Ciertamente una celebración litúrgica nunca vista, ni vivida, extraña, que nos introduce en una
“Semana Santa” sin procesiones, sin vacaciones, sin celebraciones religiosas, pero con la posibilidad de vivir de verdad lo que estas fechas nos recuerdan, para profundizar en lo que siguen enseñándonos, si sabemos aprender.
Estamos viviendo un tiempo de pasión, una pasión que alcanza al mundo entero que puede ser
mucho más terrible en los países, continentes, colectivos más desprotegidos, una pasión hecha verdad sin que nadie la esperase. Además de la gran pasión ya existente en nuestro mundo ha llegado esta nueva pasión, que nos ha cogido desprotegidos, desubicados, sin preparación previa. Un gran dolor que nos encoje el corazón y que quiero vivir con esperanza.
Hoy después de escuchar la lectura de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret ha vuelto a resonarme con fuerza la verdad de que, a Jesús, como a miles de personas en el mundo, lo mataron los poderes establecidos (políticos, económicos, religiosos).
Este es el hecho la pregunta es ¿por qué lo mataron?
No sólo porque pasó “haciendo el bien”, sanando, cuidando…sino porque trastocó los valores del sistema vigente de su cultura y su religión, porque ejerció el profetismo (que tan caro los había costado a los profetas de Israel), denunció con palabras y hechos un sistema injusto que provocaba desigualdad, expolio, explotación, exclusión… realidades que quizás eran “legales”, pero eran inmorales, defendió a todas las personas excluidas por múltiples razones, relativizó los poderes imperantes y anunció que eso no era lo que Dios quería, que en eso no consistía el culto a Dios, que ese no era el cumplimiento de la ley, sino que el poder fundante, el único poder que Dios quería era el del amor.
¿En qué consiste ese poder?
Es un poder que empodera a los sin-poder, un poder que reconstruye, levanta, libera de parálisis, cegueras, sorderas, devuelve vida a quienes se creen muertos, perdona y permite empezar de nuevo, perdona y es capaz de devolver bien por mal, se deja conmover las entrañas y sale al encuentro para abrazar y celebrar, el poder de lavar los pies y servir, el poder de dar la vida libremente por ser fiel a sí mismo y a las propias convicciones, valores y creencias…
Pero la historia nos recuerda, dolorosamente, lo peligroso que es desafiar al poder dominante, relativizarlo, ponerlo en cuestión, defender hasta el final a los empobrecidos y excluidos, desenmascarar las causas de esas situaciones injustas. ¡Cuantos miles de personas asesinadas en el mundo por defender a los últimos, por defender sus tierras y sus gentes, por des-velar las
causas de la desigualdad y la violencia! Los poderes establecidos cuando se ven cuestionados se defienden. Según sea la calidad ética de quienes lo detentan podemos encontrarnos diversas
reacciones. Las más terribles y desgraciadamente muy frecuentes pasan por el amedrentamiento, silenciamiento forzoso, y “muerte” física (si se saben impunes), y sobre todo hoy “mediáticamente” (en las “democracias”) inventando todo tipo de mentiras, bulos, calumnias…con las que se va matando la fama, el prestigio, la dignidad de las personas, “psíquicamente” rompiendo su fortaleza emocional, provocando aislamiento, vergüenza, miedo… “económicamente” expulsándolos de sus trabajos, recortándoles el sueldo cuando denuncian abusos y desfalcos…
Así fue y desgraciadamente así sigue siendo.
Y la ciudanía muchas veces es cómplice de esas “muertes” por cobardía, por miedo, por indiferencia, inconsciencia, porque “damos rodeos y pasamos de largo”, porque nos dejamos manipular por los “voceros” de turno. Con que facilidad, igual que le pasó a Jesús, pasamos del “hosanna” glorioso al “crucifícale” o al silencio colaborador que no levanta la voz para denunciar esas muertes injustas.
¿Qué nos pasa que después de 20 siglos seguimos, en gran parte, con la misma dinámica?
Quiero hoy rendir mi especial “hosanna” lleno de gratitud a quienes están entregando su vida por amor, cuidando, sanando, acogiendo, limpiando, proporcionando alimentos, protegiendo a la población, despidiendo a quienes se nos mueren y haciendo de familiares aunque no los conozcan de nada, enterrando a los muertos y también a quienes están denunciando, desenmascarando mentiras, des-velando las causas de esta situación, tomando decisiones no siempre fáciles, ni seguras, ni siempre acertadas, ni seguramente oportunas… pero buscando el
Bien Común, tratando de no dejar a nadie atrás, velando por las personas sin hogar, emigrantes, mujeres en riesgo…es decir poniendo a las personas por encima de la economía, aunque eso les atraiga el odio, ira y el desprecio de quienes preferirían poner el dinero o el poder por encima de la salud y la vida, de quienes quieren tapar las causas de la falta de medios y el desvalimiento del estado de bienestar que venimos sufriendo desde hace tiempo.
Hoy domingo de Ramos levanto mi palma y les digo GRACIAS, con vuestro proceder, seáis o no cristianos, estáis haciendo verdad el sueño de Jesús, hacer creíble que la vida se gana o se pierde en función de cómo hayamos amado.
Jesús de Nazaret lo tuvo claro y lo hizo verdad por eso lo asesinaron, pero no murió para siempre, hoy sigue vivo en la historia, en los cuerpos de quienes viven como él amando, cuidando, denunciando, anunciando que es más importante el amor que la propia vida física porque lo que NUNCA MUERE ES EL AMOR ENTREGADO.
Y es así, aprendiendo la lección que hoy nos pone de relieve esta fiesta, como seremos testigos
del Misterio de Amor que Jesús llamó Abba y que fue el gran secreto de su vida, la fuente de su profunda libertad y su gran amor hasta el final.