En la noche un rayo de esperanza



A lo largo del día de ayer y de hoy me han llegado muchos mensajes, que agradezco de corazón, con palabras de este tiempo de Pascua: ¡Alégrate, no tengas miedo, Jesús ha resucitado!

Tengo que confesar honestamente, que yo aún estoy en la noche, que no estoy alegre, sino triste y profundamente dolorida y sí tengo miedo. Cada vez me pesan y duelen más los miles de muertos, pérdidas, angustias, desfondamientos, sin sentidos… 

Y sí tengo miedo, miedo a lo que aún nos queda por ver y padecer. Pavor al momento en que el virus llegue con fuerza a África, la India, muchos países de América Latina, los asentamientos, campamentos de emigrantes… un largo etc. Una vez más la peor parte se la van a llevar los colectivos más vulnerables, con menos recursos, sin agua, sin casas donde refugiarse, mujeres viviendo encerradas con sus maltratadores y un largo etc.…

Miedo a que de verdad no salgamos de esta pandemia mejores. Las crisis sacan del ser humano lo mejor y lo peor y lo estamos viendo cada día, en nuestro país y en otros lugares. Observamos con ojos atónitos por un lado tanta generosidad y gratuidad y al tiempo tanta mezquindad e inhumanidad. 

Miedo a que no renunciemos definitivamente a este loco modo de vivir, consumir, producir, relacionarnos. A que el neoliberalismo imperante, asesino y ecocida no sea vencido, sino que una vez más salga vencedor… 

Sí estas son emociones mías y no quiero esconderlas, ni me avergüenzo de ellas. Pero no estoy deprimida, ni paralizada, ni de-sesperada, ni des-esperanzada.

¿Qué aporta mi fe a esta noche que me/nos envuelve?

Los evangelistas dejan constancia de una experiencia desconcertante, en medio de su profunda noche y miedo un acontecimiento nuclear los sacude, no sabemos muy bien en qué consistió, pero su grito potente es: “La muerte no ha podido con Jesús, el crucificado está vivo. Dios lo ha resucitado de entre los muertos” Dejan constancia de que fue algo que les pasó, no se lo inventaron, no lo soñaron, tardaron tiempo en creerlo hasta que poco a poco se fue haciendo una certeza fundante: el crucificado ha sido rehabilitado por Dios. No es que haya vuelto a la vida histórica, sino que ya Es en esa Presencia, “Vive en Dios”.

El acontecimiento en sí mismo escapa al control de la historia, pero fue algo real que trastocó sus vidas y eso sí es verificable en la historia. Ese grupo de mujeres y hombres se transformaron radicalmente. Cambió su universo simbólico, sus creencias, sus valores, sus preferencias, sus referencias, su vocabulario, y sobre todo cambió sus vidas. Y precisamente esto es lo que les hizo creíbles.

Necesito volver más despacio, lo haré en otro momento, para descubrir con detalle en qué consistió ese cambio radical, que los hizo creíbles para ir aproximando mi vida a esa transformación. 

Creer que el Crucificado ha sido rehabilitado por Dios tiene múltiples consecuencias históricas y concretas. 

Una de ellas es que apostar por creer que la Muerte no es la última palabra, ni es el Futuro Absoluto para la humanidad no aminora el dolor, ni hace desaparecer el miedo por lo aquí en esta historia nuestra está pasando, pero sí ofrece un rayo de esperanza. 
Una esperanza hoy denostada por algunas personas como sinónimos de “resignación, pasividad, alienación… todo lo contrario el “Principio Esperanza” es motor de la historia. Luchamos, trabajamos, nos comprometemos porque tenemos esperanza de las cosas pueden cambiar. La esperanza de que seamos capaces de hacer verdad un mundo más justo y una tierra más habitable y rica en biodiversidad es lo que moviliza a millones de personas hoy en el mundo trabajando por hacer verdad esta u-topia; querer hacerla “topia”.

¿Qué añade entonces la esperanza cristiana?

Un plus de esperanza. Si Jesús el crucificado, fue rehabilitado, no es algo que le pasó sólo a él, es manifestación de lo que nos espera a toda la humanidad, a toda la realidad: todas las personas “crucificadas” en la historia no quedan definitivamente en manos de sus verdugos, la vida no está para siempre en nuestras pobres y muchas veces injustas manos, porque el Dios de la Vida sigue sosteniéndola en la historia y en la meta-historia.

¿Esta confianza mengua el empeño, la pasión por hacer este mundo mejor? ¡En absoluto! 

Que pueda haber en la meta-historia otro nuevo y desconocido modo de Ser Vida en el Amor, en nada disminuye el compromiso por generar ya aquí en nuestra pequeña historia esa vida nueva, esa sociedad nueva, ese mundo nuevo porque tenemos derecho a vivir humanamente y todo lo más felices posibles en este mundo nuestro y porque es nuestro modo de hacer visible y por ello creíble esa apuesta de fe. 

Apostar por creer que, en esta tarea de ennoblecer y cuidar nuestra vida cotidiana, nuestro mundo, no estamos solos, sino que nos envuelve, sostiene y sustenta una Presencia Amorosa (lo llame cada cual como la llame) no sólo no disminuye el coraje, sino que hace de la terca esperanza un impulso imparable.

¿Y si toda esta bella creencia no fuese verdad, y si esas experiencias “numinosas” fueran fruto de nuestro cerebro y si…? Si es una apuesta en la fe y en la confianza no es algo que pueda ser verificado de antemano, se trata de arriesgar a creerlo o no.

Yo apuesto a fiarme, a creer en ello, no tengo nada que perder y sí mucho que ganar. Dejarme iluminar en medio de la noche por este rayo de esperanza no hace desaparecer el dolor ni el miedo, pero alienta en el camino y da fuerzas para seguir trabajando para ayudar a generar , aquí en nuestro mundo, vida nueva.