión antropológica de la "profundidad" y su significado religioso (Cf. La dimensión perdida, Descleé de Brouwer 1970).
[13] Martínez Lozano, E., La botella en el océano. Descleé de Brouwer 2009, 13.
[14] Sobrino, J., o.c., 449-476. Los subrayados son míos.
[15] Con el título “Buscar con sabiduría senderos de felicidad” he desarrollado de un modo más amplio este tema en la Revista Religión y Escuela aunque con un enfoque más pedagógico y centrado en dar a los profesores de religión herramientas para trabajar este tema con sus alumnos (Cfr. Religión y Escuela ver nº 212-230 (2007-2009)).
[16] Grunl, M., El arte de rehacerse: La resiliencia, Sal Terrae 2009; Brooks, S. - Goldstem, S., El poder de la resiliencia, Paidós 2004,
[17] Las citas están tomadas de Osuna Fernández-Largo, A., La felicidad en la filosofía política de santo Tomás y en el liberalismo: Estudios Filosóficos LII (2003) 505-524.
[18] Gismero, E., Las actitudes para construir nuestra felicidad: Crítica 905 (Mayo 2003) 18.
[19] Pinillos, J.L., ¿Queremos ser felices?: Pliego Vida Nueva 2148 (1 de agosto 1998) 25.
[20] Navarrete, R., El aprendizaje de la serenidad, San Pablo 1993,12.
[21] Sobre este tema recomiendo dos libros que sigo como eje conductor de mi exposición en este apartado: Marina, J.A., La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez, Anagrama 20052; Heineman, M.- Pieper W., Adictos a la infelicidad, EDAF 2003.
[22] En la vida religiosa el miedo a “las amistades particulares” (¡cuando toda amistad o es particular o no es amistad!) ha contaminado la experiencia de los vínculos necesarios para crecer en el amor.
[23] Cf. vocablo “Consciencia” en De Mello, A., Obra completa, Sal Terrae 2003, 462.
[24] Para ampliar este punto recomiendo el libro de Martinez Lozano, E., Vivir lo que Somos, Verbo Divino 2007; Jäger, W., La ola es el mar. Espiritualidad mística, Desclée de Brouwer 2002.
[25] He ampliado este tema en "La droga en nuestra casa. Bajar a los infiernos". Sal Terrae nº 1.003 (1997:7)599-607
[26] Es muy significativo que el libro de Tolle, E., El poder del ahora. Un camino hacia la realización espiritual, Gaia 1997, se ha convertido en un fenómeno editorial de primera categoría.
[27] He desarrollado esta afirmación en algunas de mis publicaciones a las que te remito. Entre otras: Hacia una espiritualidad corporal: Iglesia viva 216 (octubre-diciembre 2003) 47-62; El cuerpo y el encuentro con Dios, en Soto Varela, C. (ed), He visto al que me ve, Verbo Divino 2006, 45-92; y los dos libros ya nombrados Cuando la Palabra se hace cuerpo en cuerpo de mujer, Narcea 2007 y Cuerpo Espiritual, Narcea 2008.
[28] En estos últimos años se está publicando una gran variedad de obras que desde diversas áreas del saber confluyen en esta misma afirmación y la certeza de que lo que constituye la fuerza esencial en el proceso evolutivo es la pan-relacionalidad. Destaco algunos títulos: Bhom, D., La totalidad y el orden implicado, Kairós 2005; Capra, F. - Steindl- Rast., Pertenecer al universo. Encuentros entre ciencia y espiritualidad, EDAF 1994, Jäger, W., A donde nos lleva nuestro anhelo. La mística en el siglo XXI, DDB 2005; Küng. H., El principio de todas las cosas. Ciencia y religión, Trotta 2007; Nogués, R.M., (coord.), La espiritualidad después de las religiones; Llibreria Robafaves 2007; Polkinghorne, J., Ciencia y Teología. Una introducción, Sal Terrae 2000; Explorar la realidad. La interrelación ciencia y religión, Sal Terrae 2007; Versyp, T., La dimensión cuántica. De la física cuántica a la conciencia, Edición de la autora, Barcelona 2005, Wilber, K., Los tres ojos del conocimiento. La búsqueda de un nuevo paradigma, Kairós 1991; El paradigma holográfico. Una exploración en las fronteras de la ciencia, Barcelona 1991; Espiritualidad integral, Kairós 2007.
[29] Boff, L., El cuidado esencial. Ética de lo humano compasión por la tierra, Trotta 2002. También TORRALBA, J., Antropología del cuidar, Mapfre 1998; Ética del cuidar, Mapfre 2002
[30] A este tema dediqué el artículo en la publicación anterior “Aprender la sabiduría del cuidado de “sí mismo”, Aportes psicológicos para la renovación de la vida religiosa, CONFER 179, (Julio- Septiembre 2007) 495-526.
[31] Este es el título del artículo de Pagola, J.A., Pliego Vida Nueva 2182 (24 Abril 1999). En la misma línea puede verse Dominguez, C., Uriarte, J.Mª, Navarro, M., La fe, ¿fuente de salud o de enfermedad?, Idatz 2001.
[32] Navarro Puerto, M., Vivir en clave Pascual: Vida Nueva (Abril 1994) Pliego, Placer y felicidad, signos de la Pascua: Vida Nueva 2133 (Abril 1998); Ungido para la vida, Verbo Divino 1999; Jesús de Nazaret: la invitación a la felicidad de un hombre feliz: Iglesia Viva 210 (2002) 35-68. La fe que sana y madura, en La fe, ¿fuente de salud o de enfermedad?, Instituto de Teología y Pastoral San Sebastián, especialmente 115-128; El Jesús feliz de un Dios feliz, en Jesús de Nazaret. Perspectivas, Cátedra Chaminade, PPC 2003, 59-81.
[33] Este ha sido el espléndido trabajo que entre nosotros ha hecho recientemente José Antonio Pagola con su libro: Jesús. Aproximación histórica, PPC 2008. En este libro se pone de relieve con mucha hondura y belleza un Jesús que se relaciona con la realidad desde un talante festivo, lleno de vida, rebosando felicidad a pesar de todas las frustraciones y adversidades de su vida.
[34] Los estudios de antropología cultural ponen de relieve que el honor era un concepto clave en el concepto de felicidad de su tiempo y ese honor estaba en relación con el reconocimiento de su padre, en tener una familia propia con hijos varones, un oficio socialmente reconocido, tener buenas y honorables relaciones, ser un fiel cumplidor de la ley, gozar de una buena salud. Cf. Navarro, M., El Jesús feliz de un Dios feliz, 61-65.
[35] Es la acertada palabra con la que Albert Nolan expresa la experiencia mística de Jesús. “Unicidad, implica que ya somos uno y que siempre lo hemos sido y que se trata, sencillamente, de tomar conciencia de esa unicidad.” (Cf. Nolan, A., Jesús hoy. Un espiritualidad de libertad radical, Sal Terrae 2007, 183-231).
[36] Son muchos ya los autores cristianos que recientemente van re-formulando, de muy diversas maneras, esta experiencia difícil de describir y que desde hace muchos siglos los místicos han formulado cada uno a su manera y según su formación y cultura. Entre los autores espirituales recientes yo me he inspirado en las obras de Willigis Jäger, sobre todo en la que lleva el sugerente título La ola es el mar, DDB 2002 y en Enrique Martínez Lozano, Vivir lo que somos, DDB 2007; ¿Qué Dios y qué salvación?, DDB 2008; La botella en el océano, DDB 2009.
[37] Hablan de ella: "El Evangelio de Felipe", "el Evangelio de Pedro", "El Evangelio de Tomás", en "La Pistis Sophía" en "El Diálogo del Salvador" y todo el "Evangelio de María" dedicado a ella. Para una información sobre la figura de María Magdalena: Cf. Bernabé, C., María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo, Verbo Divino 1994 y Haskins, S., María Magdalena mito y metáfora, Herder 1996; Leloup, J.I El evangelio de María-Myrian de Magdala, Herder 1999.
[38] Navarro Puerto, M., Ungido para la vida, Verbo Divino 1999; Jesús de Nazaret: la invitación a la felicidad de un hombre feliz: Iglesia Viva 210 (2002) 35-68; El Jesús feliz de un Dios feliz, en Jesús de Nazaret. Perspectivas, Cátedra Chaminade, PPC 2003, 59-81.
[39] Navarro, M., El Jesús feliz de un Dios feliz, 77-79.
[40] Navarro, M., La fe que sana y madura, 127-128.