Una espiritualidad al aire de Jesús



Después de lo que he dicho sobre espiritualidad política ¿qué añadiría de nuevo o qué especificidad tiene para mí el calificativo de “Cristiana”? 

Yo lo formularía así, no hay una diferencia en el qué (en lo que es la espiritualidad política) sino en el cómo vivirla. Por eso nombro esta intervención mía como vivir la espiritualidad política “al aire” de Jesús, según su espíritu. 

Desde los estudios críticos acerca del Jesús histórico hay algunos datos que quiero resaltar sobre el contexto histórico de Jesús de Nazaret. Era galileo e hijo de un artesano. Su pequeña patria era Galilea la rebelde, en el corazón de un país pobre, dominado por el Imperio Romano, sometido al control político y al expolio económico. Jesús era muy consciente de la opresión sociopolítica que sufría su pueblo y al tiempo del peso agobiante de una religión de la ley, el miedo, la norma y que además también generaba exclusión y marginación. 

¿Cómo se sitúa Jesús ante situación y desde dónde lo hace? 

Los evangelios nos hablan de un momento en el que Jesús vivió, lo que hoy podríamos llamar una experiencia cumbre, una experiencia mística. 

Cuando, como cualquier judío va al Jordán a dejarse bautizar por Juan se le revela la profunda verdad de su identidad: se experimenta hijo amado en quien Dios se complace y hermano de sus hermanos, formando parte de la realidad de Dios[1] y de la humanidad[2]

Necesitó retirarse un tiempo en el silencio y la oración para profundizar en la que ha vivido y en ese espacio privilegiado descubre que esa identidad última, “divina”, (en lenguaje antropomórfico, que pertenece a la “familia” de Dios), no es algo exclusivo suyo sino que, el Dios Abba de amor incondicional, que ha experimentado en sus entrañas, lo es de todas las personas. Descubre al Dios que sueña un mundo de hij@s y herman@s y ese sueño se convierte en la pasión de su vida. 

Ese descubrimiento de que el Fondo Último de su persona y de todas las personas, incluso de todo lo que es, Es una Relación Amorosa, una conexión indestructible, le va a cambiar radicalmente la vida. Desde ese momento ya no puede seguir viviendo igual. 

Siente que ha llegado el momento de empeñar su vida, enredarla para siempre entrando de lleno en lo que él experimentó como proyecto de Dios: acoger su amor incondicional y compasivo, dejarse transformar por él, y empeñar su vida en hacer verdad históricamente lo que Somos. Jesús lo formula como filiación y fraternidad, es decir, acoger y realizar “el Reino de Dios”. Una realidad que no sólo alcanza a las personas, a los grupos, sino a las estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas de su pueblo. 

Comienza entonces a proclamar esa Buena Noticia que él ha descubierto y toda su persona queda polarizada por esa pasión. Necesita hacerla visible y por ello creíble. 

Desde el primer momento Jesús con sus palabras y hechos pone de relieve que creer en Dios no era compatible con ninguna discriminación, esclavitud, injusticia, desigualdad, ni exclusión y eso tenía profundas consecuencias personales, sociales, políticas y económicas. Unas consecuencias graves que terminaron en muerte de cruz, como un condenado revolucionario: Jesús nazareno Rey de los Judíos.

La proclamación y realización de esa Buena Noticia exigía una profunda conversión personal, comunitaria, religiosa, sociopolítica. 

Es desde esa experiencia desde dónde Jesús va a ir poniendo en cuestión los pilares que sostenían las estructuras sociopolíticas y religiosas de su pueblo. 

Con relación a la concepción religiosa que quiere trastocar voy a poner un ejemplo que creo significativo, podríamos poner muchos. 

En el tiempo de Jesús el buen judío recitaba una oración muy significativa: te doy gracias Señor, porque soy varón y no mujer, porque soy judío y no pagano, porque estoy sano y no enfermo, porque soy justo y no pecador. Esa oración era una manifestación de quiénes estaban en el centro de la vida religiosa de Israel, (los varones, judíos, sanos y justos) y quienes estaban en la periferia (mujeres, paganos, enfermos, pecadores). Jesús descentra por completo esa concepción y hace de las “periferias” de su época su centro. 

Y lo grave es que cuando le preguntan “¿Tú con qué autoridad haces esto? Contesta porque así es Dios, un Dios de amor incondicional que hace salir el sol sobre buenos y malos sobre justos e injustos.[3]

Por algo fue acusado de blasfemo y revolucionario y se ganó el insulto y el descrédito.[4]

Pero muy pronto Jesús se da cuenta de que esa profunda revolución que sentía urgente e imprescindible, no lo podía hacer él sólo, necesitaba generar un movimiento de hombres y mujeres del pueblo, que conocieran bien su sufrimiento, para ayudar a los demás a tomar conciencia de que había llegado la hora de acoger y hacer verdad el Reinado de Dios. 

Desde el primer momento se rodeó de amigos y amigas y poco a poco los fue "enredando" queriendo contagiarles la misma pasión que a él le quemaba dentro: transformar las persona para poder transformar su sociedad, el mundo … en una gran familia que vive la seguridad del amor incondicional del Dios Madre-Padre y que va haciendo verdad en la historia la fraternidad y la sororidad con toda la vida, pero con un desde donde privilegiado: desde los que peor lo estaban pasando. 

Jesús no era un ingenuo sabía muy bien lo que eso suponía en la sociedad injusta y violenta de su tiempo, cuando los fue llamando, invitando y aceptando para enredarlos en esta apasionante pero ardua tarea; era consciente del precio que tendrían que pagar, de lo difícil que iba a ser ir empeñando sus vidas y enseñando a los demás a caminar no en la dinámica del odio, la violencia, la prepotencia y el egoísmo … sino en el amor de compasión y servicio, en el cuidado y la bondad…Y al tiempo sin dejar de denunciar las injusticias, de desenmascarar las mentiras, la inhumanidad de vivir indiferentes al sufrimiento de las grandes mayorías del pueblo y de ayudar a construir otras estructuras políticas, sociales y religiosas que permitirán hacer verdad que todos los seres humanos formamos una única familia: la humana. 

Junto a sus seguidores y seguidoras fueron recorriendo Galilea. En la situación que vivía su pueblo, su actividad en medio de sus aldeas y su mensaje del «reino de Dios» representaban una fuerte crítica a la situación sociopolítica de su país. 

Sus palabras y hechos denunciaban esa injusta situación: su firme defensa de los pobres, excluidos y hambrientos, su acogida preferente a los últimos de aquella sociedad, su clara denuncia y condena de la vida suntuosa de los ricos de las ciudades fue un desafío público al programa socio-político que impulsaba Herodes Antipas, que claramente favorecía los intereses de los más poderosos y hundía cada vez más en la miseria a los más débiles. Pero también Jesús lanza una profunda crítica a los Sumos Sacerdotes, que entre otras cosas tenían el control económico del Templo, donde se traficaba y empobrecía más al pueblo. De ahí su hecho transgresor de expulsar a los mercaderes del Templo denunciando que ese lugar se había convertido en una “cueva de ladrones”. Ahí se confirma su sentencia de muerte. 

También dirigió muchas de sus exhortaciones a quienes le seguían para invitarles a compartir la vida de los más pobres de aquellas aldeas y caminar como ellos, sin oro, plata ni cobre, y sin túnica de repuesto ni sandalias[5]. Compartió con ellos sus llamadas a ser compasivos con los que sufren y a perdonar las deudas[6] , a no buscar el poder, ni los primeros puestos[7] , y que de una vez por todas entendieran que el que sirve y es el maestro lava los pies y que salvar su vida era arriesgarla y entregarla[8]… y tantas otras palabras y hechos con las que pretendió expresar la denuncia de un modo de vivir que con la llegada del Reinado de Dios estaba llamado a desaparecer. 

Sus propuestas vitales tienen rasgos trasgresores: desde su comprensión del Reino contestó la dependencia de la propia familia consanguínea; rompió tabúes en las relaciones; no proclamó el sometimiento ciego a las normas tradicionales, éticas y religiosas sino que dejó claro que éstas quedan sometidas a la dignidad de las personas, su salud y bienestar; subrayó elementos de autonomía personal y libertad frente al sometimiento y sumisión; se mostró libre para denunciar ritos vacíos y comportamientos hipócritas; animó a romper la raíz de la mayoría de las parálisis: el miedo, creando un escenario de relaciones libres sin exclusiones, aunque eso supuso un escándalo para quienes desde los poderes establecidos querían imponer otros modos de vivir y relacionarse. 

Además, entendió y vivió la Buena Noticia como una propuesta de felicidad que también tenían unos rasgos políticos determinados: criticó toda política de felicidad que excluya a las mayorías empobrecidas, que se construya al margen de la solidaridad. No pudo concebir una felicidad al margen de las grandes mayorías de excluidos, una felicidad insolidaria. Su propuesta de felicidad no es de cualquier felicidad sino “una felicidad humana y humanizadora, libre y liberadora, solidaria y justa, personal y política, debe estar en permanente dialéctica con la infelicidad”[9] y el dolor personal y social. 

Termino pues diciendo que: vivir una espiritualidad política cristiana es situarnos en la realidad haciendo verdad ese “aliento”, ese modo de ser, vivir, actuar, transformar la realidad desde dónde él lo hizo y cómo él lo vivió y lo propuso a quienes le seguían. 

Emma Martínez Ocaña. 

[1] Jn 10,30, 14,10-11. 
[2] Mt 25, 40,45. 
[3] Mt 5,45 
[4] El escándalo que provocó Jesús en su trato con los “indeseables” de su tiempo lo expresan bien los sinópticos: “¿Qué es que come con publicanos y pecadores?”(Mc 1,16) y esas conductas provocan escándalo y descrédito “Ahí tenéis a un comilón, borracho y amigo de pecadores” (Lc 7,34; Mt 11,19) 
[5] Mt 10, 9-10. 
[6] Lc 6, 36-38. 
[7] Mc 10, 35-45. 
[8] Mc 8,35. 
[9] Navarro, M., La fe que sana y madura en: Aa.Vv., La fe, ¿fuente de salud o de enfermedad?, Instituto de Teología y Pastoral San Sebastián (especialmente 115-128, 127-128).