Yo, Jesús como todo ser humano peregrino en la tierra tuve miedo muchas veces ante los peligros, amenazas, insidias, planes para asesinarme… pero no me dejé dominar por él, sobre todo no me dejé paralizar, ni dejé de hacer lo que quería hacer por miedo.
Las críticas, insultos, amenazas no me resultaban indiferentes, no me gustaban ¿a quien le gustan o de verdad no le importan? Pero nada de eso me impidió el amor, la libertad, la coherencia.
Al comienzo de mi vocación, de la llamada a hacer de mi vida una pasión por proclamar y realizar el Reino de Dios, tuve miedo. Me sentí en sintonía con todas las personas que ante la llamada a salir de lo conocido para arriesgar hacia lo desconocido sienten miedo y al tiempo experimentan en lo profundo de su corazón el “no temas, Yo tu Dios estoy contigo”. Esa experiencia de sentir a Dios conmigo, es más descubrirme como hijo amado de Dios en quien él se complace fue el estimulo y el fundamento de mi seguridad inquebrantable. Esa profunda verdad que me constituía no me la podía arrebatar nadie, no dependía de nadie más que de Dios mismo y su fidelidad y amor son gratuitos e inquebrantables.
Eso no significa que pasé mi vida sin miedo, no es así incluso recuerdo muy bien las veces que no subí a Jerusalén porque sabía que me buscaban para matarme, y otras predicaba en los pequeños poblados para que no me localizaran, Intentaba ser prudente pero no incoherente.
Yo sabia que me buscaban para matarme, esa certeza se convirtió dentro de mi en un miedo intenso, en una angustia de muerte que no tuve ningún problema en comunicar a mis íntimos amigos, pero ellos no supieron no pudieron acompañar mi angustia y postrado en tierra volví a acudir a mi Dios. Ante Él, lo mismo que había hecho ante mis discípulos, no tapé mi miedo y mi angustia, mi cuerpo somatizó en forma de gotas de sangre el trance por el que estaba pasando, mi cuerpo participaba de esa angustia y lo deje temblar, sudar…gritar…me postré buscando fuerza, paz, seguridad en su amor [1].
Salí de mi oración reconfortado y fuerte para afrontar lo que me esperaba: el abandono de mis discípulos, la tortura, el dolor que iba a producir a quines me querían y por último mi muerte.
Ahí en la cruz viví no sólo el dolor sino la noche, el silencio de Dios, mi grito orante daba cuenta de ello pero una vez más abandoné mi vida y mi muerte en sus manos.
Durante mi vida fue testigo del miedo de mis amigos, de las personas que temían ser reprendidas, prediqué parábolas donde los protagonistas tenían miedo quería animarlos a vivir bien esa emoción, a no tenerle miedo al miedo.
Hoy quiero recordaros todas esas palabras pero no para hacer memoria sino para que cada un@ de vosotr@s os situéis ante vuestros propios miedos y escuchéis mis palabras.
“No temáis a quienes, aunque pueden dañar tu cuerpo pero no pueden matar vuestra alma”[2]. Es decir pueden haceros daño a ti y la gente que quieres pero sólo en vuestro yo exterior (a mi me criticaron, insultaron, calumniaron, torturaron y asesinaron), pueden despojaros de todo (a mi me dejaron desnudo en la cruz) pero no podrán jamás dañar vuestra identidad más profunda, vuestro verdadero ser. No podrán jamás destruir la verdad de que sois hijos e hijas amadas, nadie podrá separaros del amor de Dios[3].
No os dejéis asustar por el futuro, éste es siempre impredecible e incontrolable, aprended a vivir el presente, se lo dije muy claro a mi gente “bástele a cada día su propio afán”[4]. Arriesgad a vivir en la inseguridad propia de la vulnerabilidad humana para poner vuestra seguridad última en manos de vuestro Dios Madre-Padre. De un modo bello y poético les dije a quienes me seguían:” No os angustiéis pro vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo, que vais a poneros…Mirad los lirios del campo y las aves del cielo…vosotros valéis mucho más que ellos[5]… fue mi manera de animarles a vivir el presente y abandonar el futuro en las manos de Dios.
A veces os asustan fantasmas, no realidades, es vuestra imaginación la que os hace ve lo que no hay. Eso mismo le pasó a mi gente. Después de mi muerte yo seguía vivo era yo mismo pero ya no era lo mismo y mis discípulos con frecuencia cuando experimentaban mi presencia nueva se asustaban y creían que era un fantasma. Un de esas veces ellos estaban pescando y al amanecer les hice sentir mi presencia y llenos de miedo creyeron ver un fantasma y tuve que tranquilizarlos diciéndoles no temáis que soy yo[6] . Pedro se lanzo para venir hacia mí pero en vez de escuchar mi voz, escuchó el viento, y tuvo miedo de su miedo y sintió que perdía pie y se hundía. Pero ahí estaba, yo para sostenerlo y animarlo a no dudar[7].
También hoy os digo con todas mis fuerzas, cuando escuchéis el rugir de la fuerza del viento en la tormenta, y estáis viviendo un tiempo de tormenta profunda, no dudéis. No dudéis de cuales son vuestras anclas de seguridad, de vuestra ruta, de vuestros compromisos adquiridos. Hoy os digo aquí estoy yo de nuevo para deciros no os dejéis hundir, ni paralizar por el miedo, agarraos fuertemente unos a otros, tomad las manos de quienes os las extienden para sosteneros juntos. No estáis solos en cada mano tendida que sostiene ahí estoy yo sosteniéndoos.
Un día sentí una profunda admiración por una mujer que tuvo el coraje de arriesgar incluso su vida al tocarme en una situación de impureza legal, buscando su salud, confiando en que si tocaba la orla de mi manto se sanaría, la sanó su coraje, su valentía, su confianza. Sintió miedo y con razón, podía ser condenada, pero su deseo de salud era más fuerte que su miedo, luchó por ella misma y yo la alabé y le ayudé a recuperar su salud y su vida[8].
Por eso os digo: no dejéis de luchar por vuestro bien físico, psíquico, espiritual… es vuestro derecho y no dejes que nadie en nombre de leyes que dicen sagrada os arrebaten ese derecho. El Dios en el que yo creo pone siempre a las personas, su salud, su felicidad por encima de las leyes. No os dejéis amedrentar con castigos, excomuniones, amenazas… de nuevo ayudaros unos a otros a luchar por vuestros derechos humanos como derechos divinos.
No tengáis miedo de perder para ganar, es una paradoja pero es así, muchas veces hay que soltar aquello a lo que nos aferramos para ganar en libertad y en amor. Un día yo fui a Gerasa allí me encontré como símbolo de una realidad a un hombre que decían estaba poseído por muchos demonios, yo le ayudé pero los demonios (todas esas realidades que impiden, dificultan el amor, la justicia, la compasión, la inclusión…) que habitaban en esa persona o quizás en ese pueblo eran muchos y se fueron a meter en una piara de cerdos, que se precipitaron en el mar. Los habitantes no miraron el bien de la persona sanada sin la pérdida económica y me pidieron que me marchara de allí[9].
¿No os podría pasar hoy a vosotros que no estáis dispuestos a perder nada de lo que tenéis para ayudar a otros por que, como pasa con el cerdo, todo os parece valioso y aprovechable? No son tiempos fáciles para nadie pero el sálvese el que pueda tan popular, tan repetido e incluso aplaudido no es camino de justicia, de solidaridad, de amor, no es camino de quienes quieren hace de este mundo un mundo más fraterno, como Dios lo sueña.
Me despido de vosotros por hoy, no os dejéis paralizar por el miedo, ni manipular por los miedos que los poderosos de turno quieren meteros en el cuerpo para domesticaros, afrontar con sabiduría y coraje vuestro ser humano vulnerable y por tanto lleno de inseguridades en el vivir diario pero con la seguridad inquebrantable de que en lo más verdadero y profundo de vuestro ser NADIE PUEDE HACEROS DAÑO.
Jesús de Nazaret el que no se dejó paralizar por el miedo.