Vida, muerte y resurrección de la espiritualidad


Intentando aproximarme a este término en sus acepciones cotidianas acudí en primer lugar a los diccionarios de la Real Academia y me encontré que tanto en el de 1992 como en el del 2006 la espiritualidad sigue vinculada a lo religioso, lo eclesiástico, lo inmaterial, sólo espíritu …a personas poco interesadas en lo material y en oposición a lo temporal.

Sigo comprobando que desgraciadamente este concepto de Espiritualidad del diccionario sigue vigente en el universo simbólico de gran parte de nuestro pueblo para expresar una realidad contrapuesta a lo material, corporal, lo no carnal, al no disfrute de la vida, a lo no temporal; y otro bloque de contendidos hace referencia al mundo de la oración, meditación, celebración, lo "que tiene que ver con "lo religioso", "lo de Dios", lo “eclesiástico”

Así es, para muchas personas aún hoy ser espiritual es dedicarse a las cosas “divinas” como la oración, pero no a la política y a la economía, ni a la cultura, ni la defensa de los derechos humanos, de la tierra, de la justicia, ni a la lucha por la supervivencia, ni a las cosas cotidianas, ni al esfuerzo por transformar este mundo, ni a la búsqueda de felicidad y el descanso necesario. Todo esto son cosas muy humanas, no espirituales.

Esta concepción que procede de una cosmovisión dualista de la realidad que ha contaminado la vida, gran parte del pensamiento filosófico, teológico, espiritual y que aún sigue vigente en muchas personas y maneras de interpretar la realidad ha provocado una especie de muerte de la espiritualidad. Porque la espiritualidad así entendida se convierte en una abstracción, en una alienación y eso conlleva una serie de comportamientos que, de hecho, la han degradado porque la han alejado de las realidades dela vida cotidiana, de la identidad humana, de la búsqueda del placer y la felicidad, de la lucha por la justicia y el compromiso con los cambios que este mundo nuestro necesita.

Además, al vincularla a la religión, en nuestro caso español a la religión católica, ha provocado un fuerte rechazo en la misma medida en que parte de la población ha ido abandonando y rechazando creencias religiosas, concepciones de la vida, cultos y exigencias morales que les resultan ya imposibles de asumir.

Por tanto la “muerte” de la espiritualidad se debe en gran parte a que es un término que ha sido contaminado por el dualismo, desgastado y empobrecido al reducirlo a la religión y dentro de ella al culto, celebraciones, oraciones… Para poder devolverle la vida que encierra y por tanto “resucitar” esta realidad resulta imprescindible re-codificarla antes de poder hablar de un resurgir de la espiritualidad en nuestro momento histórico.

Espiritualidad en su acepción semántica procede de “espíritu” palabra que ha llegado a nosotras vinculado a la religión después de un largo recorrido. Si buscamos en la tradición judeocristiana nos encontramos que el término hebreo es femenino, “la ruah”, la brisa, el aliento de vida, la fuerza que alienta la realidad. “Ruaj” estaba vinculado al gemido de las mujeres al dar a a luz. Esta palabra femenina cuando se tradujo al griego se convirtió en un término neutro “lo pneuma” y finalmente la traducción latina “spiritus” la define como masculina, y desde esa traducción patriarcal ha llegado a nosotros.

No obstante, algo importante hay en común en estas traducciones, y es la referencia al principio vital, al hálito de vida, a lo que está en el origen de todo lo que existe. El “espíritu” es lo que alienta la realidad.

En 1970 tuve la suerte de encontrarme en Perú con Gustavo Gutierrez y la Teología de la Liberación y descubrí una nueva mirada y una manera diferente de vivir la espiritualidad cristiana. Fundamentalmente se hacía verdad en el compromiso con las personas empobrecidas y excluidas, como una llamada a desvelar la causalidad entre pobreza y riqueza, entre capitalismo y explotación. Ese modo de entenderla y vivirla resucitó en mí el deseo de hacerla verdad en mi vida.

Por otro lado me di cuenta de que se volvía al origen fundante de esta realidad, recuperando la “ruah” o el espíritu como aliento de vida, y vinculándola a la dimensión humana, redescubriendo su dimensión macroecuménica.

Pedro Casaldáliga lo expresaba así: "el espíritu de una persona es lo más hondo de su propio ser, sus motivaciones últimas, su ideal, su utopía, su pasión, la mística por la que vive y lucha y con la cual contagia a los demás”. Su espiritualidad será la talla de su propia humanidad”. O en palabras de Jon Sobrino “Espiritualidad es el espíritu, el talante con el que se afronta lo real, la historia que vivimos en toda su complejidad”..

Complementando esta definición Leonardo Boff en su libro La voz del arco iris nos dice: “En su acepción originaria espíritu (de donde deriva espiritualidad), aliento, es una cualidad de todo ser vivo que respira (ser humano, animal, planta). En este sentido “espiritualidad es la actitud que pone la vida en el centro, que defiende y promueva la vida contra todos los mecanismos de estancamiento y muerte”.


Es decir, la espiritualidad va resucitando como aliento vital, como manifestación de nuestro talante y actitud ante la realidad, como revelación de nuestro modo de situarnos en la vida, del compromiso por defenderla ante todos los mecanismos de muerte y saber afrontar lo real en toda su riqueza y complejidad. Según esto alguien nos podría decir “dime cómo te sitúas ante la realidad y te diré cuál es tu espiritualidad”.

Yo misma descubrí la fuerza de esta manera de entenderla y vivirla entre la población peruana, era el proceso de resurrección de la espiritualidad vinculándola con la realidad y la vida. Así surgieron las llamadas espiritualidades de liberación y resistencia como protesta activa ante la larga estela de injusticia, desigualdad, dolor y muerte que está dejando el sistema neoliberal imperante. No sólo en América Latina sino en otros continentes como en África surgieron movimientos en la misma dirección. Muchas personas negras africanas despertaron a la consciencia de su discriminación racial y muy pronto otros colectivos discriminados y oprimidos se pusieron en pie.

Son espiritualidades centradas en la defensa de los derechos humanos: emigrantes, personas en situación de riesgo, razas y etnias despreciadas, homosexuales, transexuales… Espiritualidades críticas y de protesta, de compromiso con la defensa de la vida allí donde se vulnera o no se protege adecuadamente.

También por esas mismas fechas se fueron configurando las espiritualidades feministas y eco-feministas que denunciaron la opresión secular de las mujeres y la conexión de esta opresión con la destrucción de la tierra.

Dentro de este espíritu de protesta crítica y aunque no se nombren desde la “espiritualidad”, podríamos englobar hoy a los movimientos de resistencia global, que de muy diversas maneras y desde todos los lugares del mundo dicen ¡basta ya! a lo que de negativo nos ha traído el devenir de la modernidad y el sistema económico neoliberal imperante.

En estos últimos años también, probablemente como consecuencia del olvido por parte de la modernidad, de la dimensión de profundidad de la vida y de haberla reducido a su dimensión exterior y materialista, se ha producido en gran parte de la sociedad un sin sentido que ha provocado el nacimiento de un movimiento nuevo: algunos lo llaman “hambre espiritual”, “vuelta de lo sagrado” “búsqueda de la profundidad del Ser”, interés por la experiencia mística.

En esta misma dinámica vemos crecer grupos y movimientos espirituales, que bajo diversos nombres: espiritualidad holística, integral, espiritualidad no-dual, transpersonal… subrayan el silencio como camino hacia la profundidad y la verdad última de nuestro ser. El camino para acceder a esta experiencia pasa por el control y superación de la mente reflexiva cultivando el silenciamiento mental, para poder acceder a la verdad más profunda del ser humano, queriendo despertar del sueño del individualismo egocéntrico imperante, para descubrir la verdadera identidad humana: Ser, Relación, Unidad profunda, Interconexión, Inter-Ser no sólo como comunidad humana, sino con todo el entramado de la vida.

Lo realmente importante y lo que espero sea una resurrección fecunda y permanente de la espiritualidad es que las corrientes de espiritualidad de liberación y las de silencio y búsqueda del Ser esencial se vayan encontrando cada vez más profundamente y se complementen y fecunden mutuamente. Para no caer en un activismo comprometido desprovisto de profundidad y contemplación o en una búsqueda de interioridad que derive en un narcisismo descomprometido con la transformación de la realidad.

Un camino para ratificar la resurrección de la espiritualidad es hacerla “cuerpo”, es decir, permitir que nuestros cuerpos personales, comunitarios, sociales… sean testigos visibles en la historia, de esa UNIDAD que SOMOS. Que podamos experimentar que todo “otro es carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos”, que cuando nos cerramos al hermano nos cerramos a nuestra propia carne.

Es más, para la comunidad cristiana espero y deseo que la espiritualidad así vivida nos haga testigos visibles del Dios Amor invisible, y que como le pasó a Jesús de Nazaret quienes nos conozcan puedan decir con verdad: lo que hemos visto con nuestros ojos, oído con nuestros oídos, tocado con nuestras manos es que el Dios de los cristianos es Amor y merece la pena creer en El. Entonces no sólo veríamos resucitar la espiritualidad sino que nos convertiríamos en personas portadoras de resurrección y capaces de resucitar una sociedad nueva, un mundo nuevo, una tierra nueva habitable y llena de vida.