Querida María Magdalena: ¡qué alegría poder celebrar una año más tu fiesta en un momento de fuerte despertar en el mundo entero del movimiento de mujeres en la sociedad y en las Iglesias reclamando igualdad y derechos! Tú sigues siendo un referente para quienes, también como tú, formamos parte del movimiento de Jesús y reclamamos que éste vuelva a ser una comunidad de iguales.
También nos alegramos de que gracias a tantas teólogas y biblistas feministas podamos hoy reconocer tu verdadera identidad y qué pena de tanta documentación y tradiciones perdidas que nos podrían haber aportar más luz sobre tu persona y tu papel central en la vida de Jesús y en la primera comunidad!
La historia patriarcal de nuestro cristianismo tiene una profunda deuda contigo. Las autoridades religiosas y teológicas deberían pedirte perdón públicamente por la injusticia que han cometido con tu persona.
Primero se intentó silenciar tu protagonismo en la vida de Jesús y en el de la primera comunidad; después se quiso robarte el título de la primero testigo de la Resurrección, para atribuírselo a Pedro, tal como hizo el evangelio de Lucas (24,34) y Pablo que ni siquiera te nombra entre los testigos de la Resurrección (1Cor 15,5-8). Una opción ideológica y política que sirvió para reclamar el derecho exclusivo de los varones para gobernar y obtener las “ordenes sagradas” y sostener así el patriarcado socialmente dominante, aunque eso fuese traicionar la opción de Jesús de una comunidad de iguales.
Sólo las tradiciones marginales como la de los gnósticos y maniqueos te otorgaron la importancia que te habías merecido y te escogieron como representante de sus doctrinas.
Con la exclusión del Canon de todos los Evangelios que no fueron reconocidos por la Iglesia oficial y la quema de los “escritos herejes” de los maniqueos y gnósticos se intentó liquidar tu figura y tu protagonismo. Como dice la doctora Susan Haskins: “Con la desaparición de estos escritos <<heréticos>>, María Magdalena, heroína de los gnósticos, discípula principal, <<compañera del Salvador>>,<<esposa>>, <<consorte>> y <<pareja>> suyas, se desvaneció a su vez para resurgir brevemente entre los ortodoxos como testigo de la Resurrección y <<apóstol de los apóstoles>>, si bien sobre todo, y de mayor importancia para la historia del cristianismo y las mujeres, como una ramera arrepentida” [1].
Porque es verdad que para completar y justificar el robo de tu autoridad, como era imposible borrar tu presencia de los cuatro Evangelios, se te convirtió en la “pecadora”, “la adúltera”, la “llorona arrepentida” (aún se conserva el dicho de “llorar como una Magdalena”); la representante del “pecado de la carne” paradójicamente ¡tan femenino! Que paradoja ¿verdad? Y todo eso ¿cómo no? se ratifica con la autoridad Papal. El papa Gregorio Magno (540-604) zanjó la discusión sobre tu identidad y proclama que “María Magdalena, Maria de Betania y la “pecadora” de Lucas, eran la misma persona”
Pero felizmente el reconocimiento de tu misión como la Apóstol de los Apóstoles está recogido no solo en los textos analizados sino que se difundió en grabados de los siglos XI y XII, así como en las vidrieras del XIII de las catedrales de Chartres, Auxerre y Semur in Burgundy.
Pero hoy de nuevo las investigaciones feministas, y la de tantas teólogas y teólogos buscadores de la verdad, han vuelto a recuperar el esplendor de tu imagen. Pero aún están muy poco vulgarizadas sus conclusiones, aún eres una desconocida entre la mayoría de las personas de nuestra comunidad cristiana.
Aún hoy muchas te siguen identificando con la mujer “que amó mucho” así te nombró Jesús pero para el gran público sigue siendo la “adultera”(Lc 7,36-50). A Eva la pecadora del Antiguo testamento ya le salió una sustituta en el Nuevo, así quedó marcada nuestra condición femenina: nosotras somos las “tentadoras” (cuando el tentador reconocido por Jesús fue Pedro) y las “pecadoras”.
Las mujeres cristianas te vamos reconociendo como nuestra patrona, la inspiradora y sostenedora de nuestras luchas, la que mantienes la antorcha de la verdad del sueño de Jesús: hacer de la sociedad una comunidad de iguales y para ello había que empezar haciéndolo posible, en un pequeño grupo, para que fuese creíble.
Ayúdanos para ser de verdad seguidoras de Jesús, para gritar con nuestra vida que merece la pena seguir proclamando y haciendo verdad la Buena Noticia que nos encomendó.
Ayúdanos también para que no nos falten las fuerzas, ni el humor, pues necesitamos una buena dosis de amor con humor para seguir ese camino que tú y otras muchas mujeres de tu tiempo y de todos los tiempos nos abrieron. Tú sabes de dificultades, rechazos, calumnias y menosprecios.
En ti nos inspiramos, te reconocemos como nuestra patrona, compañera de camino, alentadora de nuestra vocación apostólica, te celebramos con gozo y con coraje.
Gracias por ti.
Te escribo en nombre de las muchas discípulas de Jesús que queremos seguir haciendo posible y creíble una comunidad donde no haya ninguna discriminación por ninguna razón (sexo, raza, clase, orientación y/o identidad sexual).
Me despido por hoy, yo una de las muchas discípulas en camino.
[1] S. Haskins, María Magdalena. Mito y metáfora. Herder, Barcelona 1996. Para conocer las tradiciones
sobre María Magdalena recomiendo también: C. Bernabé, María Magdalena. Tradiciones en el
cristianismo primitivo, Verbo Divino, Estella 1994. Ambas obras con
abundante bibliografía.