Emma Martinez Ocaña en (2014), VVAA, ABAD, FRANCISCO (COORD), Dentro de 15 años, Madrid, Ed. Empresa y Sociedad, pp. 253-256. (Para ver mi intervención en el encuentro de los autores, pincha aquí).
Hoy me he despertado con un buen sabor de boca: he tenido un hermoso sueño. Estaba en España, era el año 2030 y me encontré con una sociedad nueva. La gente era y vivía de otra manera.
Estaba desconcertada, no sabía qué nombre ponerle… ¿quizá vivían de una manera más espiritual? No me gustaba esa calificación, pues la palabra “espiritualidad” está degradada, contaminada y empobrecida. Contaminada por el dualismo imperante en nuestra cultura occidental, que durante siglos ha contrapuesto espiritualidad a corporalidad, materialidad, temporalidad, vida cotidiana, placer, gozo y felicidad. Y empobrecida al reducirla a la religión e incluso dentro de ella a lo referente a la oración, sacramentos, celebraciones y relaciones con Dios.
Por todo ello es una palabra que aún hoy provoca rechazo, alejamiento y desconfianza, o resuena como algo superfluo en el ser humano, perteneciente a otro tiempo, a algo pasado y caduco. Pero necesitaba recuperarla, pues ahí, en mi sueño, estaba re-codificada.
Espiritual, espiritualidad, viene de espíritu, que hace alusión al aliento vital presente en el origen de todo lo que es, que sustenta y vincula toda la realidad. Espíritu es el término más utilizado para nombrar a la “divinidad” como dinamismo de vida. Enrique Martínez Lozano lo expresa bellamente: “El espíritu constituye el núcleo más hondo, la identidad última de todo lo que es, la mismidad de lo real. Pero no como una entidad separada, sino como constituyente de todas las formas en un abrazo no dual.” [1]
Una sociedad o persona espiritual sería, por tanto, la que va descubriendo la verdad más profunda de la realidad, de su ser, de su verdadera identidad… y trata de vivir coherentemente con ella.
¿Qué fue lo que vi en el sueño?
1. Vi personas más lúcidas con su verdad y con la verdad de la realidad. Sin duda habían adquirido un nuevo estadio de conciencia y un nuevo modo de conocer.
Eran personas que revelaban a través de sus cuerpos coherencia, honestidad, no fingimiento. También percibía una cierta armonía interna: rezumaban unificación, integración personal, bondad, un dominio de sí notable, calma interior, felicidad profunda. Vivían una mejor calidad de vida y tenían una mayor capacidad para tener relaciones cooperativas y constructivas.
Personal y comunitariamente habían aprendido a discernir qué cosas, realidades y acontecimientos había que cambiar mediante la lucha colectiva, y qué era lo que tenían que aceptar, asumir y acoger.
Otra cosa que me llamó mucho la atención era su capacidad para sentir en sus entrañas la com-pasión, el dolor de los otros, tanto cercano como lejano. Una com-pasión que se hacía compromiso operativo y colectivo por echar una mano desde sus grupos de pertenencia y/o referencia, y mejorar así la situación de su barrio, de su ciudad, de su país, del mundo.
La conciencia ética era notable, personal y socialmente había aumentado profundamente la no tolerancia a la corrupción, a la grande y a las pequeñas corruptelas del día a día.
En mi sueño, queriendo comprender qué les había pasado y cómo habían llegado ahí, fui hablando con diversos grupos, colectivos… y entrevisté a algunas personas consideradas “maestras/os del espíritu” aunque a ellas no les gustaba que se les llamase así, pues se consideraban aprendices; y creo que algo comprendí de lo que me dijeron.
Sobre todo habían despertado del sueño de su individualismo egocéntrico para descubrir su verdadera identidad: Ser, Relación, Unidad profunda, más allá de las diferencias de raza, sexo, clase, tamaño, peso, rol, funciones y tareas…
Por supuesto que cada persona vivía su realidad social, política y económica, así como las diferencias propias de su cultura, sexo, posición social, rol, función y trabajo… pero de una manera nueva, desapegada, desapropiada. Me dijeron que obviamente esas realidades eran importantes y que dedicaban gran parte de su tiempo a vivirlas lo mejor posible, pero que se habían dado cuenta de que eran cambiantes, transitorias… y no constituían su verdadera identidad. Ésta no estaba definida por ellas, sino por la consciencia lúcida de su verdad más profunda. Y esa verdad profunda la formulaban a distintos niveles y con distintas palabras[2]: por un lado se habían dado cuenta de la necesidad de dedicar tiempo a la introspección y al silencio, a ir más allá de su yo exterior y acceder a su yo más profundo para descubrir así su propia escala de valores, los por qué, para qué y desde dónde de sus actuaciones para no ser manejados por los demás; También tuvieron que volver a encontrar cuál era el sentido de sus vidas, cuáles sus convicciones fundantes, sus verdaderas utopías y desde esa reestructuración de su yo profundo tratar de unificarse y hacer verdad todo eso en su vida cotidiana.
Pero me confesaron que habían llegado al convencimiento de que ese nivel más profundo de su persona no era todavía el último, el que revelaba su verdadero Ser. Algunas personas habían tenido ya esa experiencia, iluminación, experiencia mística, despertar a su Ser, satori… le ponían distintos nombres, pero todas las palabras que decían apuntaban a la misma realidad: Somos Unidad, Relación, Ser, Familia…
Habían descubierto experiencialmente que todas las personas estaban relacionadas con todas y con todo, aún más, que todo repercute en todo. Que esa experiencia de Unidad abarcaba toda la realidad, que todo está sostenido, sustentado, por un Fondo común que todo lo vincula, que a todo sostiene en el ser. Que la realidad es un nudo permanente de relaciones en todas las direcciones. “Cuando se despierta a esa realidad, me decían, ya no es posible vivir desde el puro yo egocéntrico y separado, sino en la experiencia de la interconexión con la unidad que todos formamos, no sólo como comunidad humana, sino con todo el entramado de la vida.”[3]
Desde esa experiencia se vivían pan-relacionadas entre sí como humanidad, y conscientes de que su modo de vivir, su relación con el dinero, las cosas, el agua, el aire…repercutía en los otros continentes. Sentían que nada de lo que les pasaba a los habitantes de la tierra les era ajeno, pues se sentían formando parte de una gran familia, la familia humana, corresponsables unos de otros.
Y por eso ya no podían pasar indiferentes ante el dolor de los otros: lo sentían como propio, y en consecuencia se unían para transformar y cambiar todo lo que estaba en sus manos con el fin de mejorar la calidad de vida, sobre todo de los países menos desarrollados y de los colectivos más desfavorecidos. Para cuidar, en definitiva, de quienes más sufrían y poder ofrecer un futuro mejor y una tierra más habitable a las generaciones futuras. También disfrutaban y celebraban las conquistas en dignidad y respeto a los derechos de otros pueblos.
Pero había más: no sólo se sentían formando parte de toda la humanidad sino de toda la realidad, de todo el entramado de la vida. Cuidaban de los animales, las plantas, la tierra como casa común: Madre Tierra habían vuelto a llamarla. Velaban por su biodiversidad como un gran regalo de la vida.
Otro de los grandes descubrimientos que compartieron conmigo y que les había ayudado a cambiar era que, desde la experiencia, habían aprendido a distinguir qué era lo que realmente les hacía felices y qué les producía buenos momentos, [4] pero nada más. Se expresaban así: “claro que disfrutábamos de los sabores y goces de la vida cotidiana: experiencias, amistades, placeres… procurábamos alimentar pensamientos y sentimientos positivos, pero nos dimos cuenta que eso no siempre era posible, que en gran parte las emociones positivas y placenteras las condicionaban las experiencias y realidades de la vida. Profundizando un poco más y descubrimos otras realidades que nos provocaban una felicidad más duradera: “fluir” en nuestra vida embarcándonos en vivir a tope desplegando nuestras virtudes y fortalezas más importantes”. Me describieron cuáles eran sobre todo esas fortalezas y virtudes que les hacían más felices: la sabiduría de saber vivir, la valentía y el coraje para afrontar la vida, una gran humanidad, la justicia, la capacidad de dominio propio, de templanza, la capacidad de cultivar la espiritualidad y la trascendencia. “Aquí descubrimos una felicidad más permanente, que en gran parte dependía de nosotros y de cómo afrontásemos la vida. Pero”, siguieron diciéndome, “aún descubrimos un último nivel de felicidad, que podía convertirse en permanente: poner todas esas fortalezas y capacidades al servicio de una causa que nos trascienda. Ahora comprendemos las palabras de Victor Frank de que “Quien tiene un por qué es capaz de, casi, cualquier cómo”
Otra cualidad que me llamó la atención fue que, en general, las personas no eran arrogantes en sus conocimientos, había en ellas una cierta humildad muy poco frecuente. Cuando les pregunté el motivo me dijeron que cada día se daban mas cuenta de las limitaciones del conocimiento humano ante el misterio de lo Real. Estaban al tanto de los descubrimientos científicos sobre la Realidad y expresaban con lucidez la consciencia del enorme desconocimiento en el que vivimos. Los estudiosos del universo nos dicen que sólo conocemos un 4% más o menos de la densidad de la energía total del universo, frente a un 23% de materia oscura y un 73% de energía oscura… ¿cómo no ser humildes ante nuestra gran ignorancia? Con asombro decían que todo lo que observamos parece proceder de un gran Vacío primordial… que el universo parece ser en realidad una red de relaciones y acontecimientos.
[1] MARTÍNEZ LOZANO, E., Vida en Plenitud. Apuntes para una espiritualidad transreligiosa, Madrid, PPC, 2012, p.33
[2] He desarrollado este tema en MARTINEZ OCAÑA, E. Buscadores de felicidad, Madrid, Narcea, 2011, pp.22-49 y en Te llevo en mis entrañas dibujada, Madrid, Narcea, 2012, pp.25-63.
[3] Un tema muy trabajado entre otros por MELONI, J. El Uno en la múltiple. Aproximación a la diversidad en la unidad de las religiones, Santander, Sal Terrae, 2003; Hacia un tiempo de síntesis, Barcelona, Fragmenta Editorial, 2011,
[4] Este es uno de los resultados, a los que después de años de investigación en más de 70 países, han llegado los iniciadores de la Psicología Positiva Cfr Seligman, M., La auténtica felicidad, ed. Zeta, Barcelona, 2011; CSIKSZENTMIHALYI M. Fluir. La psicología de la felicidad, Barcelona, Kairós, 1997 y Aprender a fluir, Barcelona Kairós,, 2010 7ª,