Mientras el pueblo de Dios se dispone a celebrar el misterio de la Navidad, la crueldad de los poderosos devuelve actualidad a la antigua profecía: "Un grito se oye, llanto y lamentos grandes: Raquel llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven".
Los que esperanzados y animosos vivimos nuestro tiempo de adviento, nos vemos sorprendidos por la sombra de una cruz y desplazados a un tiempo de lágrimas, plantados en un calvario, envueltos en una experiencia nueva de abandono de Dios, entregados a un silencio atónito como el de María la madre de Jesús.
La prensa ha recogido rumores, voces, testimonios de redadas en los bosques cercanos a Castillejos, de emigrantes expulsados de sus míseros refugios en el monte, de fuegos avivados con pertenencias de emigrantes a la entrada de una cueva, de emigrantes asfixiados en el interior de aquel horno...
La Iglesia llora a sus hijos que ya no viven, guarda en el corazón lo que no alcanza a comprender, se estremece de horror por los pobres que el Señor le ha confiado y que le han sido arrebatados sin justicia.
Desde esta Iglesia, desde la condición humillada de los pobres, desde el silencio de Dios, nos preguntamos: Por qué de ese horror sólo nos llegan testimonios confusos de emigrantes, voces alarmadas de amigos, noticias no confirmadas de prensa; por qué la sociedad cierra los ojos ante la violencia constante y atroz que, en nombre de la legalidad, en nombre de la seguridad, se ejerce contra los emigrantes; qué leyes se han violando para que dos jóvenes emigrantes hayan perecido en una operación de las fuerzas del orden; y si en esa operación no se ha violado ninguna ley, qué leyes habrán de ser cambiadas para que las acciones de las fuerzas del orden no representen una amenaza para la vida de los indefensos.
De nadie podemos decir que en estos hechos haya tenido un comportamiento imprudente o criminal, pero todo nos obliga a temerlo. No se puede decir que las autoridades encubran dolosamente responsabilidades de las fuerzas del orden, pero todo nos obliga a temerlo. No se puede decir que la dignidad de los emigrantes sea pisoteada cínicamente y continuamente a un lado y otro de las fronteras del sur de España, pero todo nos obliga a temerlo. Y, porque lo tememos, lo denunciamos, también para que se haga justicia a los muertos, pero sobre todo, para que tengan una esperanza de justicia los vivos, miles de familias que deambulan por los caminos de los desplazados, acosados por un poder inicuo en todos los países, hostigados por las inclemencias del invierno, olvidados por la información.
En esta hora de Cristo y de los pobres, en este camino a la Navidad que el pecado se empeña en transformar en camino de crucificados, en este tiempo de belenes fingidos y calvarios verdaderos, las comunidades eclesiales están llamadas a ser madres junto a sus hijos más necesitados, samaritanos compasivos, recintos de ternura, de calor humano, signos de que Dios no anda lejos de los pobres.
Para hacer verdadera tu Navidad, Iglesia cuerpo de Cristo, el Espíritu del Señor está sobre ti, y te envía para que anuncies a los pobres el evangelio que necesitan.
Que la luz de cada día te encuentre en medio de ellos, para que, en medio de ti, ellos encuentren cada día al Señor su Dios.
El Seños os bendiga con la paz.