Jesús de Nazareth y el "camino del cuerpo" como sendero de felicidad.


No hay duda de que Jesús transitó sabiamente el camino del cuerpo como sendero de felicidad. 

"Yo no tenía una mentalidad dualista: mi visión del mundo no era dicotómica ni jerarquizada, ni separaba entre sagrado y profano. Esa mentalidad que contaminó el cristianismo no procede de mí, sino de filosofías posteriores. 

No dividí la realidad. Todo era para mí sacramento, epifanía de Dios, revelación del Reino, historia de salvación, pues descubrí por experiencia que sólo en la historia concreta Dios se nos revela. 

Escandalicé a muchos proclamando que lo “puro” o “impuro” no está fuera, en ritos y prescripciones. No son impuros los enfermos, las mujeres con la regla, los leprosos, las prostitutas, los enfermos… la “pureza” está en el corazón que nos permite una mirada limpia, no posesiva, egoísta, envidiosa o violenta…

Yo no me presenté como enemigo del cuerpo, del placer y la fiesta, ni fui un asceta como Juan; más bien escandalicé por mi forma festiva, placentera y libre de vivir mi cuerpo y mis relaciones. Disfruté de banquetes en compañía de gente excluida y marginada por diversas razones, y eso fue motivo de escándalo. El hecho de que me hayan acusado de “comilón, borracho, amigo de recaudadores y descreídos”[1] es la mejor expresión de mi libertad relacional y mi manera de vivir reconciliado con mi cuerpo al permitirme placeres corporales: comer, beber, dormir, descansar, disfrutar de los sentidos… la vista, el gusto, el olfato, el tacto.

También escandalicé al mostrar el Reino como Buena Noticia para toda la persona, no sólo para “su alma”[2], no sólo como algo futuro sino como algo que ya está en medio del pueblo [3]

Ni yo ni mis discípulos guardábamos el ayuno[4], participábamos de bodas, banquetes, comidas festivas con “mala gente”, ante el escándalo de los puros. 

Yo invitaba a la fiesta y a la alegría de vivir con gozo a mis amigos y amigas para construir el Reino de Dios, un mundo de hijos e hijas, hermanos y hermanas, comparándolo con la alegría de una boda: “¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras que el novio está con ellos?” les dije, aunque creo que no entendieron mucho... 

A pesar de que no sólo no fui comprendido sino criticado, difamado y amenazado no perdí el sentido del humor. Un día quise salir al paso de las críticas que sobre mí vertían por mi manera de vivir y les dije con ironía: “¿ A quién diré que se parece esta generación? Se parece a unos niños sentados en la plaza que gritan a los otros: Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no hacéis duelo. Porque vino Juan que no comía y no bebía, y dijeron que tenía un demonio dentro. Viene el Hombre, que come y bebe y dicen:¡Vaya un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos!”.[5]

Sé que también escandalicé cuando me preguntaron por qué mis discípulos no ayunaban y les respondí: “¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras que el novio está con ellos?[6]”. Yo quería hacerles sentir que aceptar mi invitación a seguirme es aceptar participar en la fiesta y la alegría de vivir, es participar en la pasión para que todos puedan ser felices y eso es como participar del gozo del novio que se prepara para celebrar la fiesta del amor. 

Era lógico que mi manera de ser feliz disfrutando de la vida, del cuerpo, de las relaciones con una profunda libertad provocase en quienes viven amargados por leyes, preceptos morales, ritos… un rechazo visceral y que sintieran la necesidad de quitarme del medio.

Además viví mi cuerpo como un lugar para la relación sin miedos ni tabúes: toqué y me dejé tocar con profunda libertad, escandalicé a mis discípulos disfrutando del contacto amoroso con María de Betania derramando sobre mí un carísimo perfume en un gesto de total gratuidad, en una relación no mediada por ninguna necesidad curativa, sino sólo por el deseo de compartir amor y gratitud[7]. Escandalicé aun más dejándome lavar los pies y enjugarlos con sus cabellos por una mujer hambrienta de amor que había amado mucho, aunque no siempre acertó en su manera de amar. Ella se convirtió en aquel banquete en la auténtica anfitriona de la casa, gocé con su acogida amorosa, con sus besos y caricias y gocé aún más defendiéndola delante de quienes etiquetándola la despreciaban[8].

No estuve nunca obsesionado con la sexualidad ni con los pecados sexuales, como le ha pasado a la Iglesia oficial a lo largo de los siglos. Al contrario, apenas hay referencias a este aspecto en los evangelios. Si los leéis atentamente lo que encontraréis será “un silencio sorprendente”[9]. Las pocas alusiones que recogieron los evangelistas, señal de lo poco que yo dije sobre este tema, son casi todas para defender a las mujeres, bien de los deseos posesivos de los varones [10]o de la facilidad con la que ellos, y sólo ellos, podían pedir acta de repudio[11].

Miré el cuerpo de las mujeres de un modo muy distinto a como lo hacían mis contemporáneos, nunca fueron lugar de tentación o seres inferiores de los que no tenía nada que aprender: fueron amigas, compañeras, discípulas, maestras en muchos momentos.[12]

Es cierto, como no podía ser menos, que no eludí la necesidad de tomar la cruz; pero la cruz que yo cargué y la que invité a cargar a mis seguidores/as es la del amor hasta el extremo y la fidelidad al sueño de Dios sobre nosotros y sobre el mundo.

Me tomé muy en serio el cuerpo, el mío y el de las personas que me encontré a lo largo de mi vida. 

Cuidaba mi descanso y el de mi gente, incluso me permití dormir aun cuando mis amigos estuviesen pescando; me dejé acariciar y ungir mi cabeza y mis pies con perfumes valiosísimos por algunas mujeres, alguna de ellas mal vista por las etiquetas que ponían los varones, agradeciendo ese gesto fruto de un amor sin cálculos. 

Me esforcé por practicar un amor operativo y sobre todo centrado en los cuerpos enfermos, desgarrados, desnudos, hambrientos, encorvados, paralizados ciegos, cojos, leprosos… y además dejé claro a quienes quisieron escucharme, que eso era lo fundamental para entrar en el Reino: pasar por la vida como sanador/a no como juez que acusa[13].

Y por si con mi vida no había quedado suficientemente claro en un momento solemne quise recordarles que la verdad última sobre qué es ganar la vida o perderla definitivamente nos la jugamos en cómo tratemos los cuerpos de nuestros hermanos que sufren.[14] El amor no es algo etéreo: o pasa por el cuerpo o es un buen deseo pero nada más.

Por hoy me despido de vosotr@s, espero que mis palabras os ayuden a mirar la realidad de otra manera y a comprender que sólo una cosa es necesaria: pasar por la vida amando, echando una mano, haciendo el bien.Y eso, mientras caminamos por la historia, sólo podemos hacerlo a través de nuestro ser corporal.

Te animo a vivir tu vida cotidiana queriendo hacer de tu cuerpo un lugar de encuentro, de vida, de amor sin miedos ni tabúes. Serás más feliz y a la vez serás agente de felicidad en tu entorno,

Jesús de Nazaret, el que supo ser feliz transitando con sabiduría y amor el camino del cuerpo".


[1] Lc 7,33-34; Mt 11,18-19; 21,31. 
[2] Mc 1,14-15 par 
[3] Lc 17,21 
[4] Mc 2,18-19 
[5] Lc 7,31-34
[6] Mc 2,18-19 
[7] Jn 12,1-8. He comentado este texto en MARTÍNEZ OCAÑA, E., Cuando la Palabra se hace cuerpo en cuerpo de mujer, Madrid, Narcea, 2010,3ª,108-112. 
[8] Lc 7,33-50. He comentado este texto en o.c.pp. 34-43 
[9] Recomiendo vivamente el capítulo “Los lazos de la carne” del libro de C. Domínguez Morano, Creer después de Freud, Paulinas, Madrid 1992, pp.173-207. Me referiré a él más veces. 
[10] Mt 5,27-28 
[11] Mc10.2-11 par 
[12] He desarrollado este aspecto de la relación de Jesús con las mujeres en MARTINEZ OCAÑA, E. Cuerpo espiritual, Narcea, Madrid, 2009,pp.45-66. 
[13] Lc 10,25-37. He comentado esta escena en Cuando la Palabra o.c. pp.58-63 
[14] Mt 25