"Una vez más González Faus nos regala con su lucidez, sentido crítico constructivo, y valentía. ¡Gracias Chalo!"
Antes de sumarse al “requiem aeternam” que ya entonan algunos medios, convendría recordar que las crisis son una gran ocasión para reflexionar en profundidad.
1.- En mi modesta opinión Podemos ha olvidado tres cosas muy importantes.
1.1.- Primera: que la tentación de toda las izquierdas es la desunión. Los intereses unen más que los ideales; por eso las derechas, que cuajan en torno a intereses, mantienen la unidad más fácilmente que las izquierdas, que nacen al servicio de ideales: porque tendemos a absolutizar nuestro modo de ver ese ideal y caemos en intolerancia o en protagonismo. Ya escribí otra vez que, por desgracia, resulta más propio hablar de “izquierda desunida” que de izquierda unida.
De entrada, así somos; podremos mejorar pero no debemos olvidar de qué pasta estamos hechos.
1.2.- La segunda es aquella frase romana (¡acuñada antes de que nacieran los medios de comunicación!): “la mujer del César no sólo debe ser honrada sino también parecerlo”. El asunto de los 400.000 dólares de Monedero con Venezuela y otros países latinoamericanos no había quedado diáfano y era un lastre para el partido. No ya porque Venezuela se ha convertido en ese enemigo común que siempre necesitamos para permanecer unidos y anatematizar al otro cuando no tenemos argumentos sino, sobre todo, porque no se trataba sólo de presentar facturas: podría ser todo legal, pero también eran legales los miles del euros de F. Trillo y de Martínez Pujalte por no sé qué supuesta asesoría.
La pregunta no es si aquello era legal, sino si era moral. Y desde luego no lo parece.
1.3.- El tercer error, a mi modo de ver, es creer dogmáticamente que “la calle” o la gente en general son espontáneamente de izquierdas: una visión muy extendida entre todas las sensibilidades izquierdosas. Pero no: las masas tienden a ser conservadoras, no por su culpa sino porque la realidad les ha enseñado a desconfiar de ella y prefieren aquello del chiste (“Virgencita mía, que me quede como estaba”), a grandes promesas de milagros tantas veces fallidas.
Comprendo que esto puede sonar a esa falsa música del “no hay nada que hacer”, aunque no es eso lo que quiero decir: hay mucho que hacer pero eso implica una pedagogía que deshiele las desconfianzas innatas y vaya avanzando por pequeños pasos, sin falsas promesas instantáneas del cielo en la tierra. (Y aun sabiendo que ese avance progresivo provocará la desesperación y la crítica de los que reclaman infantilmente: “todo, y ahora mismo”). Déjeseme evocar una estrofa del himno sandinista tan escuchado en la Nicaragua de los 80: “hoy el amanecer dejó de ser una tentación: mañana, algún día, surgirá un nuevo sol que cubrirá de luz toda la tierra… con caudalosos ríos de leche y miel”.
Al final los ríos caudalosos fueron de piñatas y, más que iluminada, Nicaragua ha quedado oscurecida por un poder manipulador que se apropió de la revolución… Eso, la sabiduría popular lo intuye a su manera y, por ello, antes de venderle nuestras promesas celestiales, hay que procurar merecer y ganar honradamente su confianza: con hechos y no con palabras.
Algo de esto creo que le ha fallado a Podemos. El choque con este lado olvidado de la realidad puede ser una gran oportunidad para crecer bien y, por eso, disiento del tono alegre de todos los medios que ya celebran anticipadamente su debacle. Personalmente, yo me resistía a votarles después del turbio caso Monedero. Ahora que ya no está, es mucho más probable que acabe votándoles: sin grandes expectativas, pero convencido de que dar una gran lección a los dos partidos cómplices de nuestra situación actual (aunque uno de ellos quiera presentarse ya como arrepentido de ello), es una de las mejores cosas a que podemos aspirar ahora.
Persuadido también de que las propuestas económicas de Ciudadanos (como subir el IVA de los productos más básicos) son sólo “más de lo mismo”. Y sospechando resignado que las conquistas sociales son como la horchata de mi tierra: que no hay manera de conservarla, sino que debe ser hecha cada día; porque cuando se la conserva y se la exporta, deja de saber a horchata.
2.- Luego de estos análisis particulares quedan dos lecciones universales por recordar:
2.1.- La primera es que no hay partos virginales (ni siquiera el de Jesús lo fue): la vida nace siempre en medio de suciedad y desechos; pero es vida y promesa lo que allí nace. Esto debe servir para comprender lo que le ha pasado a Podemos.
2.2.- Y en segundo lugar: ninguna lucha parte hoy de cero sino desde una situación de negatividad estructurada y no eliminable de golpe: lo que planteará siempre el problema de qué es aquello que no hay más remedio que aceptar (sin perder la conciencia de que eso nos mancha las manos pero procurando que no nos manche el corazón), y qué es aquello otro con lo que de ningún modo podemos pactar: el voto de las mujeres implicaba perder las siguientes elecciones porque la mayoría de las mujeres votaban conservador; pero Clara Campoamor aceptó esa derrota contando con que, a la larga, se convertiría en victoria.
Hace poco, en una entrevista, puse el ejemplo de la SER: tiene periodistas de calidad, con los que es muy fácil sintonizar (Pepa Bueno, Angels Barceló…). Pero después de oírles unos minutos pasamos a la esclavitud de la publicidad y en ella se repiten constantemente mensajes y valores contrarios a los que han podido transmitir esos buenos locutores: que ser un superhéroe no es entregar la vida para mejorar al mundo sino simplemente “tener un Citroën”; o que 17 millones de euros valen casi tanto como el amor de una madre (y me ha dolido más ese anuncio por provenir de la ONCE): con lo cual la fortuna del señor Amancio Ortega, que ronda los 40.000 millones, vale mucho más que el amor de una madre…
Esos antivalores destruyen todo lo que los locutores hayan intentado construir, por más que para ello se hayan llegado hasta Lampedusa o el Nepal. Pero hoy por hoy, sin la publicidad no hay medios de comunicación: una esclavitud no eliminable hoy, y que habrá que procurar que nos infecte al mínimo y que no acabe disponiendo de nosotros, exigiéndonos una renuncia práctica a los ideales que decimos defender.
Dicho ahora con jerga teológica: vivimos en un enorme pecado estructural que nos hace más proclives al pecado personal (un “sistema que mata” ha dicho Francisco). Y de ahí sólo se sale (si es que se sale) por un camino doble y progresivo de cambios personales radicales y cambios estructurales sucesivos. O de manera más laica: la gran tarea de esta vida en la política es juntar a la vez radicalidad y realismo: porque son como el hombre y la mujer: uno sin la otra resultan infértiles.
Ahí estamos todos: Monedero, Iglesias, los círculos esos de “Podemos y espiritualidad”, y el autor de estas líneas. Ojala, desde ahí, consigamos dar algunos pasos efectivos adelante.