Cansad@s de palabras, conceptos, dogmas, catecismos…hoy buscamos experiencias. Como decía hace ya cinco siglos Ignacio de Loyola "no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el sentir y gustar internamente" E.E.[2].
Hemos repetido muchas veces las famosas palabras de Rhaner “El cristiano del mañana, será un místico, es decir alguien que ha experimentado algo o no será cristiano” pero más allá de recordar estas palabras ¿cultivamos la experiencia mística? ¿dedicamos tiempo pacifico, sereno, para dejarnos alcanzar por Su Amor? ¿para sentir y gustar la Palabra?.
Jesús proclamó con palabras lo que previamente había gustado en su corazón: la certeza inconmovible del Dios Amor incondicional.
No podremos evangelizar si antes no dejamos que nuestra persona sea alcanzada por el Espíritu de Dios, sea evangelizada, si no albergamos la palabra en nuestro corazón, la rumiamos y finalmente la convertimos en carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos, como expresé en otro lugar hasta que la palabra se hace cuerpo.[1]
Hoy, más que nunca, se percibe de muchas maneras el hastío de las fórmulas, el hambre de experiencia personal "del misterio". Del propio misterio del ser humano y del Misterio que llamamos Dios. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo cansad@s, incluso extenuad@s por la prisa y el ruido, la pura exterioridad fenoménica, por el dominio de la racionalidad científico- técnica buscan "otra cosa". No siempre saben nombrar lo que les pasa, pero la pura vaciedad, y la palabrería les aburre y produce no sólo hartura, sino náuseas, depresión, ansiedad, sin sentido...
El deseo de experimentar por sí mismos el misterio de sus personas y el Otro Misterio que les trasciende, le llamen como le llamen, es hoy una realidad, minoritaria aún, pero creciente.
Este deseo de silencio, es un dato incuestionable y, desde mi experiencia, siento injusta la crítica, que oigo muchas veces, de que esta búsqueda de silencio es una huida de la realidad y puro narcisismo o snobismo. En algunos casos lo será pero en otros muchos no lo es. Sino que, por el contrario, justamente este silencio es la condición de posibilidad de una vida vivida con hondura, consciencia y honradez con lo real. Es lo que favorece poder volver a la vida con más energía para comprometerse mejor con ella.
Alienta igualmente un Espíritu que impulsa a la experiencia mística y al interés por los grandes místicos de las diversas religiones. Esto está provocando un resurgir de la mística "sin credo y sin Iglesias"[2], que evidentemente desde nuestra fe cristiana eclesial, debe ser discernido, pero no rechazado. No es desde el rechazo y la descalificación desde donde podemos caminar el encuentro con nuestra cultura sino desde la acogida, como buena noticia, de ese deseo de volver a la mística y en diálogo con ello, avanzar aprendiendo juntos para madurar esa experiencia. Se trata de tender puentes con nuestro mundo, allí donde puedan ser tendidos, y no de dinamitarlos desde nuestra prepotencia de que nosotros tenemos la verdad.
¿No estará esta realidad hablándonos de que un camino imprescindible para hacer más creíble nuestra fe es vivir más de experiencia del misterio de Dios que de palabras sobre Él? ¿No estará el Espíritu gritándonos que sobre todo hoy necesitamos ser personas místicas, dejándonos alcanzar por el Espíritu de Jesús, volver los ojos una y otra vez al Evangelio, contemplarlo de un modo nuevo y aprender a evangelizar como él lo hizo?
[1] MARTÍNEZ OCAÑA, E., Cuando la Palabra se hacer cuerpo…en cuerpo de mujer, Narcea, Madrid, 2007, Cuerpo Espiritual, Narcea, 2009
[2] RONDET, M, Recoge también en su artículo esta afirmación de la última Congregación General de los jesuitas "La vida espiritual de los seres humanos no ha muerto: simplemente se desarrolla fuera de la Iglesia", a.c., 200